La sombra benéfica: Alfonso Reyes y la escritura interminable
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Ahora que gracias a La sombra benéfica (UANL, 2022), libro de ensayos de Gabriel Trujillo Muñoz, vuelvo a la obra del interminable Alfonso Reyes, parece que lo descubro por primera vez. Lo veo crecer entre las páginas, siempre con un halo clásico, elegante, capaz de llevarme a lo más profundo de su nostalgia o de su terror. Las palabras erudito o intelectual resultan frías e insuficientes para referirse a su figura. Sus escritos no se ven apagados por la sapiencia, como les ha sucedido a tantos hombres doctos, si no que se mantienen sinceros, emocionantes, humanos. Por eso, al menos para mí, su literatura es aún más poderosa. Trujillo, en este libro de ensayos alfonsinos, recupera esa esencia medular de Reyes desde seis miradas dispares, aunque complementarias: El diplomático; el poeta que evoca su terruño; el lector de narrativa policiaca (poco valorada entonces); el estudioso de las utopías; y el lector y escritor de ciencia ficción (otro género no muy querido por el canon).
El Reyes diplomático
El primer ensayo, “Alfonso Reyes y el diario vivir de la escritura” retrata la crisis de la familia Reyes, que ante la caída de Porfirio Díaz “se vuelven figuras molestas, incómodas para el nuevo gobierno democrático”. Trujillo comparte algunos de los impactantes fragmentos de este Diario 1911-1927, que son la antesala para obras tan líricas y dolorosas como La oración del 9 de febrero. En los diarios, Reyes da cuenta de la violencia y las amenazas que vivieron al ser repudiados como simpatizantes de Díaz: “Por las escaleras, oigo el temeroso correr de la familia y los criados. Pienso con fatiga en mi madre enferma y en mi hermana viuda, Amalia, y hago ejercicios de serenidad, esforzándome para que los rasgos de mi pluma sean del todo regulares... Hace más de un mes que estamos así. Aun las mujeres de la casa tienen rifle a la cabecera. El mío está ahí, junto a mis libros”, expresa.
Trujillo también detalla los apuntes de Reyes sobre su vida en el extranjero, que al principio llevó con incertidumbre y luego resolvió en la diplomacia. Es durante su prolongada estancia en Europa donde conoce a un sinfín de artistas de todo el mundo que lo conectan con la cultura mexicana a la par del quehacer artístico internacional.
Reyes Poeta
La faceta poética de Alfonso Reyes es un tanto polémica. Su poema más popular, citado en libros infantiles y antologías literarias, es “Sol de Monterrey”. Hay quienes dicen que sus versos no son tan afortunados. Pero yo pienso lo contrario. Quien lea Oración del 9 de febrero o Visión de Anáhuac, se dará cuenta del monumental poeta que fue Alfonso Reyes. Ifigenia cruel es simplemente alucinante.
Gabriel Trujillo en el ensayo “El norte y sus nostalgias entre la poesía de Alfonso Reyes” rescata la faceta poética de un Reyes que le canta a su tierra mientras está fuera del país. Imaginemos la partida del joven Alfonso, quien dejó en Monterrey un padre muerto, una familia angustiada y todos sus recuerdos, tanto entrañables como dolorosos. En este momento estamos ante una primera poesía, en donde explora las posibilidades de su voz literaria.
Me gusta que Alfonso Reyes siempre llevara lo paisajes norestenses con él y que, además, les dedicara un espacio fundamental en su poesía. También me gusta que Gabriel Trujillo incluya un largo y detallado ensayo sobre estos poemas tan personales y emotivos. En “Cerro de la Silla” dice: “Atlas soy de nueva hechura, / aunque de talla menor, / y a lomos del alma cargo / otro fardo de valor”. La figura del Atlas, que antes usó para referirse al padre, la trae para describirse a sí mismo, aunque “menor”. Agrega: “¡El corazón! Urna rota / ¡Qué juguete el corazón! / ¡Pobre jarrito rajado! / Cerro mío: te lo doy”. Esta herida abierta, como detalla Trujillo, se mantiene incluso en los poemas de madurez. Por lo tanto, el espacio poético se convierte en territorio de lucidez y libertad, como puntualiza el autor: “En sus versos, lo local es universal, el norte mexicano toma dimensiones legendarias. Hay un deseo de otorgarle un excepcionalismo cultural a la vida de la frontera, a los habitantes del norte”.
Reyes y la narrativa policiaca
La literatura detectivesca, que después se consolidó en la narrativa policiaca, nació con Edgar Allan Poe y su detective Auguste Dupin. Después gozó de gran popularidad en lengua inglesa con personajes como Sherlock Holmes y el Padre Brown. Sin embargo, este género (tratado muchas veces como subgénero) era considerado “mala literatura” y a sus seguidores, según P. D. James, les llamaban “lectores de ferrocarril” (la gente se entretenía leyendo estas historias mientras esperaba en las estaciones de trenes). Existían, entonces, los críticos que auguraban una pronta muerte a esta moda banal y los que veían en este género naciente una crítica social y un retrato de la violencia urbana. Alfonso Reyes, al igual que otros grandes como Jorge Luis Borges y Bioy Casares, formó parte de los visionarios que comprendieron los alcances que la narrativa policiaca representaba para la literatura.
Gabriel Trujillo escribe sobre esta pasión libresca de Reyes, quien se vio fascinado por el carácter enigmático de las obras. La literatura de fórmula, donde una y otra vez se repite una estructura, es distinta en la resolución del enigma. Reyes dice: “Descansa el corazón, y trabaja la cabeza como un enigma lógico o una charada, como un caso de ajedrez”.
Hay que recordar que don Alfonso, como muchos literatos de su época, estudio la carrera de Leyes. Aunque no se convirtió en escritor policiaco, sí nos dejó un “cuento jurídico”: “El testimonio de Juan Peña”, donde hace uso de sus conocimientos de teoría jurídica al poner sobre la mesa los conflictos éticos de la aplicación de la justicia. Lector y traductor de Chesterton, admirador de Dorothy Sayers, Reyes se une al movimiento latinoamericano que puso en alto el valor de la novela policiaca, la cual tardaría unos años en ser adoptada con solidez por la literatura mexicana.
Reyes y la utopía
En La sombra benéfica, Gabriel Trujillo suma otra faceta de Reyes fuera del canon. Lo dibuja como un hombre genuinamente interesado por la ciencia, a la par de las reflexiones de la ciencia ficción o de “la ficción científica”, como Borges aseguraba que debía llamarse en español. Gracias a este libro, sabemos que don Alfonso se reunió con Aldous Huxley, autor de una de las distopías más importantes del siglo XX: Un mundo feliz. También le preocupa el futuro de “la máquina”. Es curioso que en los tiempos del ChatGPT regresemos a la discusión sobre el papel de la inteligencia artificial en nuestras vidas, aunque a Reyes le angustiaba más el uso de la tecnología para fines violentos y de destrucción masiva, como las bombas atómicas.
La ciencia ficción anda sigilosa en los escritos de Reyes, Gabriel Trujillo menciona los tres “cuentos futuristas” que logró. El primero es “La asamblea de los animales” (con la influencia de Rebelión en la Granja de Orwell), el segundo, “El hombrecito del plato” (que narra los encuentros con un extraterrestre de Venus) y “De un invento fatal”. De igual manera nos comparte el interés de Reyes en los autores pioneros que trabajaron la ciencia ficción en México, como Amado Nervo, Martín Luis Guzmán, Eduardo Urzaiz Rodríguez y Diego Cañedo.
Gabriel Trujillo explica que eligió el título de La sombra benéfica porque “tal es el papel que don Alfonso jugó en vida y continúa jugando en la obra que nos legó”, y porque releerlo en pandemia resultó para él un “bálsamo de vida nueva”. Es cierto que Reyes nos regala un encuentro valioso en la lectura y en la relectura. Siempre hay “algo” que decir de sus libros, de su historia. Su poética sigue viva y punzante. Trujillo nos comparte algunos universos de Reyes, los de los terrenos del margen, los caminos periféricos que siguió un autor canónico. Con ello hace que esta sombra benéfica sea todavía más amplia y reconfortante, nos sigue dando ánimos, entusiasma, y es al fin, como dice el poema, “un alivio de la tierra”.