La Taberna de Goethe: el hombre fáustico y la búsqueda interminable del conocimiento total
COMPARTIR
Una y otra vez le he contado y le he comentado en este generoso espacio de VANGUARDIA de lo siguiente: mi apuesta de fortuna, para bien y para mal, son los libros y las letras. Libros de todo tipo de pelaje y temas. Las letras son de los autores, los grandes (o pequeños autores, en apariencia, sólo en experiencia) autores los cuales traen la verdad en su palabra. Ojo, lo voy a escribir de nuevo: los humanos repiten (repetimos) aquello que fue deletreado en las ficciones, en las letras universales.
Nos deletrean para existir. La ecuación es sencilla y la puedo probar eternamente: la vida, la realidad, le copia a la ficción. Mientras haya un escritor, un filósofo, un poeta, el cual escriba y reescriba el mundo, éste seguirá rodando sin pausa ni punto final. Usted lo sabe: Fausto, el eminente científico y sabelotodo, le vende su alma al diablo, al mismísimo Satanás con tal de saber y de verdad los secretos de la felicidad, los secretos de la verdadera existencia terrena y el lograr una completa y real armonía con los semejantes y con la naturaleza. Sí, el personaje, usted lo sabe, es el Doctor Fausto y es la obra dramática “Fausto” de J. W. Goethe.
Y naturalmente, al invocar al demonio y hacer el pacto con él, lo primero que pide el Doctor Fausto, quien tiene décadas encerrado en su laboratorio y biblioteca, es ir... a una taberna. Iniciando obra, Mefistófeles y Fausto van a la “Taberna de Auerbach”. ¿Y a qué se va a una taberna? Pues a departir con alegres camaradas. De hecho, así subtitula Goethe el episodio, “Reunión de alegres camaradas”. Aquí, a este tipo de lugares se va a beber en la gran fraternidad que ofrece el alcohol, los brindis continuos, los cánticos de borrachos, la libación de generosos vinos, el choque de tarros; la bravuconería, la pendencia... Es decir, es la civilización en pleno.
Es arraigarse en la ciudad propiciatoria del pecado y alejarse de aquello que se busca afanosamente: lo natural, lo básico, la naturaleza. Al estilo de Juan Jacobo Rousseau. Y esta ciudad propiciatoria del pecado es nuestra propia civilización hoy. Sí, tal cual la habitamos y conocemos. Goethe lo dejó por escrito en su obra hacia 1808 y aún hoy, su tirada de naipes, se sigue cumpliendo a la letra: el hombre fáustico (nosotros) ha dejado de buscar los hechos grandes o las preguntas fundamentales y trascendentales de la vida, y se ha entregado a los avances técnicos y científicos, los cuales han motivado un mejor nivel de vida; claro, pero a cambio del alma. Perderse a sí mismo y entregarse sólo a los placeres de la carne y las emociones.
En teoría estamos mejor que nunca. Es el mejor de los mundos posibles. Se ha encontrado la cura (es un decir) de una pandemia tan letal como extraña, la del virus chino de laboratorio. Enfermedades mortales, apenas hace décadas, hoy forman parte de los libros de texto. Los avances técnicos y electrónicos nos hablan de una mentira ubicua: ya no es necesario ir a la Universidad ni leer libros, ahora todo está disponible en la palma de la mano (en la pantalla plana de un celular “inteligente”).
ESQUINA-BAJAN
La engañifa periódicamente cae por su propio peso. El hombre fáustico, el cual busca el conocimiento total, el doctor Fausto que busca los secretos de toda la civilización y busca el dominio total de la naturaleza, sus fuentes y causas, periódicamente y siempre se enfrenta con su propio lobo, el cual lo habita y lo nutre desde su nacimiento. Y esta explosión de violencia y rapiña, dolor y colmillos afilados, es lo que verdaderamente nos habita en nuestro interior. Por eso de aquello: “el hombre es el lobo del hombre”.
¿Quiere usted de verdad conocer dónde late la verdadera vocación, alcances y pulso del ser humano aquí y hoy? Vaya a la taberna; salga de fin de semana y enfréntese usted con el mundo real. Un mundo violento, torvo, descarnado: un mundo plagado de drogas, asesinatos de mujeres y adolescentes, masacres, ajusticiamientos por mano propia, violaciones, desaparición de humanos de los cuales jamás se vuelve a saber nada. La indolencia del presidente Andrés Manuel López Obrador es brutal.
En un intercambio de frases y palabras con un coro de ángeles, Fausto les endereza lo siguiente cuanto el coro habla de la resurrección de Cristo: “...Resonad doquiera que haya hombres débiles. Oigo bien el mensaje, pero fáltame la fe, y el hijo mimado de la fe es el milagro”. ¡Caray con J. W. Goethe! No necesitamos fe ni milagros, sino autoridades preparadas, honestas y decididas. Por ello, uno de los ejes básicos del plan de gobierno de Manolo Jiménez, el “Cowboy Urbano”, es la seguridad.
Lea usted a vuela pluma: iban tres jóvenes a una consulta oftalmológica en Morelos el pasado 12 de abril. Hoy están muertos. Son Luis Javier García, Luis Enrique García y Noemí Arias, de 32 años. En China, NL, han desaparecido en poco tiempo y recientemente, cuatro mujeres. Un joven de 19 años, Francisco Robledo, fue asesinado al tratar de robar un domicilio (Saltillo) con su propio cuchillo. Horas después, la familia fue a cobrar venganza: incendió un domicilio de un presunto involucrado en la muerte del asaltante...
LETRAS MINÚSCULAS
¿Volver a un estado idílico, a la benigna y amorosa naturaleza? Imposible. Hoy el hombre fáustico es lo que domina y sobre su sed inagotable de técnica y conocimientos (sin espíritu humano) está cimentada nuestra existencia...