La vacunación requiere,
al menos, cooperación
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Uno de los signos visibles del proceso de vacunación en Coahuila –y, en particular, en Saltillo– es la rispidez que ha rodeado a no pocas jornadas de inoculación, rispidez que, todo hace indicar, se incuba en la rivalidad política entre funcionarios de la administración federal y de los gobiernos estatal y municipal.
Hasta ahora, para fortuna colectiva, los sucesos incubados en esta rivalidad, a pesar de la mucha tinta que han hecho correr, se inscriben estrictamente en el anecdotario del que, en unos años, haremos memoria.
Pero que hasta ahora el asunto no haya pasado a mayores no es motivo para soslayar la importancia del hecho sino al contrario: es un llamado de atención para que quienes se ubican en uno y otro lado rectifiquen en su actitud y asuman con seriedad la parte de responsabilidad que les toca.
El conato violento escenificado el martes anterior por integrantes del grupo de 18 a 29 años, que bien pudo salirse de control, debiera ser un llamado de atención suficiente para que, desde la representación del Gobierno de la República y desde los gobiernos estatal y municipal de Saltillo, se dicten las medidas necesarias para corregir el rumbo.
Lo anterior sólo quiere decir una cosa: que una y otra parte comprendan, de una buena vez, que la responsabilidad de instrumentar el proceso de vacunación es compartida y cada quien debe hacer lo que le toca para que dicho proceso se lleve a cabo en orden y con eficacia.
Esto es particularmente cierto en la medida en la cual se ha anunciado la inminente llegada de las dosis de vacunas faltantes para inocular a los jóvenes de 18 a 29 que protagonizaron el “asalto” a las instalaciones de la Universidad Autónoma de Coahuila en Arteaga.
Pero que la vacunación se realice en calma no será obra de la casualidad, sino de la intencionalidad con la cual se trabaje de aquí en adelante. Pensar que no es necesario hacer nada para que la historia se escriba de forma distinta puede convertirse en un error que todos terminemos lamentando.
No se trata, desde luego, de exagerar la nota o de sobredimensionar los hechos. Se trata de apuntar lo que ha sido cierto desde siempre: las autoridades de todos los órdenes de Gobierno tienen la obligación de construir una relación de colaboración independientemente de sus diferencias ideológicas.
A lo anterior están obligados todos, de forma particular, cuando se trata de procesos como el que corre, en el cual va en juego la salud pública y por ello nos implica a todos.
Sería de esperarse pues, que ante la evidencia de lo que ha producido la falta de coordinación hasta ahora, los funcionarios de los gobiernos federal, estatal y municipal, termine de entender que nadie va a aplaudirles por sabotearse entre sí, pero que sí les reconoceremos la capacidad de ponerse de acuerdo y trabajar de forma coordinada de aquí en adelante.