La venta del avión. Consideraciones éticas para el futuro Premio Nobel de la Paz

Opinión
/ 4 mayo 2023
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Como “El Licenciado” estuvo ausente unos días por incapacidad, me pareció desleal comentar entonces sobre la compra-venta del infame avión presidencial que tan contento nos presumió antes de informarnos que había contraído COVID por tercera ocasión.

Pero, aunque la velocidad con que suceden los escándalos en esta administración vuelve obsoletos los temas en cosa de horas, no quería dejarlo pasar porque me parece que el asunto encierra un dilema moral que, como muchos otros, retrata de cuerpo completo a nuestro corrugado Mandatario.

Sólo como antecedente, recordemos que el avión presidencial en cuestión fue adquirido por la administración de Felipe Calderón por una necesidad real de renovar la aeronave oficial, aunque no estuvo listo, sino hasta la segunda mitad del sexenio de Enrique “El Hermoso” Peña Nieto, quien fue al parecer el responsable de “tunearlo” para que el vehículo estuviera más ad hoc con su imagen de galán internacional, playboy tricolor y seductor hombre de estado.

Visiblemente abrumado por el lujo y la ostentación, el entonces candidato, pero ya previsible presidente en ciernes, Andrés Manuel de Asís, lo incorporó a su retórica de campaña, asegurando que era oprobioso para el pueblo que el jefe del Ejecutivo Mexicano tuviera a su disposición un avión que en su imaginario era la envidia del entonces presidente norteamericano, Barack Obama (o sea que no podemos tener nada bonito).

Así que apenas asumió el poder, AMLO mandó el avión al aero-corralón nomás en lo que salía comprador y comenzó a trasladarse en aerolíneas comerciales, porque pues “la austeridat” (no obstante, otra de las primeras cosas que hizo ya como Presidente fue mudar la residencia oficial al Palacio Nacional y el decoro de la investidura lo dejaba en el avión cada vez que se dejaba retratar todo jetón y apretujado en un vuelo de Viva Aerobús).

Ni él soportó su teatrito por mucho tiempo. Hoy en día sólo vuela en aeronaves militares, lo que no resulta más económico o menos confortable. Viejo payaso.

El condenado avión se ofertó, se rifó, se ofreció para quinceañeras (es en serio) y sesiones fotográficas, mientras acumulaba polvo, deuda por pensión, por mantenimiento y naturalmente se depreciaba día con día.

Pero el Licenciado no daba su brazo a torcer (porque si se lo tuerce luego con qué va a macanear los días hábiles por la mañana). No cejaba en su empeño por rematar el armatoste volador porque él mismo magnificó el asunto al convertir al chingado avión en un símbolo de su movimiento.

Y como lo simbólico es lo más importante en este sexenio, pues a falta de resultados concretos, todo lo que puede ofrecerle a sus entusiastas son victorias en el terreno del idealismo (humillar a los adversarios, exhibir finanzas personales, erigirse moralmente superior), había que vender el avión sí o sí, aunque la operación resultara contraproducente al sentido de economía con que se promovió desde la campaña y durante la Presidencia.

El argumento es bien simple como todos los razonamientos del mandamás: los lujos, los privilegios, la ostentación desde el gobierno, es completamente inaceptable si el pueblo (o gran parte de la población) está en situación de pobreza (moderada, aguda, extrema o de fin de quincena).

Aunque no comulgo con esta demagogia y sus posturas son fácilmente rebatibles, vamos a suponer que es honesto en sus intenciones y que lo mueve un humanismo y un sentido de la justicia a los que al parecer son repelentes los mandatarios que le precedieron.

Significaría entonces que al benevolente, compasivo y humanitario patriarca tropical que tenemos la suerte de tener en la Presidencia lo que le interesa son las personas, le preocupan el sufrimiento de la gente, la desigualdad y los abusos de los regímenes autoritarios. Y qué mejor prueba de lo anterior puedo ofrecerle que la postulación para el Premio Nobel de la Paz que recibió AMLO de parte de ese influyente comunicador y líder de opinión, Carlos Pozos, mejor conocido en el ámbito periodístico como “Lord Molécula” (aunque en esta columna siempre le llamaremos “Lord Laméculo”).

Y si la motivación de AMLO es el humanitarismo y su preocupación el bienestar de la gente, si su lucha es por estrechar ese abismo que separa al pueblo más fustigado por la pobreza y la explotación, de la opulencia de las clases gobernantes... ¡Cómo chingados es posible entonces que sin ningún cargo de conciencia o pizca de responsabilidad social internacional haya vendido la mentada aeronave al gobierno de un país mucho más pobre que México!

¿Cómo puede llamarse humanista, si ese mismo oprobio que asegura le está evitando al pueblo mexicano se lo está procurando a otra pobre nación que está infinitamente más fregada que la nuestra?

Sólo para que se haga una idea, México es la 15 economía del mundo, mientras que la de Tayikistán es la 146. O sea, le transfirió la vergüenza y el símbolo de la desigualdad a un pueblo que va a resentir la ignominia por lo menos cien veces más.

Y si usted es tan cretino como para aducir: “Ese ya no es problema de México ni del Presidente López Obrador”, permítame colocarlos juntos, a él y a usted, en el mismo Salón de la Infamia donde sólo se llega por la falta de empatía, la ausencia absoluta de responsabilidad y la habilidad para fingir bonhomía con el único propósito de encubrir las motivaciones más egoístas y mezquinas.

El avión ya se fue a una nación todavía más pobre que la nuestra (aunque quizás allá también tienen indicadores más optimistas para medir su condición, como las sonrisas o la felicidad). Y si el que los gobierna allá es un tirano que ya tiene 30 años aplastado en el poder, tampoco importa: “¡Ha sido un placer hacer negocios con usted!”.

¡Así que a celebrar! ¡Chinguesú! ¿Qué importa cuánto le perdimos en esta transacción; qué importa que el problema ético no desapareció, sólo se lo endilgamos a alguien más; y qué importa que sólo los tiranos del planeta se dignen a hacer negocios con nuestro gobierno? El avión se fue y ya no es mi pedo!”.

¡Eso es humanismo de primera, ejemplar! ¡Inconfundible madera de Premio Nobel de la Paz!

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