El discurso de protesta de Claudia Sheinbaum, teñido de un guinda lopezobradorista, tenía contradicciones flagrantes. Su número de palabras fue de 4 mil 448; las cuales, analizo en su mayoría, por tema, prioridad y contradicción.
Mil 209 fueron dedicadas a la mujer con un común denominador “yo Claudia, soy la heredera de un legado histórico”, que hoy afirma un principio: “No llego sola; es tiempo de transformación y es tiempo de mujeres... con nosotras (llega) el pueblo de México, hombres y mujeres empoderados (a los cuales) la transformación les devolvió la dignidad, la libertad y la felicidad, y nunca nadie más se las podrá arrebatar”.
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Decirlo como presidenta es fácil; empero, ¿porqué ella nunca afirmó tal postura los seis años anteriores ante un presidente misógino y machista que despreció una y otra vez a la mujer, feminista o no, y ninguneó a las mujeres de su gabinete hasta el cansancio?
El siguiente párrafo confirma su frágil retorno a ese fallido feminismo. Con solo una diferencia de 81 palabras, Sheinbaum reafirmó en mil 128 de ellas, su rabiosa feligresía a la visión amloista para dar continuidad al segundo piso de la 4T.
Con fe religiosa, una Claudia inclinada en el confesionario ante AMLO, recitó y amplió el decálogo obradorista del Humanismo Mexicano.
En ese esfuerzo, Sheinbaum rebajó su dignidad como presidenta (con “a”) para asegurar que “aunque a él no le gusta que se lo digan (para millones) es el mejor presidente de México, el que inició ‘la revolución pacífica’ de la 4T”. Y, por ello, le dió “profundas gracias... por siempre. (Porque) Ha sido un honor luchar con usted. Hasta siempre, hermano, amigo, compañero, Andrés Manuel López Obrador”.
El emocionado beso de Claudia a la mano de Manuel Velasco, posterior a su toma de protesta, selló las contradicciones de su discurso feminista.
413 palabras fueron destinadas a saludar la presencia de dignatarios y representantes de países de poca relevancia económica para México con excepción de los enviados de Alemania, la Comunidad Europea, Canadá, Estados Unidos, China, Brasil y Chile. La mayoría no pintaba para más.
El rechazo global a AMLO, a su política exterior y, a la persona que consideran su “clon” fue crucial para entender la ausencia de mandatarios de los países más desarrollados del orbe.
Ante la respetada presencia de Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, Sheinbaum aseguró en 227 palabras (sin importar la desaparición de los organismos públicos autónomos, de un Poder Judicial autónomo y de una Comisión Nacional de Derechos Humanos inexistente) que habrá un Estado de Derecho en el cual “se respetarán los derechos humanos y (no se utilizará) la fuerza del Estado para reprimir al pueblo (...) (porque) cualquiera que diga que habrá autoritarismo, está mintiendo”.
Para cerrar la pinza de su aseveración, aplaudió la reforma al Poder Judicial para darle, a través del voto popular, “más autonomía e independencia” y acabar con su corrupción e impunidad.
En 445 palabras, Claudia reafirmó la permanencia de los programas sociales amloistas, añadió otros y enumeró algunas promesas de campaña; todo, mientras el cuerno de la abundancia presupuestal caía sobre su fértil imaginación.
Usó 300 palabras para reafirmar, con variantes, el sueño guajiro obradorista de alcanzar la autosuficiencia energética, petrolera y alimenticia.
En 281 palabras Claudia confirmó una política exterior similar a la de López Obrador -aislacionista, nacionalista y retrógrada. Y aseguró, de pasada que, a pesar de la taquicardia de Canadá, Estados Unidos e inversionistas extranjeros, el T-MEC continuaba firme.
Con 170 palabras y una herencia amloista de 200 mil homicidios dolosos y un país en el cual “cada 15 minutos una persona es privada de la vida”, reafirmó, en lo esencial, el modelo de seguridad pública amloista.
Sheinbaum cerró su discurso como militante morenista, aunque no, como presidenta de todos los mexicanos: “¡Que viva la Cuarta Transformación!” (gritó) y luego, “¡Que viva México!” (pero no el todos, sino el de la 4ª Transformación, pensó).