Las contradicciones para elegir a AMLO
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Don Feblicio tenía débil corazón. Sus padecimientos cardíacos abarcaban una larga patología: cardialgia, cardianastrofia, cardiastenia, cardiataxia, cardielcosis, cardiodinia, cardiomegalia, cardiosínfisis y cardieurisma. Sucedió que don Febilicio compró un billete de lotería, y lo dio a guardar a su mujer. Ella lo colocó junto a la imagen de Santa Rita de Casia, abogada de causas difíciles y desesperadas, y para mayor eficacia puso a la santita de cabeza, ofreciéndole volverla a la vertical si su marido se sacaba el premio. ¡Milagro! El billete de don Feblicio obtuvo el premio mayor. Sería Santa Rita, sería el azar, sería el azar disfrazado de Santa Rita o Santa Rita con disfraz de azar, el caso es que el número de don Feblicio fue el premiado. Su esposa le iba a dar la buena nueva, pero se acordó de la débil condición de la noble víscera de su marido (“Noble víscera”: dícese del corazón), y pensó que al recibir la noticia seguramente el pobre sufriría un síncope, telele, insulto, accidente o patatús. Así pues, llamó a un compadre de su esposo, hombre prudente, y le pidió que con mucho cuidado le dijera a don Feblicio que se había sacado el premio gordo de la lotería. El compadre visitó al afortunado, y hábilmente fue llevando la conversación hacia el eterno tema de la buena suerte. “Compadre -le pregunta con cautela-: ¿qué haría usted si se sacara el premio mayor de la lotería?”. Responde solemnemente don Feblicio: “Le compraría una casa a mi adorada madrecita, otra a mi querida esposa, aseguraría el futuro de mis hijos y dedicaría el resto del dinero a hacer buenas obras en beneficio de mi prójimo, para ganarme el aprecio de mis semejantes y merecer el Cielo”. “Pues, compadre -le dice el visitante procurando suavizar el mensaje-, tengo el gusto de comunicarle que Dios lo ha puesto en camino de realizar sus encomiables miras”. “¿Qué quiere usted decir?” -pregunta inquieto don Feblicio. Responde el otro: “Que se sacó usted el premio mayor de la lotería”. Al oír aquello don Feblicio dio un brinco, alzó los puños en alto, lanzó un tremendo grito de bravucón: “¡¡¡Ayjajajaaaay!!!”, y luego exclamó con aire fiero: “¡Prepárense, viejas, cantineros y tahúres, que a’i va su mero padre a enseñarles cómo sabe gastar el dinero un mexicano!”... Sin ánimo de ofender a nadie expresaré una idea que se me vino a la cabeza el día ya lejano en que López Obrador fue electo. Sobrado espacio encontró tal idea en mi cabeza, pues no había en ella ninguna otra que le disputara el sitio. He aquí la idea, que en su tiempo expresé en el más cortés posible: los intelectuales, académicos, mujeres y hombres cultos y personas racionales en general no cuentan para nada. ¿Por qué digo semejante cosa? Porque los ciudadanos pertenecientes a esos grupos de gente pensante se oponían a que AMLO llegara al poder, y sin embargo fue electo por aplastante mayoría de votos, pese a las argumentaciones, razonamientos y sesudas reflexiones de sus críticos. Observo yo esa situación, contemplo el horizonte de la próxima elección presidencial en México y hago el siguiente comentario: gulp... Llegó don Frustracio de un largo viaje. La primera noche su esposa, doña Frigidia, no aceptó sus amorosas sugerencias: le dolía la cabeza, dijo. La segunda noche también lo rechazó: estaba muy cansada. La tercera noche tampoco quiso: tenía que levantarse muy temprano. La cuarta noche, cuando don Frustracio le dijo en tono suplicante: “¿Ahora sí?”, le contestó doña Frigidia con indignación: “¿Qué clase de hombre eres? ¿Un maniático sexual?”... FIN.
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