Las encuestas, la otra competencia
En los tiempos del dominio del PRI se sabía que era normal una sobreestimación en las encuestas para el partido gobernante
Las intenciones de voto divulgadas por las encuestas presentan la idea de que la elección será día de campo para Morena y para su candidata presidencial. La respuesta de no pocos escépticos u opositores es poner en duda la veracidad de la información, a pesar de que la abrumadora mayoría de los estudios presenta resultados semejantes. Una encuesta convencional, se quiera o se dude, presentará cifras de intención de voto que dan una clara ventaja de Morena como partido y de Claudia Sheinbaum como candidata presidencial.
Cabe destacar que esto no es nuevo en el escenario electoral. En los tiempos del dominio del PRI se sabía que era normal una sobreestimación en las encuestas para el partido gobernante. Habrá de recordarse que en la elección de 2012 muchos de los encuestadores, los mismos que ahora publican la clara ventaja de Morena, presentaban resultados ampliamente favorecedores al candidato Peña Nieto, de 15 a 20 puntos. El fiasco sucedió también en las encuestas de salida a grado, tal que el coordinador de campaña, Luis Videgaray, a las 8 de la noche en Milenio Tv anticipó que el PRI obtendría mayoría absoluta en el Congreso. La diferencia fue considerablemente menor, el coordinador fue mal informado por seis casas encuestadoras que ratificaban la ficticia ventaja; sólo una casa fue precisa en el resultado.
El problema con las encuestas de intención de voto es que no siempre fallan, pero errores como los de 2012 o 2021 serían suficientes para tomarlas con mucha reserva. Recientemente, la mayoría de las encuestas no acertaron en calcular las cifras de la elección en el Estado de México.
El INE desde hace mucho tiempo ha convocado a la comunidad de encuestadores a debatir el tema. El problema es que privilegia en su convocatoria a los mismos, los que regularmente les da por minimizar el problema o quienes modifican los resultados en sus páginas una vez que concluye la elección. Se escamotea el problema porque los acusados son los jueces.
La realidad es que, con o sin razón, la industria sufre el descrédito sobre su imparcialidad. Sin embargo, el problema es más serio, más que parciales, hay una resistencia a reconocer una nueva realidad que vuelve disfuncional la manera como se realizan encuestas. Telefónicas, presenciales o digitales plantean distintos retos y su potencial se ve desmentido por resultados que con frecuencia ponen en entredicho su rigor predictivo.
Existen dos temas que impactan la confiabilidad de las respuestas de los encuestados, por una parte, la creciente inseguridad que se traduce en desconfianza; son muchos quienes rechazan ser encuestados y también hay dificultades en la encuesta domiciliaria para cumplir con la muestra porque cada vez son mayores los hogares a los que no se puede acceder. A la encuesta telefónica la ha complicado la extorsión y la que se levanta con telefonía móvil pierde rigor de muestra porque no hay certeza del domicilio de quien responde. Un problema adicional es que la encuesta aborda a la totalidad de la población y no quienes realmente van a votar.
Las encuestas electorales tienen un uso evidentemente predictivo. Sus lectores pretenden acceder a las pistas del resultado de la elección. Resulta ocioso la afirmación de que los resultados que se presentan sólo refieren al momento del levantamiento y no de lo que habrá de acontecer. Una encuesta de intenciones de voto pública es, se quiera o no, un pronóstico.
Una manera de tener una mejor idea del votante es recurrir al humor social. Con ello se puede tener un acercamiento al voto opositor que no se expresa con claridad en las respuestas a reactivos convencionales. Este tipo de ejercicios muestran tener mayor poder predictivo, especialmente en condiciones de polarización. El descontento o la ansiedad normalmente su curso es el voto opositor y no siempre se manifiesta en las encuestas de intención de voto.
Otra manera, lograr una mayor aproximación al posible resultado es inferir la intención de voto a partir de la consistencia en las respuestas sobre una diversidad de reactivos, a manera de identificar votantes definidos o duros, imprecisos o blandos y los cambiantes, llamados switchers.
La realidad es que las elecciones próximas no sólo será la manera de ratificar en el poder a un proyecto político, también a la industria demoscópica y las casas que desde hace tiempo han dominado el mercado a pesar de sus recurrentes desaciertos.