Las métricas del éxito de la Presidenta

Opinión
/ 2 octubre 2025

La elevada calificación del gobernante y los resultados electorales favorables al partido en el poder, no obstante los malos resultados, son indicativos de una sociedad en estado de indefensión por el deficiente escrutinio público y la ausencia de una deliberación de los asuntos relevantes del país

JUEGO DE ESPEJOS

Las métricas del éxito de la presidenta

Federico Berrueto

Complicado es responder sobre el buen estado de las personas, más de un país o un gobierno. Los números suelen ser referente, pero no lo dicen todo. Por ejemplo, algunos pueden asociar el buen estado personal a los ingresos, pero siempre habrá otros temas de mayor importancia, como la salud. López Obrador presidente, ante el fracaso del crecimiento que se mide con el PIB, habló de otra métrica que incorporara la felicidad. Buena idea en un país donde la gente dice estar feliz a pesar de sus dificultades sustantivas. Y si se indaga, las afirmaciones positivas son esencialmente defensivas o proyectan un anhelo, no una realidad.

En los medios, evaluando el primer año de gobierno de la presidenta Sheinbaum, se recurre a las encuestas de calificación presidencial y al tipo de cambio como dos criterios infalibles del desempeño. Sin duda importantes, como también es el ingreso de las personas, pero igualmente insuficientes. La salud de un país no la mide el tipo de cambio ni la satisfacción con quien gobierna.

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Las encuestas convencionales y su superficial lectura pueden ser un engaño. En el caso de estos años, la calificación es cierta, la mayoría de la gente estaba contenta con López Obrador y todavía más ahora con Claudia Sheinbaum presidenta. Sin embargo, en ambos casos, la evaluación de lo que hace el gobierno es distinta, y tratándose de corrupción o seguridad, dramática. Resulta sorprendente cómo los encuestados disocian al presidente o presidenta de los resultados del gobierno. El bajo crecimiento, la violencia rampante y la escandalosa corrupción son incontrovertibles.

Ahora queda claro que la calificación presidencial es buena para el calificado, no tanto para el que califica, que se explica por la propaganda oficial y la facilidad con que permea a las percepciones públicas porque la comparecencia mañanera del mandatario o mandataria se reproduce acríticamente en los medios de información. Las noticias pueden revelar corrupción, violencia, abuso y demás, pero la arenga de la mañanera cruzará el espectro social sin cuestionamiento mayor, a pesar de la posible violación a reglas básicas de convivencia, como ha sido la agresión a la libertad de expresión y la presunción de inocencia o el grosero despliegue de francas mentiras.

Así, la Presidenta afirma que México es el país más democrático del mundo, sin ningún estudio o valoración razonable que la avale; o como dijera el presidente López Obrador respecto al sistema de salud, como el de Dinamarca, o al fin de la corrupción. La gente cree no por razón o por convicción, sino por necesidad, actitud defensiva que se asocia al anhelo de estar mejor o, lo que es lo mismo, el derecho a la esperanza.

La elevada calificación del gobernante y los resultados electorales favorables al partido en el poder, no obstante los malos resultados, son indicativos de una sociedad en estado de indefensión por el deficiente escrutinio público y la ausencia de una deliberación de los asuntos relevantes del país, que remite a una crisis de la oposición y de los medios de comunicación en su tarea imprescindible de observar y evaluar al poder.

Respecto al tipo de cambio, su estabilidad o fortaleza descalifica no sólo al fatalismo, sino a quienes se instalan en la idea de que se vive en una crisis profunda. No es para descalificarse la métrica y no deja de ser factor de confianza en el país, no necesariamente en el gobierno. Se ha dicho mucho sobre las condicionantes del tipo de cambio, muchas con poca relación a lo que hace el gobierno, ejemplo, la transferencia significativa de divisas, no todas de origen lícito.

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Las estadísticas son un caleidoscopio en el que cada cual ve lo que quiere o le conviene. Tienen múltiples interpretaciones y enfoques, pero no dejan de describir una realidad compleja, como son las del crecimiento y las del empleo. Más complicadas son las del bienestar de las personas porque se pretende asociarlo a los ingresos de las personas. Más dinero y deterioro de la red de protección y equidad social pueden resultar fatales o desastrosas.

Otra práctica de discutible validez del pronóstico económico, recurrente y materia de otra colaboración, es afirmar que la política conspira contra la inversión, como el caso de un Poder Judicial parcial y ayuno de profesionalismo. El problema no es que no haya inversión, sino qué tipo de inversión se promueve bajo tales condiciones.

Licenciado en Derecho Facultad de Jurisprudencia UAC. Maestría y Estudios de Doctorado en Gobierno por la Universidad de Essex, Inglaterra.

Ha sido Catedrático en el ITAM; en el ITESM; en el CIDE; y en la Universidad Anáhuac.

En 1997 a 2000 titular de la Asesoría Política en la Presidencia del doctor Ernesto Zedillo.

Desde 2005 director general del Gabinete de Comunicación Estratégica

Columnista Juego de Espejos en Milenio Diario, Bloomberg-El Financiero y en SDP Noticias, Código Libre y en la Revista Peninsular. Coautor de varios textos en materia electoral y estudios históricos.

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