Las mujeres chinas que derrumbaron imperios

Opinión
/ 5 julio 2023
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Los personajes de la antigüedad son difíciles de estudiar porque, generalmente, hay más leyenda que historia. En otras columnas he hablado de artistas que únicamente conocemos a través de sus obras y algunos relatos, no siempre comprobables, de sus vidas. Como lectora disfruto estos “cuentos” un tanto fantásticos y me gusta seguirles la pista. Esta semana fue el turno de “Princesas y concubinas de China”, un curioso libro de Bernard Llewellyn. Al principio pensé que se trataría sólo de personajes femeninos, pero no fue así. La obra es una compilación de escritos sobre emperadores, princesas y otros protagonistas del mundo cortesano en los tiempos de las dinastías más famosas, como la Tang, y en épocas más contemporáneas (siglo XVII, por poner un ejemplo). Algunos nombres ya los conocía, como el de Qin Shi Huang, el emperador biblioclasta que mandó destruir todos los libros para que no hubiera historia antes de él. O la del poeta Li Po, una de las grandes luminarias de la literatura que por su amor a la bebida fue incluido dentro de los “Ocho Inmortales del Jarro de Vino”.

Ya he escrito en otros espacios acerca de las poetas prostitutas chinas. Casi todas fueron niñas huérfanas condenadas a su suerte, reclutadas contra su voluntad para servir de “compañía”, intelectual y sexual, de los hombres. El libro de Bernard Llewellyn incluye a las mujeres icónicas y más famosas, aunque no por célebres tuvieron una vida menos trágica. La cultura china fue dura con el sexo femenino. A pesar del machismo y la desigualdad, las mujeres audaces hicieron de las suyas: viajaron por el mundo, dieron clases magistrales de poesía y derrumbaron imperios.

$!Pintura de Zhou Wenju que ilustra a la hermosa Hsi Shih.

Llewellyn abre la lista de personajes con Hsi Shih, nacida en el siglo V a. C., a quien llama “La Cenicienta de Chulo” (que de Cenicienta tuvo muy poco). Desde muy joven, destacó en su aldea por ser muy hermosa. En la historia se le conoce como “la venus china”. En esos años había una guerra entre el rey de Wu, Fu Chai, y el rey de Yueh, Kou Chien. Este último, al ser vencido, planeó una venganza. Le enviaría a su oponente, “a modo de regalo”, a la damisela más bella para que lo distrajera de los asuntos del Estado. Así, Hsi Shih fue educada por tres años en la corte real de Hang-Cheu y luego llevada ante el rey de Wu. Todos los hombres se enamoraban de ella y el monarca cayó irremediablemente. Con el paso del tiempo, la joven logró su cometido de embobar al rey. Cuando su reino estaba en lo más alto de la crisis, ella notificó al gobierno de Yueh para que iniciara la invasión.

Al igual que Hsi Shih, como explica Llewellyn, existieron tres mujeres bellas que derrumbaron dinastías. La primera fue Mo Hsi, amada del tirano Chieh; la segunda T’a Chi, que enamoró al emperador de Chou Hsin; y la tercera fue Pao Ssu, concubina de Yu, emperador de Chou. Todas con una técnica similar a la de Hsi Shih. En este libro, el autor dedica un capítulo a dos concubinas cautivas, Wang Ch’iang y Hsiang Fei. Las dos fueron raptadas como botín de guerra y enviadas a países extranjeros. Fei era esposa de un gobernante. Era inteligente y ágil. Dicen que cabalgaba junto a su marido en los campos de batalla. El sultán lo asesinó y se llevó a la guerrera como botín. Ella siempre lo rechazó y, como las otras bellezas, perturbó al rey hasta que descuidó su reino. Murió asesinada bajo la orden de la esposa y la madre del sultán.

Hay otras historias en el libro, como la de Yu Hsuan-chi, una escritora pasional que tuvo muchos amores, bebía vino como los hombres y se atrevió a viajar por el país siguiendo a un amante. La acusaron injustamente de asesinato y fue condenada a muerte. Llewellyn, un filántropo que escribió sobre sus viajes a China, compiló los relatos que más le atrajeron. Tuvo la sensibilidad de combinarlos con poemas. Algo quedó del dolor de esas mujeres encerrado en los versos. La Dama Brillante dice: “Mi corazón está deprimido. / ¡Quién fuera una cigüeña amarilla / para poder volar a mi viejo hogar!”.

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