Las mujeres norteñas
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En el norte mexicano las mujeres han jugado un rol definitivo. Al final del día se les da el calificativo de matriarcas porque aquellas que fueron casadas y alcanzan el estado civil de viudas, refuerzan su condición de epicentro de sus familias. Las mujeres norteñas son recias y ejercen su poder en los círculos en los que se encuentran, son como estandartes vivos.
En cada familia hay una mujer a quien se recuerda por su carácter dominante, pero no necesariamente cuentan con esta característica exclusivamente, porque hay matriarcas que tienen un bello carácter y la suavidad propia de las damas.
Cuando la mujer procrea de manera paralela comprende a cualquier otra madre y particularmente reconoce en los niños y niñas que nacen un patrimonio colectivo que debe ser protegido.
Hace muchas décadas se hace necesaria la creación de una institución que arrope la salud física y emocional de la mujer en condiciones de inclusión. Es un buen síntoma del cambio de los tiempos que ahora se promueva una paridad para las personas que buscan escaños políticos en las legislaturas locales y federales de México; pero, ¿hasta dónde realmente existe la igualdad entre hombres y mujeres en la clase política?
La igualdad hoy aparece más que en el campo de la normatividad, pero he visto que las mujeres se están congregando para compartir su inteligencia y poder, lo que me hace asegurar que México podrá tener una de ellas al frente del País en este siglo que transcurre.
En el camposanto de lo que fuera la comunidad de San Francisco, en Múzquiz, Coahuila, observando las tumbas de mayor dimensión en sus lápidas aparecen nombres de mujeres, una de ellas, Beatriz de la Garza, quien fuera la novia de Lucio Blanco, memorable por su belleza y por haber sido enterrada con su traje de novia en el año de 1928 porque no resistió la muerte artera de quien sería su esposo. Otra mujer de apellido De la Garza fue María, quien aconsejó a su esposo Alberto Santos Villarreal a no dejar sus tierras ante la presión de las huestes villistas en tiempos revolucionarios y por ello fue colgado de uno de los abundantes sabinos que existen a los costados del río Sabinas. Ellos fueron los abuelos paternos del respetable cronista de Múzquiz, don Jesús Santos Landois.
En un paraje de este río, fui testigo de un acto de amor de una familia por su matriarca. En un recodo, en donde el agua fluía con levedad, los descendientes de doña Francisca Herminia de Hoyos Chapa de Santos, se despojaron de su calzado y con gran veneración esparcieron sus cenizas sobre el agua. Uno a uno tomó cuidadosamente cenizas, las besaron y luego con frases de agradecimiento fueron despidiendo a una mujer evolucionada, porque para su época doña Panchita abanderó causas que luego oficialmente se apoyaron, como la de ofrecer desayunos completos a los educandos en Múzquiz o la de crear una escuela para niños con capacidades diferentes. Además, fue pionera en el ambientalismo mexicano pues promovió la defensa del río Sabinas y de su flora, quizá por ello dispuso que sus cenizas se esparcieran allí.
Doña Panchita, desde temprana edad, se percató de que no todos los niños dormían en sus mismas condiciones. Que había infantes que no tenían el cobijo necesario, y tal vez cuando niña, viendo a las estrellas desde una carreta en los traslados de la cabecera municipal hacía San Francisco, se prometió un día hacer algo por los pequeños más desposeídos, y lo logró.
Ella fue, a la muerte de su marido, una matriarca muy amada por su familia y generosa con todos sus descendientes. De origen coahuilense, deja su estampa señera en el recuerdo de quienes la conocimos, pero sobre todo deja una estela de buenas obras que continúan vigentes. El Cabildo de Múzquiz, Coahuila, nombró a doña Panchita ciudadana distinguida el pasado viernes 24 de septiembre. Honrar, honra, como señalara José Martí.