Las perras de AMLO; renunciar a la razón para defender dislates

Opinión
/ 26 septiembre 2023

El Presidente no tiene enemigos, pero lleva cinco años recordándonos todos los días y desde que Dios amanece a sus adversarios.

Llámese Loret o Calderón, Claudio X, el Grupo Reforma y toda la prensa fifí, los Estados Unidos, los conservadores, la clase media aspiracionista... Lo cierto es que para ser alguien sin enemigos, el Presidente le dedica a sus rivales demasiado tiempo, energía, cabeza y recursos públicos.

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Pero AMLO es como un chihuahua que, por más que ladre, jamás emprenderá una acción legal contra ninguno de estos grupos o personajes porque le sirven como antagonistas de su discurso mitológico en el que él defiende a los oprimidos de esa temible legión de supervillanos. Nada pasa jamás del plano de lo simbólico porque López Obrador no llegó a la Presidencia para hacer justicia ni para arreglar absolutamente nada, sino para construir su fábula, su mito, su leyenda.

Pueden dormir tranquilos Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y no se diga mi tocayo hermoso, el Príncipe de Atlacomulco, Enrique Peña Nieto, que ninguna pesquisa o investigación se iniciará en contra de ellos ni de sus respectivas administraciones.

A cambio de dicha impunidad, sin embargo, el actual emperador les exige servirle de comparsas en su radioteatro, en el que él los golpea con el imaginario Chipote Chillón de la Transformación y ellos en respuesta se hacen los policontundidos.

“That’s sounds fair enough”, como dicen los gringos. Parece un trato justo, ser pintado como uno de los Monstruos Clásicos de Universal (Drácula, la Momia, el Hombre Lobo, Frankenstein −sí, ya sabemos que es el nombre del doctor−), a cambio de seguir viviendo en la más chicha riqueza y el más impune confort.

A fin de cuentas, el único obsesionado con pasar a la Historia como un prócer es el propio Andrés Manuel, y hasta eso, ya se ve poco probable que lo consiga.

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Pero no se confunda: el Grand Tlatoani es capaz de una enorme crueldad y de infligir un indecible dolor, no en sus adversarios, sino en la gente que más le adora.

Y son precisamente aquellos que ponderan como verdad divina y absoluta cada palabra que profiere el hacendado de La Chingada, quienes más sufren por esta misma causa ante su más fría indiferencia.

Los amlovers y “amlievers” no han hecho otra cosa que creerle y, de ser necesario, obedecer al Sumo Pontífice de la Transformación y éste, sin embargo, les paga con penurias y duras pruebas para su fe. Se dice que Dios le da sus peores batallas a sus mejores guerreros, pero el Tropi Mesías le da sus peores dolores de cabeza a sus chairos más incondicionales.

A veces hasta me da por pensar que se trata de un perverso fetiche del mero Chimengüenchón de Palacio, una onda sado-erótica con la que se prende bien duro el canijo, nomás de puro ver cómo sus minions de primer nivel, de medio pelo y de a pie, pasan las de Caín para explicar, según sea el caso, el pensar, sentir o proceder del Presidente con mejor promedio de bateo desde Benito Juárez.

AMLO es perfectamente consciente de que su inmunidad reside en su elevadísima popularidad. Es decir, no se siente obligado a dar muchas explicaciones sobre lo que dice o hace, ya que por él hablará un nutrido segmento de la ciudadanía. Las maromas (entiéndase por estas la distorsión necesaria de la realidad para no hacer quedar a AMLO como un tirano, un corrupto o un inútil) corren por cuenta de quienes se autoimpusieron desde hace mucho la misión de defenderlo a costa de lo que sea, incluso de su propia cordura.

AMLO no tiene que pagarle facturas a la opinión pública, ya que un amplio sector le otorgó un cheque en blanco, y a quienes no le concedieron tal voto de credibilidad absoluta simplemente los coloca en una categoría de infrahumanos a los que no vale ni siquiera la pena el esfuerzo de articularles una respuesta.

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AMLOVE puede permitirse las declaraciones más temerarias, insensibles, desinformadas, inexactas, maliciosas o embarazosas; lo mismo que las acciones más negligentes, ilegales, anacrónicas, autoritarias, desatinadas y contradictorias. Rara vez tendrá que rendir cuentas por algo de ello.

Pasarán más aceite, quemarán más neuronas, ofrecerán más profundas y detalladas explicaciones aquellos que apostaron por él, con tal de demostrar que no le empeñaron su vida a la causa equivocada.

Y aunque parezca que lo hacen alegremente, debe haber una buena dosis de sufrimiento en el tratar de recomponer, cada día desde muy temprano, el pensar y proceder del Presidente más holgazán, indolente, desaseado y rupestre del que tenga memoria la Historia de México.

Hace unos días la diputada y prostituta por Morena (es decir, diputada por Morena, la prostitución la ejerce como agente libre), María Clemente García, se vio envuelta en una reyerta en plena sesión legislativa con miembros de la bancada opositora.

Hubo golpes e insultos. La legisladora, haciendo gala de su infantiloide y pandilleril conducta que le caracteriza, llamó “perra” a una de sus adversarias. Y no, no le dijo “pesha”, así bonito, como cuando nos hablamos en confianza con una buena comadre; le dijo “perra” con todas sus erres.

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Y cuando la “diputrans” fue llamada a responder por ello, para atenuar su situación, ella misma se asumió “perra”, una “perra de AMLO” al servicio y la defensa de la Transformación.

Sin mucho empacho, la diputada renunció a su dignidad y se asumió perra, que bien puede ser la condición de una mascota, pero también es el término con que se violenta a las mujeres en estado de sumisión bajo la explotación de un padrote.

¡Vaya que fue gráfica! Pero también honesta. En efecto, es un término acertadísimo para describir a quienes renuncian a la realidad más objetiva y con ella a su categoría de seres pensantes y autónomos, con tal de defender los dislates de alguien que no daría por ellos ni la propina que dudosamente deja en los puestos de garnachas donde tanto le chifla taponarse las arterias.

Todos conocemos a alguna “perra de AMLO”, alguien que al igual que María Clemente García renunció voluntariamente a la razón y a su condición humana para ladrar apologías sin sustento, con tal de recibir un día la caricia del amo.

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