El Tec no es cantina... le falta la botana y la hora feliz

Opinión
/ 21 septiembre 2023

Me entero no sin cierta nostalgia que están rematando la vieja combi de la otrora Escuela de Ciencias de la Comunicación, hoy Facultad (¿en serio necesitaban un postgrado? ¿No les bastó con destrozar las ilusiones de sus padres desde la licenciatura?).

El vehículo oficial de nuestro glorioso plantel era auxiliar indispensable para las producciones que realizábamos como estudiantes pendejos, pero eso sí, muy motivados y llenos de ilusiones.

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Transportar equipo, utilería y “crew”, como a menudo se requería, era impensable para la mayoría de los estudiantes, por lo que la Escuela tenía su vehículo oficial, ya le digo, un vehículo utilitario de la Volkswagen, o combi, de la cual me gustaría decir que utilizamos siempre de manera responsable, pero...

¡No me juzgue ni me mire así!

Después de todo, la Carrera en Comunicación no es otra cosa que un intento por encauzar a las mentes más creativas por una senda medianamente productiva y funcional para que todo ese torrente creador no acabé por allí, al servicio de las fuerzas del mal, buscando dominar al mundo o así.

De manera que sí, tal vez... pudiera ser que en alguna ocasión nos hayamos ido por allí de juerga en el vehículo oficial.

¡Pero es que también qué puntadas de la Dirección! Mire que adquirir una combi. ¡Una combi! Sabiendo de la reputación de la que gozan después del Verano del Amor del 67 en San Francisco.

Se dice que después de ese festival hippie de LSD y amor libre, las combis quedaron malditas, por lo que no es raro que sus ocupantes comiencen a escuchar voces (con la canción “Sunshine of your Love” de fondo) que los incitan a ponerse “chuckies” con lo que tengan a la mano y a practicarle el delicioso a lo que sea que se mueva.

Pierda cuidado que a mí no me hicieron el amor, sólo me puse pedo y me quedé dormi... ¡Esperen... Qué!

Desde luego, jamás admitiré ante un jurado todo esto que le cuento y aduciré en todo momento que lo aquí narrado fue con fines meramente explicativos y de entretenimiento.

Por todo lo anterior, como que no me quedaría el escandalizarme por el consumo de alcohol en esta escuela o en aquella, en este o en aquel espacio público.

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De hecho me parece que somos demasiado mojigatos con el consumo de alcohol. En otras ciudades he podido asistir a conciertos orquestales al aire libre, donde uno puede llevar su picnic, botella de vino incluida, y nadie se escandaliza porque nadie se pone realmente como araña.

Lo que tampoco significa que esté de acuerdo o avale el consumo de alcohol en todo momento o circunstancia; nunca si estamos conduciendo un vehículo, tampoco si estamos conduciendo un país (¿verdad, Calderón?).

Me atrevo a pensar que la inconformidad de los estudiantes del Instituto Tecnológico de Saltillo no es de índole moralina, no es el consumo de alcohol per se, sino la forma en que se hicieron las cosas.

Haber reservado la explanada del plantel como área bar VIP para la plana mayor del Gobierno local y hacer sentir a los propios estudiantes y personal docente como chusma en su propia institución, no es lo más inteligente en estos tiempos en los que un agravio como este se replica de manera viral en redes sociales.

Pero los estudiantes del Tec saltaron de la arena virtual al mundo real para manifestarse presencial y masivamente, haciendo una serie de reclamos añejos bajo la bandera de la indignación reciente.

Sus exigencias me parecen legítimas todas: como que la Dirección no le ha permitido a la comunidad estudiantil hacer actividades económicas “para no dañar el decoro del inmueble”; lo que no tiene sentido si la misma dirección le pone la alfombra roja a la Corte del gobernador para que celebren como la realeza que son, atendiendo a su magno evento (¡guácala!) desde el lugar más privilegiado como lo ordena su alcurnia.

Se habla de algunos daños al inmueble, lo cual agravaría la vergüenza y la deuda del Gobierno estatal, pero no me consta si hubo tal perjuicio.

Al parecer la directora del ITS, cuyo nombre me da flojera consultar, no es del todo popular tampoco entre la población estudiantil, pues habría llegado de alguna manera al cargo con el respaldo del Gobierno estatal, como ocurre y ha ocurrido siempre con las instituciones coahuilenses que se supone deberían ser autónomas.

Así que, ya que están organizados, si los estudiantes deciden libre y mayoritariamente deponerla para convocar a elecciones o como sea que elijan a sus directores los futuros ingenieros, pues les deseo suerte, no me opongo en absoluto.

No faltó desde luego el menso que salió a repetir aquello de “No politicen” (creo que fue ahora el tal Lalo Olmos). Pero politizar no es el problema cuando los reclamos son genuinos; y si un partido se colgó ahora de las demandas de los estudiantes, sabemos bien que el PRI, en su lugar, habría hecho lo propio.

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La gran lección al final del día es para el Gobierno local que debería entender que la gente del siglo 21 ya no traga muy bien las ínfulas de realeza que históricamente se han dado. Tratar a los ciudadanos como vasallos tendrá cada vez menos cabida en la sociedad, especialmente entre una generación de jóvenes que siente tan poco apego por estas jerarquías.

Vale para el gobierno saliente como para el entrante: el PRI ya perdió una vez en Coahuila, en 2017 (no tengo pruebas, pero ni falta que me hacen). Si salvó la elección de este año fue sólo por el enorme repudio que prevalece en Coahuila hacia el “proyecto” (?) federal y porque el partido oficial del Presidente en realidad no presentó ningún candidato.

Para comenzar a tender un buen diálogo con la ciudadanía, ojalá nos ahorren estos espectáculos de monarquía decadente y pueblerina.

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