Las religiones frente al problema de la pederastia
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Los ataques sexuales, se ha dicho en múltiples ocasiones, constituyen uno de los actos más abominables que pueden cometerse en contra de un ser humano. Pero
si tal hecho es reprochable
en cualquier caso, lo es más cuando se perpetra en contra de una persona menor de edad.
Adicionalmente, cuando el ataque es perpetrado por alguien que aprovecha una condición de autoridad que le otorga, por ejemplo, el ser un pastor religioso, el grado de reproche es aún mayor y, por ende, el castigo debiera ser proporcional.
El comentario viene al caso a propósito de lo declarado ayer por el nuncio apostólico en México, Franco Coppola, quien ha admitido que por mucho tiempo la Iglesia Católica “se equivocó” al definir la ruta para enfrentar los casos denunciados en contra de sacerdotes.
Ahora, dijo el prelado, la religión que representa “tiene todo un camino y un procedimiento para castigar a quienes han cometido esta falta”.
Reconocer que en el pasado se siguió una ruta equivocada para atender las denuncias de abuso sexual por parte de sacerdotes, sin duda es un primer paso importante para rectificar y, sobre todo, para establecer acciones preventivas que impidan el surgimiento de nuevas víctimas.
En este sentido, Coppola ha dicho que se han diseñado estrategias para que los sacerdotes sean formados en el respeto a los demás y ello implica, entre otras cosas, que sean capaces de refrenar sus impulsos e impedir que sus actos dañen a otras personas, particularmente menores.
Sin embargo, siendo lo más importante evitar nuevos hechos de pederastia, un elemento indispensable en este proceso es que se castiguen conforme a
las leyes civiles los casos que
ya se han registrado, a fin de convertir a estos procesos en un disuasor eficaz.
Y para lograr esto, las autoridades eclesiásticas deben colaborar con las autoridades civiles a fin de que se denuncien e investiguen los ataques sexuales perpetrados por sacerdotes.
No solamente la jerarquía católica, desde luego, debe asumir esta posición, sino la de todas las religiones pues, aunque la incidencia es menor en otros cultos, también se han denunciado casos de este tipo.
En general, de lo que se trata es de que los líderes religiosos
–al igual que debemos hacerlo todos los miembros de la sociedad– asuman una posición a favor de las víctimas, es decir, que no se proteja a los victimarios de forma alguna a partir de un falso sentido de “protección de la Iglesia”.
Reconocer que se ha seguido una ruta equivocada para enfrentar el fenómeno implica, en última instancia, asumir que las víctimas han sido violentadas no solamente por quienes han abusado de ellas, sino también por la comunidad que debiera protegerles y defenderles.
Porque sólo si se asume una posición de este tipo lograremos que la pederastia termine siendo, en el plazo más breve posible, sólo un mal recuerdo.