Las vírgenes terrestres y sus descendientes
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A Marianne Toussaint, ahora
Sin acostumbrarnos, ni conceder. Hacer visible. Aquí está la descendencia. Decir verso por verso en alto, que se haga doblemente la luz en ellos que son luz, tragos de libertad, nutrimento de la filosofía y cuestionamiento de una psique habitual. El poemario Las Vírgenes Terrestres, escrito por la infaltable poeta coahuilense Enriqueta Ochoa (1928-2008), se publicó por primera vez en 1952 y fue prohibido por “imoral” desde el púlpito de una iglesia católica en Torreón, lugar de nacimiento de Ochoa. Se solicitaba la quema del libro.
Cuenta Marianne Toussaint, escritora e hija de la poeta, que un grupo de señoras de buena voluntad, fue a hablar con el padre de Enriqueta a solicitar que Enriqueta manifestara arrepentimiento y destruyera el libro. Su padre les respondió algo parecido a esto: un libro es como un hijo, sería terrible pedirles a ellas que se deshicieran de un hijo aún y cuando este fuera deforme.
Aquí un poema de Las Vírgenes Terrestres: “¡Mentira que somos frescas quiebras cintilando en el agua!, / que un temblor de castidad serena / nos albea la frente, / que los luceros se exprimen en los ojos / y nos embriagan de paz. / ¡Mentira! / Hay una corriente oscura disuelta en las entrañas / que nos veda pisar sin ser oídas / y sostener equilibrio de rodillas, / con un racimo de luces extasiadas / sobre el pecho.”
Esta obra conformada por un introito y siete partes, es un canto de distintas tonalidades a la vida, desde la condición femenina. En su momento rompió con tabúes. Pero atendamos al punto que nos convocó en la Feria Internacional del Libro de Monterrey el pasado miércoles 12 de octubre, a donde acudimos la propia Marianne Toussaint, la poeta Claudia Berrueto y yo, para hablar de “Encontrar lo insólito en lo cotidiano”, relativo a la obra de Ochoa. Fue una invitación hecha por la escritora Sylvia Georgina Estrada que permitió iluminar su obra.
Además de las referencias a la biblioteca familiar destacadas por Toussaint, cuando su madre quitaba pequeños clavos que sostenían pantallas de cristal cuadradas de un librero antiguo, para tomar en secreto todo tipo de saberes (bíblicos, masónicos u homéricos), pudimos escuchar la voz de asistentes cuyos trabajos académicos de licenciatura de doctorado, versaban sobre la obra de Enriqueta Ochoa.
Y esto insólito en lo cotidiano es la Enriqueta misma, quien a los 9 años comenzara a escribir poesía y a trabajar, a la manera de la familia -la cual era relojera y orfebre-, grabando sobre metal, para poder pagar la edición de tres números de la revista Hierba (1952-1953). Su primer libro fue Las urgencias de un Dios en 1950, incluye poemas generados entre los 19 y los 22 años. Fue profesora de literatura y viajante no necesariamente por su voluntad, a parajes tan diversos como Xalapa, Poitiers y Rabat.
Quiero citar un fragmento del ensayo escrito en 1992, por la Dra. Esther Hernández Palacios de Méndez de la Universidad Veracruzana: “Ciertas corrientes gobernadas por ideologías pueden pretender apropiarse de esta poesía, pero ella, la poesía y Enriqueta Ochoa, no tiene propiedades. No sólo es ingobernable, sino metahistórica, aunque tampoco sería justo desubicarla del mundo y lanzarla al etéreo ámbito de lo femenino donde la medianía ha inventado la palabra poetisa. Ella es poeta, como la española María Zambrano es filósofa, lo que se reivindica no es el género, sino la intensidad.”
La poesía de Enriqueta Ochoa estuvo bordada de silencio, como lo referenciara Hernández Palacios: “ su obra no fue incluida en ninguna de las principales antologías poéticas publicadas a partir de 1960. Ni Poesía Mexicana 1950-1960 de Max Aub, ni Poesía en movimiento de Octavio Paz et al., ni Poesía mexicana 1915-1979 de Carlos Monsiváis, ni Ómnibus de poesía mexicana de Gabriel Zaid dieron cuenta de su existencia”. Fue hasta el 2008 que el FCE publicó su antología bajo el nombre de Poesía reunida. El mismo año en que recibió la Medalla de Oro Bellas Artes y que en Coahuila se le dio la Placa de Oro como hija predilecta de Coahuila, como una caricia para cerrar la herida del destierro moralino que le quiso imponer. Ese fue también el año de su muerte.
La poesía de Ochoa es la transmutación, la metafísica del sentimiento. Leerla altera los tiempos de los relojes con el ritmo de su propio mundo interior.
La palabra virgen puede provenir también del latino vir, relacionado con la maduración y el dar frutos, y con el helénico gyn que significa mujer, lo que se puede interpretar como mujer en proceso de maduración.