Los fanatismos son peligrosos, y en el deporte no son la excepción
Una señora llegó con el Lic. Ántropo y le dijo: “Abogado: vengo a verlo porque mi esposo murió intesticulado”. “Querrá usted decir ‘intestado’” −la corrigió el jurisconsulto−. “No −replicó la señora−. Mi marido hizo testamento. Estoy hablando de lo que perdió en el accidente”... “El futbol es el mayor crimen que Inglaterra ha cometido contra el mundo”. La frase pertenece a un hombre nacido en Argentina, país donde el futbol es casi religión, y que además amaba a Inglaterra: Jorge Luis Borges. Aparte de los fanatismos religiosos, ejemplo entre los mayores de la barbarie humana, los fanatismos deportivos son los más peligrosos. Y los del futbol tienen particular encono. Con frecuencia son los jugadores los que ponen el mal ejemplo al público. Yo no sé mucho de futbol –de hecho no sé mucho de todo lo que hay que saber algo−, pero pienso que en el deporte debe privar siempre otro invento de los ingleses, el fair play, que impone el buen trato al adversario y la práctica de la caballerosidad y cortesía en el juego. Ese deber no sólo obliga a los jugadores, sino también al público y a todas las partes que de un modo u otro están involucradas en el deporte, en su práctica o administración. He visto con pena que en ocasiones, cuando algún equipo infantil está jugando, son los padres y madres de los niños quienes peor se comportan: insultan al árbitro; gritan porras ofensivas contra el adversario; maldicen groseramente en la derrota o celebran el triunfo con altanería. El deporte puede ser valiosa vía para la educación tanto de las personas como de las sociedades, y aun para el fomento de su armonía, como se ve en los Juegos Olímpicos, tanto que en los de París se repartirán miles de condones. Hacer del deporte un fanatismo es degradarlo... Florisela, jovencita adolescente, se compró un vestido en una tienda. Minutos después llegó de nuevo al establecimiento. Le dijo a la encargada: “A mis papás les gustó el vestido. ¿Lo puedo cambiar?”... Aquella señora le preguntó a su esposo: “Si un día llegaras a la casa y me encontraras en la recámara con otro hombre, ¿qué harías?’”. Respondió sin vacilar el tipo: “Saldría corriendo de la habitación”. “¿Por qué?” −preguntó desconcertada la señora−. Explicó el majadero individuo: “Podía morderme el perro lazarillo de invidente”... Aquel muchacho se presentó a sí mismo: “Me llamo Encore Ventúrez” −dijo−. “¿Encore? −se extrañó la anfitriona−. Qué raro nombre. ¿Por qué te bautizaron así tus papás?”. Explicó el joven: “Eran músicos. Formaban un dueto de violín y piano, y yo no estaba en su programa”... Don Languidio, caballero senescente, le comunicó a su esposa: “¡Te tengo una buena noticia! ¡Compré una de esas camas de agua que salen en las películas eróticas!”. Respondió ella con tono desdeñoso: “Pues te diré: a juzgar por la forma en que te he visto últimamente, de lo único que va a servir esa cama es de tinaco”... Un señor adquirió un billete de lotería. “Si me saco el premio mayor –le comentó a su hijo–, ¡París, champaña, mujeres hermosas!...”. Preguntó el muchacho: “¿Y si no te lo ganas?”. “Entonces lo de siempre –farfulló el incivil y grosero genitor–. Cuitlatzintli, tepache, tu mamá...”... Don Picio y doña Uglilia, los esposos más feos del condado, iban por la calle con sus dos pequeños hijos, niño y niña. Ambas criaturas eran hermosísimas: el niño un querubín; la niña una muñequita encantadora. Los vieron pasar unas señoras, y una de ellas comentó sorprendida: “¿Cómo es posible que de un hombre y de una mujer con semejantes caras hayan nacido esos niños tan hermosos?”. Don Picio escuchó aquello y acotó enojado: “Señora: no los hicimos con la cara”... FIN.
TE PUEDE INTERESAR: La religión debe ser en dosis adecuada