Los impresentables de la política y gobierno en México

Opinión
/ 7 julio 2024

En últimos tiempos hemos escuchado y leído una y otra vez sobre lo que primaveralmente han denominado “impresentables”. Entro en el área de la suposición y desde ahí –perdón, si falló en la suposición, ya ni lea lo demás– trataré de comenzar mi reflexión dominical. Vamos a ver si empatamos el concepto.

Por “impresentable” se entiende una persona que no es digna de confianza, que ha faltado a la integridad y a sus promesas, que trae una cola larguísima que le pisen o simplemente que en algún momento de su vida sus acciones no han sido compatibles con el “deber ser”.

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Lo “impresentable”, por tanto, se enmarca en terrenos de la moral (saber práctico) y la ética (saber filosófico-normativo). Y tiene que ver con la simulación, la hipocresía, el doble discurso, la mentira, el engaño, la desconfianza, la sospecha, la falta de credibilidad, el descrédito, la manipulación, el apoderarse de bienes que no le corresponden, el que no es solidario teniendo o no las posibilidades de serlo, el que no cumple con lo acordado, el que rompe cualquier tipo de acuerdos, el que pervive en la corrupción, el cínico, el tramposo, el tracalero; en fin, más lo que usted le quiera agregar.

El concepto no sólo se suscribe al tema deontológico, sino también al político, dimensión donde pervive una de las prácticas profesionales más desprestigiadas, donde a quienes la practican no se les ven ni las más mínimas intenciones de cambiar; por supuesto, me refiero a los políticos y al espacio en el que ellos habitan, los partidos. No me diga que no, para muchos, política y corrupción son sinónimos.

Andan por todos partes: en la empresa, en las organizaciones, en la farándula, en las iglesias, en las universidades, en todos los sectores, en los medios de comunicación social, en el Poder Judicial; no sólo en la dimensión política, el problema es que aquí es donde se dejan ver con más intensidad por la intensidad del farol.

Entonces, cuando se habla de los “impresentables” se habla de esa especie de seres humanos a los que les ha importado muy poco la decencia, la responsabilidad, la honestidad, la vergüenza personal, la sinceridad y, de forma holística, la integridad.

Para no perder la geografía, en todos los partidos, gobierno y Poder Judicial caminan, perviven y se contonean cínicamente sin conciencia y como depredadores, esperando dar el siguiente golpe. No importa cuándo, no importa a quién, no importa cómo; en el fondo el ego, el egoísmo, la falta de solidaridad con los otros, el importapoquismo, el olor a sangre y la ganancia es lo que puja. Nombres son los que sobran en un país plagado de injusticias como el nuestro.

Si le digo un partido y le pido tres nombres de “impresentables” no tardará en dármelos; si hablamos de expresidentes de la República, pasará lo mismo, de exgobernadores, de senadores, diputados, lo que sea, usted tendrá una larga lista. La coherencia entre el antes y el después en su vida política es la evidencia más nítida de su existencia.

Otros de los atributos de esa especie es que han desarrollado un caparazón más duro que el de las tortugas que nada les hace, una conciencia a prueba de balas que nada les complica, donde nada les hace sentir mal. Carecen de autocrítica y de responsabilidad, se volvieron inmunes a cualquier señalamiento; los culpables, siempre, son los otros.

Con los porcentajes obtenidos en las últimas elecciones, usted los volverá a ver. Andarán en la rebatinga de los “pluris”, acuérdese que el que se mueve no sale en la foto (cfr. don Fidel Velázquez) y ahí hay que estar. En un país donde sus habitantes son de corta memoria, ni quien se acuerde de las tropelías que hicieron en otro tiempo. ¿Le digo nombres? Algunos serán senadores, otros diputados, algunos más en los gobiernos estatales, municipales y en el gabinete presidencial, qué penita. Y la credibilidad, la confianza, la transparencia, bien gracias.

Pago de cuotas, de piso, cumplimiento de promesas, cualquier cantidad de razones tendrán quienes se reparten el botín del poder para justificar la presencia de quienes en otro tiempo también estuvieron y fallaron, fueron nombrados e incumplieron, fueron titulares de alguna cartera y defraudaron inflamándose los bolsillos o simplemente estuvieron y no hicieron absolutamente nada por la ciudadanía.

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¿Quiénes son los “impresentables” en el gabinete de la candidata electa a la Presidencia de México? ¿Quiénes son también en las designaciones al Senado, a la Cámara de Diputados por parte de los partidos con sus porcentajes y de manera particular ocupando los llamados plurinominales? Con esto último, pareciera que es el nicho, el espacio. Ahí donde los partidos se reservan de manera cínica y opaca el “nos reservamos el derecho de admisión”. ¿Hay “impresentables” en los gobiernos locales? De ahí la importancia de la meritocracia.

Probablemente quienes los “presentan” le apuestan a la pobre memoria de la ciudadanía, sin darse cuenta que el desprestigio de los “impresentables” invariablemente acabará salpicando, siempre para mal, a quienes no han entendido que bajo ningún motivo es sostenible ya una estructura de gobierno plagada de personajes que no piensan en plural y que la chamuscada que se dieron en algún momento, será un estigma imborrable para los gobiernos y partidos que los proponen. Así las cosas.

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