Este 31 de diciembre todos asistiremos a un funeral, ¿de quién? De nuestros sueños, ilusiones, propósitos y buenos deseos de lograr todo lo que nos propusimos en el año. Así es, mis estimados lectores, este 31 de diciembre se acabó el tiempo, lo que no hizo o pudo lograr en todo el resto del año, llegándose esta fecha, valió madres. Porque este 31 de diciembre es Año Nuevo.
¡Oh, el Año Nuevo! Ese glorioso momento en el que la humanidad se reúne para celebrar con entusiasmo la oportunidad de cometer los mismos errores una vez más. Es el momento perfecto para hacer promesas que sabemos romperemos, para establecer objetivos que olvidaremos en febrero y para abrazar cambios que no durarán más allá de la primera semana.
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Es esta festividad mágica donde nos unimos en un pacto colectivo para romper las promesas que aún no hemos hecho. Como si de repente, cuando el reloj marque la medianoche, todos nos convirtiéramos en aspirantes a superhéroes con capas de resoluciones imposibles.
Aquí es cuando las calles se llenan de personas decididas a hacer ejercicio, comer sano y aprender un nuevo idioma en sus ratos libres... al menos, hasta que encuentren la comodidad del sofá y las tentaciones de la comida rápida.
No podemos olvidar la infame “fiesta de año nuevo”, donde se espera que nos divirtamos de manera desenfrenada, con comida por todos lados y la excusa perfecta para lucir trajes elegantes que nunca volveremos a usar, y bailar como si no hubiera un mañana, hasta que, bueno, llegue el mañana y nos demos cuenta de que la crudita es muy real y muy presente. De eso no tengo muchas quejas, pero ¿y los regalos? No hay regalos, eso es un muy mal diseño de fiesta. El punto es que aquí celebramos como si la presión social por disfrutar fuera directamente proporcional a la cantidad de fuegos artificiales que se lanzan.
Pero claro, esta celebración anual es como un concurso mundial para ver quién puede hacer más ruido y estallar más fuegos artificiales. ¿Por qué no dar la bienvenida al nuevo año con estruendo y caos? ¡Claro, eso seguro que garantiza doce meses de tranquilidad y paz! Y es que nos encanta adornar el aire con fuegos artificiales mientras el mundo entero se pregunta si en realidad hay alguna diferencia entre el 31 de diciembre y el 1 de enero, aparte de los calendarios agotados que ahora se cambian por unos nuevos que nadie utiliza después de febrero.
Y luego llegan las interminables listas de resoluciones. Las resoluciones de Año Nuevo son la tradición más adorable, ¿no? Es tan tierno ver cómo la gente decide dejar de procrastinar o ahorrar dinero cuando todos sabemos que la procrastinación es un arte y que el dinero está destinado a ser gastado en cosas innecesarias.
Este inventario detallado de actividades que pretendemos llevar a cabo durante los próximos 365 días no es más que un recordatorio de las cosas que abandonaremos sin piedad antes de que acabe enero. ¿Quién necesita gimnasio cuando puedes tener una lista de propósitos de año nuevo que te haga sentir culpable de la misma forma?
Y por supuesto, una de mis favoritas, el clásico “nuevo año, nuevo yo”. Es increíble cómo cambiará todo en la medianoche del 31 de diciembre. Las personas se despiden de su antiguo yo como si fuera un viejo pantalón desgastado y abrazan su “yo” nuevo y mejorado, listo para conquistar el mundo... hasta que llegue la resaca del día siguiente y se den cuenta de que siguen siendo la misma persona, sólo que con un poco más de confeti en el pelo y más viejos pero, por desgracia, a veces no más sabios.
Oiga y no nos olvidemos del conteo regresivo. ¿Qué sería de la entrada al Año Nuevo sin un recuento agónico de los últimos segundos del año anterior? Es como si el universo estuviera esperando con aliento contenido para ver si realmente logramos darle la bienvenida al nuevo año sin estropearlo desde el principio.
En resumen, el Año Nuevo es esa temporada encantadora en la que nos disfrazamos de optimistas, desafiamos las leyes de la lógica con nuestras promesas incumplidas y nos sumergimos en la irónica ilusión de que un simple cambio de fecha puede revolucionar nuestras vidas. Al final, estamos todos listos para dar la bienvenida a otro año, con la esperanza eterna de que esta vez, ¡sí!, lograremos cumplir esas resoluciones que hemos estado arrastrando desde hace años. ¡Brindemos por eso entonces, mientras levantamos una copa y nos preparamos para repetir la misma comedia el próximo año!
Pero déjeme decirle algo, no necesita una lista para sentirse satisfecho o culpable, si así lo prefiere, con lo que ha logrado, basta con tener un espejo, así es, un simple espejo. Donde al mirarse pueda ver claramente y en introspectiva todo lo que usted logra cada día. Usted es el único que puede escribir y reescribir a cada instante su andar por esta tierra, no una lista de cosas que sabemos muy bien que no vamos a cumplir, por lo menos no al pie de la letra.
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No necesita esperar a que acabe el año y en el último minuto tragarse una docena de uvas que se las venden en estas fechas a precios de lo que costaría una casa de infiernavit para decidirse a hacer las cosas que usted quiere. Cualquier día es el indicado para empezar y si algo no le gusta o no le conviene, puede decidir cambiar, es de sabios equivocarse, pero es aún más sabio rectificar.
De manera muy personal, le quiero agradecer por darme la oportunidad de llegar hasta donde usted se encuentra y poder compartir semana a semana estas simples pero, como siempre, nunca jamás humildes palabras. De parte mía y de mi familia, mi esposa y mi perra loca (luego le contaré de eso) les deseamos un próspero Año Nuevo 2024 y si todo sigue saliendo bien, nos seguiremos leyendo para rato.
P. D.: Tengo una pequeña duda, si una persona nace el 31 de enero de este 2023 y otra más nace el 1 de enero del 2024 ¿se llevan un día o un año? ¿Ah verdad? ¡Me lo chingué! ¡Feliz Año Nuevo!
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