Los poetas de Saltillo. Olvidados unos, otros apenas sobreviven
COMPARTIR
Nuestra ciudad, como casi todas las ciudades, tiene muchos poetas. Por eso había antes un dicho que la gente joven ya no conoce: “En Saltillo, el que no hace cajeta es poeta”. Sin embargo, quizá el más conocido y más publicado es Manuel Acuña. Pronto habrá de conmemorarse el siglo y medio de su partida.
El poeta, que pudo ser uno entre los mayores en lengua castellana porque llevaba en sí el germen de los grandes, truncó su vida a los 24 años de edad. Apenas un año después de su muerte, ocurrida en 1873, se publicaron sus obras completas reunidas en un volumen, y desde entonces no ha dejado de aparecer en antologías e historias de la literatura mexicana. En cambio, la obra de otros poetas saltillenses de fines del siglo 19 y principios del 20 alcanzó sólo resonancia local, y casi ninguno ha vuelto a publicarse. Por ejemplo, Bernardo Laredo, coetáneo de Acuña, quien publicó un libro de poemas en 1912; Manuel Múzquiz Blanco, originario de Lerdo, Durango, pero residente luego en Saltillo, en donde escribió buena parte de su obra en prosa y en verso; Rafael Téllez Girón, autor de un largo poema, “Notas y besos”; Jacobo M. Aguirre, quien escribió poesía patriótica y un drama en verso; Francisco Sánchez Uresti, maestro de dibujo del Ateneo Fuente, cuya obra poética permaneció inédita hasta hace unos años, publicada por sus familiares en un volumen, “Trigo hermano”; y el muy emblemático José García Rodríguez, en cuya obra en prosa y verso, de estilo depurado, prevalece el sello inconfundible de lo clásico.
TE PUEDE INTERESAR: Las plazas de Saltillo que son su patrimonio natural... y las que ya no existen (mapa)
Los matices de originalidad única y forma y metro apasionados de la poesía de Acuña, aunados al conjunto de acontecimientos dolorosos de su corta existencia, conmovieron al público y a la crítica de la época, y contribuyeron grandemente a su fama de poeta trágico y romántico. Su azarosa vida en la Ciudad de México, a donde se dirigió a los 16 años de edad con el fin de realizar estudios preparatorios y profesionales de Medicina. La muerte repentina de su padre; las penurias que vivieron, él en la capital y su madre y hermanos huérfanos en Saltillo; las dificultades para costearse sus estudios; su relación con la ferviente lavandera que al final pagó su lápida, y su trágica decisión del suicidio, cuya causa se atribuyó en un principio a los desdenes de su musa, Rosario de la Peña, acrecentaron su popularidad y las ediciones de su poesía se multiplicaron rápidamente en México y Europa.
El muy prestigiado crítico literario Marcelino Menéndez y Pelayo contribuyó a consolidar su fama. Dice de las dos composiciones más conocidas y recitadas de Acuña, “Ante un Cadáver” y “Nocturno a Rosario” (“¡Pues bien! Yo necesito / decirte que te adoro, / decirte que te quiero con todo el corazón”...), que el poeta puso en ellas “toda la sustancia de su alma enferma y atormentada”, la primera dominado por “el materialismo dogmático” y la segunda por “el amor”. El crítico español considera “Ante un cadáver”, como “una de las más vigorosas inspiraciones con que puede honrarse la poesía castellana de nuestros tiempos”, y afirma: “Acuña era tan poeta que hasta la doctrina más áspera y desolada podía convertirse para él en raudal de inmortales armonías”. Don Marcelino consolidó el pedestal que ya ocupaba Acuña y validó su consagración indiscutible como ilustre poeta de las letras en lengua española.
TE PUEDE INTERESAR: Saltillo hace 140 años. Ni siquiera lo imaginamos. ¿Sería otra ciudad?
Manuel Acuña sigue viviendo todavía hoy, a unos meses de cumplirse 150 años de su muerte, en las antologías poéticas y los libros de literatura mexicana; en los conjuntos musicales que acuden a la Plaza Acuña a cantar el “Nocturno a Rosario” junto al monumento de mármol esculpido por Jesús F. Contreras y que representa la Victoria alada que le ofrece al poeta la gloria y la fama, mientras la bella mujer, símbolo de la lírica, yace a sus pies. Algún poeta saltillense, coetáneo de Acuña, y los que les siguieron en el camino de la poesía, están hoy casi olvidados. Y si el nombre de Manuel Acuña vive, que no se olvide el conjunto escultórico dedicado al poeta, que preside la placita de ese nombre: no podemos dejar que las palomas se lo acaben.