Los poetas de Saltillo. Olvidados unos, otros apenas sobreviven

Opinión
/ 10 septiembre 2023

Nuestra ciudad, como casi todas las ciudades, tiene muchos poetas. Por eso había antes un dicho que la gente joven ya no conoce: “En Saltillo, el que no hace cajeta es poeta”. Sin embargo, quizá el más conocido y más publicado es Manuel Acuña. Pronto habrá de conmemorarse el siglo y medio de su partida.

El poeta, que pudo ser uno entre los mayores en lengua castellana porque llevaba en sí el germen de los grandes, truncó su vida a los 24 años de edad. Apenas un año después de su muerte, ocurrida en 1873, se publicaron sus obras completas reunidas en un volumen, y desde entonces no ha dejado de aparecer en antologías e historias de la literatura mexicana. En cambio, la obra de otros poetas saltillenses de fines del siglo 19 y principios del 20 alcanzó sólo resonancia local, y casi ninguno ha vuelto a publicarse. Por ejemplo, Bernardo Laredo, coetáneo de Acuña, quien publicó un libro de poemas en 1912; Manuel Múzquiz Blanco, originario de Lerdo, Durango, pero residente luego en Saltillo, en donde escribió buena parte de su obra en prosa y en verso; Rafael Téllez Girón, autor de un largo poema, “Notas y besos”; Jacobo M. Aguirre, quien escribió poesía patriótica y un drama en verso; Francisco Sánchez Uresti, maestro de dibujo del Ateneo Fuente, cuya obra poética permaneció inédita hasta hace unos años, publicada por sus familiares en un volumen, “Trigo hermano”; y el muy emblemático José García Rodríguez, en cuya obra en prosa y verso, de estilo depurado, prevalece el sello inconfundible de lo clásico.

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Los matices de originalidad única y forma y metro apasionados de la poesía de Acuña, aunados al conjunto de acontecimientos dolorosos de su corta existencia, conmovieron al público y a la crítica de la época, y contribuyeron grandemente a su fama de poeta trágico y romántico. Su azarosa vida en la Ciudad de México, a donde se dirigió a los 16 años de edad con el fin de realizar estudios preparatorios y profesionales de Medicina. La muerte repentina de su padre; las penurias que vivieron, él en la capital y su madre y hermanos huérfanos en Saltillo; las dificultades para costearse sus estudios; su relación con la ferviente lavandera que al final pagó su lápida, y su trágica decisión del suicidio, cuya causa se atribuyó en un principio a los desdenes de su musa, Rosario de la Peña, acrecentaron su popularidad y las ediciones de su poesía se multiplicaron rápidamente en México y Europa.

El muy prestigiado crítico literario Marcelino Menéndez y Pelayo contribuyó a consolidar su fama. Dice de las dos composiciones más conocidas y recitadas de Acuña, “Ante un Cadáver” y “Nocturno a Rosario” (“¡Pues bien! Yo necesito / decirte que te adoro, / decirte que te quiero con todo el corazón”...), que el poeta puso en ellas “toda la sustancia de su alma enferma y atormentada”, la primera dominado por “el materialismo dogmático” y la segunda por “el amor”. El crítico español considera “Ante un cadáver”, como “una de las más vigorosas inspiraciones con que puede honrarse la poesía castellana de nuestros tiempos”, y afirma: “Acuña era tan poeta que hasta la doctrina más áspera y desolada podía convertirse para él en raudal de inmortales armonías”. Don Marcelino consolidó el pedestal que ya ocupaba Acuña y validó su consagración indiscutible como ilustre poeta de las letras en lengua española.

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Manuel Acuña sigue viviendo todavía hoy, a unos meses de cumplirse 150 años de su muerte, en las antologías poéticas y los libros de literatura mexicana; en los conjuntos musicales que acuden a la Plaza Acuña a cantar el “Nocturno a Rosario” junto al monumento de mármol esculpido por Jesús F. Contreras y que representa la Victoria alada que le ofrece al poeta la gloria y la fama, mientras la bella mujer, símbolo de la lírica, yace a sus pies. Algún poeta saltillense, coetáneo de Acuña, y los que les siguieron en el camino de la poesía, están hoy casi olvidados. Y si el nombre de Manuel Acuña vive, que no se olvide el conjunto escultórico dedicado al poeta, que preside la placita de ese nombre: no podemos dejar que las palomas se lo acaben.

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