Los ritos navideños de antaño
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Los saltillenses éramos gente de tradiciones, algunas de las cuales a duras penas sobreviven todavía, si no completas, por lo menos parte de ellas en unas cuantas familias. El trajín de los tiempos, la facilidad de los viajes, los medios de comunicación y el conocimiento mismo de otras costumbres y culturas, facilitan la transformación si no es que de plano la destrucción y el olvido de lo que una vez pensamos era el único modo de vivir y preservar las costumbres. Los ritos de la época navideña, por ejemplo. Perviven muchos de ellos, pero transfigurados por los insertos de costumbres y creencias provenientes de otras culturas, amasados en nuevas mezclas con tantito de aquí y tantito de allá. En mi infancia, los juguetes los traía el “Niño Dios”; poco después era “Santoclós”, nada de San Nicolás, ese viejo gordo y bonachón, de barba y bigote canos, vestido de rojo y blanco, con ancho cinturón negro de dorada hebilla, gorro rojo y botas negras que cruzaba el cielo en gran trineo lleno de regalos tirado por varias parejas de renos y misteriosamente podía dejar los regalos al pie del nacimiento montado en un cerrito al pie del pino navideño, y en una sola noche visitaba los hogares de todos los niños del mundo. De la tradicional vestimenta de Santa Claus que a nosotros nos llegó importado de Estados Unidos, parece que el picudo gorro rojo rematado en blanca banda de peluche es la prenda
destinada a la sobrevivencia porque, signo de la temporada, es vendido hasta en los cruceros y parece dar alegría a quienes lo usan en fiestas y reuniones.
Lo mejor de la época navideña, y aún se conserva, es la tradición de reunirse antes de la Navidad, con la familia, con los amigos, los compañeros de trabajo y, en general, con quien se tiene cualquier tipo de relación, y se les llama “posadas”, aunque de ellas ya no tengan nada. Ya no son nueve ni comienzan a celebrarse a partir del 16 de diciembre, ya no se canta ni se recuerda la huida a Belén, ni a José y su esposa María a punto de dar a luz, los peregrinos a quienes varios caseros les niegan posada, razón por la que Jesús nació en humilde pesebre. Hoy, las costumbres y los ritos se adoptan y se practican conforme a los modos de vida adoptados por las familias. Muchas viajan a las playas y a otros lugares turísticos a pasar la Navidad, pero siguen haciéndolo en familia.
De los ritos navideños, los conservados a través de las mujeres, especialmente los relativos al arte de la cocina, resultan difíciles de ubicar en la época en que se generaron. El paso del tiempo modificó también las prácticas de la época navideña en las cocinas de la ciudad. Antaño, los últimos días de noviembre las habilidosas mujeres se daban a la tarea de realizar viejos ritos culinarios con las recetas familiares transmitidas a través de las generaciones. Así, al mismo tiempo que iniciaban a las mujeres más jóvenes en la preparación de los dulces y la repostería, aquellas manos de las mayores preparaban y aderezaban verdaderos manjares caseros. El exquisito pastel navideño de frutas era el primero para darle tiempo de “madurar” y envinarlo suficientemente. Los buñuelos, que se desbarataban de sólo mirarlos; la nogada de piloncillo; los cuernitos de nuez, los polvorones, la pasta flora y la repostería tradicional; los merengues, los quesos de nuez, los de piñón y los de almendra; las manzanitas de amor, los rollos de nuez y los “chismes” envueltos en papel de china en colores rojo y verde, entre otros dulces de la temporada. Pocas son ya las casas en las que se preparan esas gulas de antaño.
Yo recuerdo con gratitud aquellas tardes en las que llegaban a mi casa las tías Virginia y Elisa para preparar con mi mamá el tradicional pastel navideño de frutas. Con ellas llegaba el olor de la Navidad, la llamada a reunirse cada tarde subsecuente las mujeres de la familia y preparar la repostería y los dulces para la Navidad. Costumbres que han enterrado las nuevas generaciones y las formas nuevas de la vida en Saltillo.