Los tlaxcaltecas y el catolicismo
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Las devociones católicas de origen tlaxcalteca siguen siendo importantes en el noreste mexicano. El Cristo de la Capilla se venera desde 1608 y detrás de su culto existen algunos imaginarios, pero lo que es un hecho es que está en el Templo de San Esteban, en el corazón de Saltillo, edificación vinculada a los tlaxcaltecas que fundaron San Esteban de la Nueva Tlaxcala en 1591.
En lo que ahora es Nuevo León existen las devociones a la Virgen del Roble, que preside la Arquidiócesis de Monterrey, y la de la Virgen de la Purísima llamada también la Virgen de la Zapaterita, ambas de origen tlaxcalteca. En cuanto a figuras en bulto de Cristo, en Ciudad Guadalupe se venera desde 1715 el Cristo de la Expiración y en Bustamante el Señor de Tlaxcala venerado unos años antes, aunque en este caso sí hay evidencias documentales de una donación que hiciera Ana María, viuda de Bernabé García, al pueblo tlaxcalteca de San Miguel de Aguayo de la Nueva Tlaxcala. Los tlaxcaltecas se asociaron a franciscanos después de su diáspora ocurrida en 1591, cuando 400 familias emigraron de Tlaxcala (hoy Tlaxcala) para apoyar la colonización de la parte septentrional de la Nueva España.
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Del Virreinato a la época actual han transcurrido cientos de años. Aparecieron religiones que han ganado adeptos y entonces el catolicismo ha venido en declive. Sin embargo, en el territorio del que inició la dispersión de la cultura tlaxcalteca ya mestizada sigue habiendo un gran apego al catolicismo, lo que personalmente me sorprende y da gusto, pues, aunque tengo una visión respetuosa de todas las religiones del mundo, he vivido cercanamente con personas que lo profesan de manera auténtica, es decir, que llevan a la acción las prácticas católicas.
Es el caso del presbítero Juan Sánchez Hernández, quien fue depositado desde los 12 años en el Seminario de Tlaxcala y llevando los cursos de acuerdo con las edades que fue cumpliendo, hasta ordenarse sacerdote hace treinta años en la hoy convulsionada ciudad de Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera eclesiástica.
En Bustamante tuvimos la fortuna de contar con el padre Juanito desde 2009. Recuerdo que llegó en los tiempos de la influenza y se retiró ocho años más tarde, antes de que iniciara la pandemia. De hecho, presidí el comité organizador de los Festejos del Tricentenario del Santo Cristo, que tiene la advocación de El Señor de Tlaxcala y que se llevó a cabo en el 2015. Previo a este suceso, el padre Sánchez Hernández tuvo la idea de hacer réplicas exactas de este Cristo que se fueron depositando en los lugares en los que estuvo antes de llegar al pueblo que ahora lleva el nombre de Bustamante, Nuevo León. Adicionalmente también lo llevó al estado de Tlaxcala, depositándolo en su pueblo natal donde se encuentra en una digna capilla para su veneración pública: El Señor de Tlaxcala en Tlaxcala. Aunque hubo un obispo que recientemente intentó infructuosamente que se le conociera como el Cristo de Bustamante, ignorando la historia de cientos de años que dicha imagen con su advocación original.
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Fui su invitado y lo acompañé en las celebraciones religiosas de su trigésimo aniversario sacerdotal que se organizaron en la comunidad de Atotonilco, en Tlaxco, Tlaxcala. A la misa principal acudió todo el pueblo, previamente se organizó una cabalgata con cientos de participantes. Una noche antes se visitaron catorce estaciones rememorando las citadas en la Biblia que recorrió Jesús Nazareno antes de su crucifixión. Fue una experiencia única que fueron siguiendo los medios digitales de la región y que demostró que el catolicismo sigue vivo y vigente en Tlaxcala. Felicidades, padre Juan Sánchez Hernández, y gracias por tu empeño en resignificar la tlaxcaltequidad sobre la que tanto escribió el gran cronista Desiderio H. Xochitiotzin.