Los Yunes y Dante Delgado: Negociaciones ocultas de la reforma judicial
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Siempre el poder tiene sus esquinas de penumbra. No todo es digno de saber, de contar, porque, de ser así, expondría las miserias de la condición humana y la querencia de privilegiar la eficacia respecto a los valores, como señalara el presidente López Obrador. La manera como se procesó la reforma judicial tiene muchos capítulos por conocer, por contar. La unidad en torno a la voluntad presidencial es reveladora de cerrazón y verticalidad, portento de disciplina y sometimiento, propio de los regímenes autoritarios.
¿Cómo conseguir votos de la oposición desde el poder? En una democracia consolidada la negociación se hace con los coordinadores de los agrupamientos opositores. Recurrir a la cooptación por la vía de la compra o de la intimidación es un recurso poco avenido con la democracia y, de prevalecer civilidad, un voto hace diferencia, como ocurre en repetidas ocasiones en el Senado norteamericano o en México en los órganos nacionales de justicia, el Banxico o el INE.
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Respecto a Miguel Ángel Yunes Linares −el hijo es pieza, no jugador−, las conjeturas se recrean a partir del conocimiento de su persona. Difícil, por no decir imposible, que la amenaza penal a él y sus hijos le haya significado ceder. Tiene razón, los Yunes no se doblan; no, porque él, quien manda, se vende al mejor postor. El tránsito de Yunes Linares de un partido a otro, de un grupo a otro, del abandono fácil de sus aliados y jefes, anticipa no intimidación, sino compra, simplemente. Sabe negociar; falta saber qué tanto le fue concedido. Las denuncias penales son una manera de exculparle al hacerlo víctima.
Miguel Ángel Yunes Linares no fue tal, todo lo contrario; beneficiario de la obsesión oficialista de aprobar con prisa la reforma más relevante de la historia de las últimas décadas y que representa un golpe fatal para el régimen de la democracia. Víctimas son dos: el país, por lo que significa el cambio, y el oficialismo, por lo que el aliado es, representa y entraña.
El escándalo tiene varias capas o planos; el que no se conoce y se siente, razón por la que el senador Yunes Márquez regresó a tomar posesión después de que el padre había encarado a la asamblea para soportar la traición. Si él negoció, a él correspondía enfrentar la situación, facilitada por su condición de suplente.
Algo sucedió en el curso de la tarde. Quizás fue el tuit de Lydia Cacho reavivando su acusación de pedofilia; posiblemente fue la postura de las senadoras morenistas al advertir lo que significaba su conversión al morenismo. Quizás el escrúpulo de la misma Claudia Sheinbaum movió el reemplazo. Historia por contar que Yunes Linares fuera hecho a un lado, para que votara por la reforma quien se suponía convalecía y justificaba la licencia; Yunes Márquez tuvo que dar la cara. Importa saber qué sucedió para este capítulo adicional de un escándalo mayor. La crónica lo condena.
Todavía da para más especular sobre la ausencia del senador Daniel Barreda, otro traidor que invoca ser buen hijo. No se entiende el engaño del coordinador Clemente Castañeda, al presumir que había sido detenido. Su ausencia fue voluntaria, como el mismo Barreda confesó. La incomunicación y la falta son suficientes para entender que no ocurrió lo que MC denunció. Clemente pide explicaciones y no debiera pedírselas al senador ausente, sino a Dante Delgado.
En otras palabras, hubo acuerdo, negociación, intercambio de favores inconfesables, compra. Al igual que Yunes, la clave no es la intimidación, es la contraprestación. En el caso de Daniel Barreda, todo hace presumir que quien negoció y cobró fue Dante Delgado, y quizá esto tiene justificación ante los suyos para retirar las acciones legales en contra de los miembros de MC en Campeche y otros cercanos al líder moral.
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Si se dijera la verdad quedaría claro que Dante siempre jugó con el marcador, es decir, como se arregló para la ausencia de Barreda, igual en la elección presidencial y un año antes en el Estado de México.
Lo ocurrido en el Senado no se entiende sin la descomposición del sistema de partidos, especialmente los opositores. Los dos únicos senadores del PRD migraron a Morena. La dirigencia del PAN resuelve las candidaturas a legislador con frívola irresponsabilidad; MC, supuestamente opositor, negocia debajo de la mesa con el poder, y una paradoja que el PRI −en su peor crisis− al menos mantuvo la unidad en el Senado.