Manuel Becerra Acosta, 25 años, y la censura...
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Párelos, Claudia Sheinbaum, no los consienta, porque no padecimos durante décadas las censuras de un régimen para ahora venir a sufrir las de uno nuevo que deshonre las luchas democráticas
Perdone usted que hoy escriba sobre lo personal −la familia−, pero muchas veces lo personal es político. Además, si lo personal tiene que ver con periodismo, entonces todavía es mucho más político.
Y lo político, en este país, todo el tiempo debe ser de interés público, así que procedo a teclear sobre esa madrastra despiadada y perversa del periodismo que es la censura, porque si en mi familia paterna hemos sabido de algo durante dos siglos es justamente de esa villana que siempre pretende amordazar y silenciar a quien ose criticar al régimen en turno, sin importar de qué época hablemos.
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Mi abuelo fue cofundador del antiguo Excélsior, luego director general de ese diario desde 1963 y hasta 1968, cuando murió, pero la danza de las mordazas no empezó ahí, sino en un periódico de Chihuahua (su tierra), El Norte, donde tenía una columna denominada “Balas Perdidas”, con la que se ganó la persecución ni más ni menos que de ese héroe nacional del posterior priato que era conocido como Pancho Villa. Ahí empezó la primera colección familiar de exilios, en aquel caso rumbo a Estados Unidos.
Tras su regreso a México, don Manuel −así le decían en la redacción− se unió a la nueva aventura editorial que representó Excélsior. Fiodor, como le llamaba mi padre, “siempre creyó que no hay mejor actividad política que la escrita desde las columnas de opinión”, se lee en una reseña sobre él publicada en ese mismo periódico. Coincido, salvo cuando éstas se han vuelto instrumentos para vender silencios o esparcir calumnias y mentiras, para golpear opositores, para difundir voladas, que no es otra cosa que periodismo falsario, periodismo de cantina, periodismo vende humo, periodismo facturador de hilos negros, periodismo busca clics.
La censura proveniente del poder por lo regular viene acompañada de exilios y despojos (a veces de cárceles y asesinatos), así que en mi familia la repudiamos rotundamente, venga de donde venga.
Manuel, mi padre, fue nombrado subdirector de Excélsior a la muerte de mi abuelo y Julio Scherer designado director. Ocho años más tarde, en julio de 1976, continuó la tradición censora, ahora no de los posrevolucionarios, sino del populista número uno de la nación, Luis Echeverría, que a través de un traidor, Regino Díaz Redondo, consumó el golpe narrado por mi padre en “Dos Poderes” (Grijalbo, lo consigue usted en línea).
De aquel manotazo presidencial, en noviembre de 1977, surgió un diario que fue parteaguas en el periodismo nacional, el extraordinario Unomásuno −fundado y dirigido por Manuel−, que tuvo una vida corta, de apenas once años y cuatro meses, ya que en marzo de 1989, unos meses después del fraude que lo llevó al poder, Carlos Salinas de Gortari consumó un nuevo golpe y se apropió del periódico a través de un personero del priismo y un traidor dentro del diario, un sujeto que se llamaba Luis “Ataúd” Gutiérrez.
Nuevo exilio, ahora en Bélgica y España, despojos, pérdida de propiedades y recursos, y ahí ya me tocó a mí el garrote debido a que, como joven reportero con apenas seis años en el oficio, no podía publicar en ningún lado, vetado como estaba mi apellido.
En fin, presidenta Claudia Sheinbaum, ahora que mi padre acaba de cumplir 25 años de haber fallecido (periodista extraordinario), déjeme honrarlo y decirle a usted que no, no es una moda escribir de censura en estos días, a nadie en el medio nos gusta la vil palabreja, sino una imperiosa necesidad por los arrebatos inquisidores que están teniendo impresentables personajes de su movimiento.
Párelos, Claudia Sheinbaum, no los consienta, porque no padecimos durante décadas las censuras de un régimen para ahora venir a sufrir las de uno nuevo que deshonre las luchas democráticas que tanto nos costaron a millones de mexicanos, incluidas las batallas de usted y su familia.