Menos celulares en las escuelas y más mundo real
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Me llamó la atención, la semana pasada, la siguiente noticia del Distrito Escolar Independiente de Lake Travis, cerca de Austin, Texas, anunciando la prohibición del uso de teléfonos inteligentes desde preescolar hasta octavo grado (segundo de secundaria) para prevenir el acoso escolar y mejorar el proceso de aprendizaje. Pero no es el único distrito escolar que fija reglas sobre el uso o no del celular en los salones de clase. También los estados de Florida, Indiana y Ohio en Estados Unidos han generado nuevas políticas sobre la prohibición de uso de teléfonos inteligentes con fines no académicos.
En mi último libro publicado, “Menos Pantallas y más Mundo Real”, aclaro que no soy “ludita”, término usado a mediados del siglo pasado para definir a las personas que se oponen a la creciente industrialización o nuevas tecnologías, especialmente las computadoras. Desde la década de 1980 fui un gran fan de la tecnología, enseñando a los adolescentes a programar usando los lenguajes Logo (creado por Seymour Papert para los pequeños con la idea de que pudieran programar con instrucciones simples) y BASIC. En la década de 1990 mi especialización en mis estudios doctorales en Estados Unidos fue Tecnología Educativa y tuve la oportunidad de diseñar varios programas educativos usando la Macintosh.
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Soy un amante del uso del mundo digital, sin embargo, hay que tener mucho cuidado con su mal uso, y desafortunadamente niños, adolescentes e incluso adultos no hemos aprendido a regular su empleo. Entre los años 2010 y 2012 se considera un parteaguas de un gran incremento de problemas de salud mental y física en el mundo. En el 2007 fue creado el primer iPhone e inicia el gran crecimiento del smartphone o teléfonos inteligentes; su acceso hoy es casi universal. En el 2022, aproximadamente el 67 por ciento de la población mundial (5.32 mil millones de personas) poseía un teléfono móvil, gastando alrededor de 6 horas diarias en internet.
Ya no es exclusivo de una clase social o edad cronológica. En todas partes se usan: caminando en la calle, haciendo ejercicio, en la regadera, comiendo en un restaurante, viendo una película y hasta en la escuela. Para muchos papás es una seguridad que sus hijos, sin importar la edad o madurez, deban tener un celular, especialmente en la escuela, para mantener contacto con ellos, pero son una gran distracción en el aula, cafetería y recreo. Sin embargo, si ocurriera una emergencia durante horas de escuela, pueden recurrir a la dirección o coordinación y solicitar un teléfono para comunicarse a su casa, como hace muchos años. Si no me falla mi memoria, en toda mi primaria, secundaria o preparatoria, nunca necesité comunicarme o que mis padres me hablaran durante el horario escolar.
Lo que sí es cierto es que el mal uso del celular entre los alumnos es un serio problema dentro y fuera del salón de clases. En los recreos limita la convivencia y el juego entre los compañeros, incrementando el riesgo de ciberbullying o acoso cibernético, sexting, pornografía y violencia.
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Los teléfonos inteligentes pueden amplificar los problemas relacionados con la autoestima e imagen corporal, ya que plataformas como las redes sociales a menudo promueven estándares poco realistas. Además, el uso no académico durante las clases reduce el proceso de aprendizaje: ponen poca atención, no comprenden las instrucciones, no logran retener y solucionar problemas e incrementa la apatía por aprender.
Ha surgido la organización “Movimiento no es el Momento”, creado por un grupo de mamás preocupadas por el mal uso del celular que promueve postergarlo hasta los 14 años; además impulsan la iniciativa para que las escuelas no lo permitan. Es una iniciativa muy difícil, ya que la mayoría de los chicos se oponen porque se ha convertido en una adicción el traerlo en su bolsa y disfrutarlo constantemente. Si deseamos que nuestros hijos tengan un mejor desempeño académico, cognitivo, social y emocional debemos tomar conciencia sobre las consecuencias del abuso tecnológico y armarnos de valor para implementar normas, aunque seamos odiados.