México: Entre el libro y el voto
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¿Cuál es la relación entre la lectura de libros y la participación electoral mediante un voto informado y razonado?
Una, pero fundamental para la vida civilizada en sociedad: la debilidad o fortaleza de la democracia y, por ende, las instituciones derivadas de ella.
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Ese principio de racionalidad civilizatoria que une ambos hechos −lectura y voto− es propio de las élites culturales y políticas progresistas, que incluye al llamado Círculo Rojo. Excepciones disfrazadas de garbanzo de a libra, suceden también en las élites políticas y empresariales. Por ello, son escasos los políticos y los empresarios destacados por su tendencia democrática −no partidista− e inclinación lectora universal.
En esencia, sólo una minoría en México vive esa conexión −libro-voto− con una plenitud vocacional por su impacto democrático y civilizatorio. ¿Podemos culpar a las grandes mayorías de mexicanos por no ser lectores y votantes en esa dirección, cuando lo impiden, entre otras razones, las desigualdades económicas estructurales del país? Qué los obliga a elegir entre trabajar para sobrevivir o leer e informarse para asumir sus responsabilidades ciudadanas.
Aunque su condición económica puede ser determinante, un fenómeno similar ocurre entre sectores pudientes de clases altas y medias.
El problema de fondo es que por la ausencia de la conexión −libro-voto− esas grandes mayorías −integradas a las clases altas, medias, populares y campesino-indígenas− son fácil presa de la irracionalidad, fanatismo y manipulación.
El populismo, en sus distintas variantes, abreva de ese pantano de ignorancia o desinformación, acorazado por la apatía e indiferencia; y una democracia débil, por consecuencia, también.
¿Usted, apreciado lector, imaginaría que el INE o los partidos políticos corren en un sentido distinto? El INE lo intenta con un éxito relativo; mientras los partidos políticos y sus estrategas electorales aprovechan esa circunstancia para manipular las emociones de los votantes mediante técnicas de neurociencia y sacar jugo de la desinformación, lectora y electoral, del votante promedio. La compra de votos, sólo agudiza esa situación.
El objetivo de partidos y estrategas consiste en hacer de la política un espectáculo, en el cual el político y su escenario apelan a las emociones del electorado para vender una mercancía.
¿Quién en su sana mente imagina que a los partidos políticos le interesa promover un voto informado y razonado, cuando éste es minoritario y las grandes mayorías no son lectoras, están desinformadas y deciden a través de la emoción?
¿Quién en su lúcida mente piensa que los debates −a todos los niveles− contribuyen de manera masiva a fortalecer un voto informado y razonado? Cuando su impacto es reducido −en el mejor de los casos− a las élites culturales y políticas progresistas y al Círculo Rojo. El resto de los mexicanos son apresados por los partidos políticos a través del postdebate en redes sociales. Pero nada más.
En síntesis, tenemos un electorado con una lista nominal de 97 millones 539 mil 56 mexicanos con credencial para votar vigente, el cual en su vasta mayoría −falto de la conexión libro-voto− vota con las emociones blindadas por su corazón desinformado y desnutrido de lectura, en un México en el cual “los mexicanos leen en promedio 3.4 libros al año. Sin embargo, sólo 2 de cada 10 lectores comprende totalmente el contenido que leen” (Inegi).
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De esta manera, no podemos quejarnos de la regresión autoritaria que vive nuestra pálida y frágil democracia con la 4T y las enormes dificultades que enfrenta Xóchitl para fortalecer una esperanza distinta.
Toda receta para salir como país de este hoyo profundo es sistémica y generacional. Por ello, toda celebración del Día del Libro y del Día de la Democracia, no pasa de ser un carnaval de ilusiones, con personas disfrazadas, bailarines, cantantes, carros alegóricos y saltimbanquis bajo un clima de permisividad y descontrol.