México/Saltillo: ¿semibárbaros o semicivilizados?
¿Por qué definir a México como un país semibárbaro o semicivilizado? Por ser un país con un frágil Estado de Derecho, en el cual las personas, las instituciones y las entidades no están sometidas a un sistema de reglas común, y su aplicación es, por ende, inequitativa, injusta y en total desapego a los derechos humanos de los mexicanos.
Los mexicanos no crecemos internalizando las reglas para cumplirlas a cabalidad y respetando las instituciones que las sustentan. Las usamos de acuerdo a nuestra conveniencia y nuestro poder, bajo dos consignas hermanas: corrupción ilimitada e impunidad asegurada.
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Por ello, los límites del poder gubernamental son difusos, la corrupción es una práctica generalizada, la justicia civil y penal está resquebrajada, el orden y seguridad están infiltrados por el crimen organizado, el gobierno está más cerrado que abierto, los derechos fundamentales no se cumplen y el cumplimiento regulatorio que las empresas deben formalizar para garantizar asegurar la equidad en el mercado está definido por el poder de las corporaciones.
En el índice 2022 de Estado de Derecho, elaborado por el World Justice Project, México afirma su retroceso con una calificación de 0.42 en escala de 0 a 1. Para ocupar el lugar 115 de 140 países, por encima de Guinea, Nigeria e Irán, en el mundo. Y el 27 de 32 países, por arriba de Nicaragua, Haití y Venezuela, en América Latina.
¿Cómo incide este pulverizado Estado de Derecho en la vida de una ciudad como Saltillo? ¿Es posible caer en la fácil tentación de imaginar dos Saltillos: “el civilizado”, apegado al Estado de Derecho, de los habitantes de clases medias y altas, y el otro, “el bárbaro”, reactivo a tal Estado y poblado por las clases populares?
De ninguna manera. Todos los saltillenses −sin distingo de clase social− minamos, en mayor o menor grado, ese Estado de Derecho. Y en poco o nada contribuimos a su fortalecimiento.
¿Cuáles son tres diferencias entre el universo supuestamente “civilizado y el bárbaro”?
La capacidad del “civilizado” para corromperse y salir impune por su condición económica y poder político. La actitud de las autoridades para aplicar la ley −en el mejor de los casos− con los integrantes del “civilizado”; mientras con los del “bárbaro” imponen el control y la represión policial sin preguntar. Y, finalmente, la percepción de las clases medias y altas −incluidos medios de comunicación− que refuerzan esa falsa dicotomía: “ellos son ‘los bárbaros’. Nosotros somos ‘los civilizados’”.
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Preguntémonos: ¿podemos quejarnos de la violencia producida por la ausencia de Estado de Derecho en un país tan desigual como el nuestro? ¿Tendremos los arrestos para asegurar que un sector de la población es “civilizado” y otro es “bárbaro”?
¿Cómo explicar, entonces, las distintas maneras que tiene el crimen organizado para mimetizarse y ser aceptado por las clases medias y altas? ¿Cuándo, el lavado de dinero y el ser prestanombres de negocios ilícitos que los fusionan, dejaron de ser un deporte extremo?
O, en un sentido cultural, ¿cómo entender las maneras como jóvenes de esos estratos sociales abrazan la música de banda o los corridos tumbados −que enaltecen la cultura del narcotráfico, propia de jóvenes de sectores populares− y la hacen suya en Quince Años, bodas y antros de moda?
México y Saltillo: ¿semicivilizados o semibárbaros? Usted tiene la última palabra, apreciado lector.
Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución
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