Niño apuñala maestra; entre la criminalización y la victimización
El hecho: “Un alumno de 14 años llamado Asaid, de la Escuela Secundaria General No. 1 ‘Rubén Humberto Moreira Flores’ en Ramos Arizpe, Coahuila, apuñaló a su maestra, Patricia Burciaga Dávila, en plena clase el miércoles 4 de octubre pasado”.
Las reacciones inmediatas:
Habla la Fiscalía Estatal: investigaremos “el entorno social y familiar del adolescente y sus antecedentes en la institución”. Por lo pronto, el adolescente “será puesto a disposición de la agencia del Ministerio Público especializada en adolescentes para determinar su situación jurídica”.
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Hablan los padres de familia y autoridades de la institución: “la maestra Patricia discriminaba a Asaid por ser oriundo de Veracruz. Él no quería (apuñalarla), comenta una compañera del salón, pero (él) traía los tenis rotos y le pidió (a la profesora) la engrapadora para engraparse los tenis. La maestra le dijo: ‘aparte de feo, pobre’. Asaid tomó una navaja de su mochila, se acercó a ella, y la apuñaló. (Él) nada más nos dijo que cerráramos los malditos ojos”.
Entre la criminalización y la victimización topan las reacciones de ambas partes. Sin embargo, hay preguntas, a mi parecer, substantivas, sin responder: ¿es posible salvaguardar de la violencia a alumnos y maestros de escuelas como esta, ubicada en un sector popular −Analco II−, poblado de migrantes de clase trabajadora de distintos lugares de México? Lo pregunto porque la violencia, en general, no respeta clases sociales o ubicación geográfica. Y tiende a agudizarse en entornos cuyo principio de orden social es frágil; de tal suerte que las autoridades buscan implantarlo desde un principio férreo de autoridad y de control.
¿Está la maestra Burciaga, o cualquiera otra en su situación, preparada socioemocionalmente para enseñar a jóvenes adolescentes en escuelas definidas por un entorno violento? En el cual las opciones de una vida digna y justa se diluyen en la nada.
En ese “otro Ramos Arizpe”, lo cual vale para “ese otro Saltillo”, las opciones para romper el círculo de pobreza y violencia entre esos jóvenes son muy limitadas. Y la educación, hace tiempo, dejó de ser el martillo para quebrarlo y salir del barrio.
De entrada, esos jóvenes son invisibles para los ojos de las mayorías. Forman parte del paisaje urbano, pero nada más. Excepto, claro, cuando su voto es requerido en procesos electorales o su presencia es obligada en iglesias o templos.
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Sus alternativas de vida futura son terribles: de ser mujer, embarazarse a una edad temprana, tener hijos y/o prostituirse. Igual que los hombres, ella también puede tornarse adicta a las drogas o al alcohol o integrarse al Crimen Organizado. Ninguno de esos destinos es excluyente, en muchos casos, son combinables.
La mejor opción para mujeres y hombres de ese entorno sociocultural es contratarse como obreros de alguna empresa. Trabajar por salarios bajos y luchar por sobrevivir cada día bajo entornos familiares y comunitarios −cada vez más− violentos.
Mientras ellos luchan por rescatar un sentido mínimo de dignidad bajo un escenario injusto; las políticas públicas municipales privilegiarán el control y la represión. Nada más.
Por lo anterior, donde todos ven a un alumno apuñalar a una maestra; yo miro una sociedad violenta apuñalar a los más jodidos: a los parias de la tierra. Sin ofrecerles, obvio, alternativa alguna.
Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución