Migración: etiquetas y discursos de odio

Opinión
/ 31 enero 2025

Nadie elige dónde nacer y la mayoría de quienes emigran lo hacen por necesidad y no por gusto

Nací en 1970. Para mí y mis contemporáneos, conocer migrantes chilenos era algo común. Tras el golpe de Estado contra Salvador Allende, el éxodo de ciudadanos chilenos fue masivo. Muchos llegaron a México, otros se dispersaron por todo el continente e incluso más allá. Nuestra generación hizo amistad con hijos de migrantes chilenos, del mismo modo en que nuestros padres lo hicieron con los hijos de los exiliados españoles de la Guerra Civil. Entre los muchos horrores causados por las dictaduras y los malos gobiernos, la migración forzada de quienes buscan ponerse a salvo ha sido una constante.

San José, Costa Rica, es una ciudad con una notable presencia de migrantes. Chinos, colombianos y nicaragüenses son las comunidades más visibles, pero hay muchas otras llegadas desde distintos rincones del mundo. Hoy les toca a los venezolanos. Me los encuentro en todos lados. La difícil situación de su país, agravada tras la muerte de Hugo Chávez, ha provocado una migración masiva.

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La presencia venezolana en San José se distingue, a diferencia de otras comunidades, por su activismo político. En distintos puntos de la ciudad he visto panfletos pegados en postes y bardas, personas en las calles escuchando noticieros transmitidos desde Caracas y debates encendidos sobre “cómo salir del hombre”, en referencia, por supuesto, a Nicolás Maduro.

Ya lo había notado en Colombia, pero aquí en Costa Rica lo confirmo con mayor claridad: no todos los migrantes venezolanos son simpatizantes de eso que en México llamamos, de manera difusa, “la oposición”. Hay chavistas y antichavistas, pero eso sí, todos antimaduristas. Nos hemos acostumbrado tanto a etiquetar y sacar conclusiones apresuradas que hemos dejado de poner verdadera atención a lo que ocurre en Venezuela. No advertimos, por ejemplo, que hay muchos chavistas que rechazan a Maduro porque, según su visión, instauró una dictadura de derecha. Sí, así como lo leen.

Pero no pretendo hacer aquí un análisis de la realidad política venezolana. Más bien, quiero reflexionar sobre la migración y cómo se vive en un país con una vocación abierta a recibir ciudadanos extranjeros. Como todo en la vida, esto tiene su cara positiva y sus aspectos negativos. Muchos migrantes venezolanos llegan a incorporarse a la fuerza laboral y lo hacen con compromiso. Cuando viví en Venezuela, noté que el servicio de los meseros era, en general, deficiente. Pero tanto en Colombia como en Costa Rica, muchos han dejado atrás esos hábitos y se entregan con dedicación a su trabajo. Por desgracia, algunos, seguramente una minoría, llegan a delinquir. Sin embargo, a diferencia de otros lugares, aquí no he visto que los medios de comunicación insistan en el gentilicio cuando reportan un crimen. Y eso, a mi juicio, es un tratamiento adecuado. Porque un delincuente es un delincuente, sin importar su nacionalidad.

Hoy, cuando los discursos xenófobos tienen tanta fuerza, reconforta saber que, al menos en lo que he podido observar, no se fomenta la construcción de estereotipos en torno a una nacionalidad. Nadie elige dónde nacer y la mayoría de quienes emigran lo hacen por necesidad y no por gusto. Inadaptados y antisociales los hay en todas partes, entre nacionales y extranjeros por igual. No hay ninguna razón para destacar el país de origen en el titular de una nota sobre un crimen, pues en esa práctica terminan pagando justos por pecadores. Si hay una forma sencilla de ayudar a quienes viven la migración forzada es evitando contribuir a la construcción de estereotipos que únicamente alimentan el odio y lo hacen, falseando la verdad.

@migcrespo

migcrespo@hotmail.com

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