Mirador 25/09/2024
Este amigo con el que tomo la copa los martes por la noche suele responder a quien le pregunta cuántos años tiene:
-Todos. Ninguno se me ha perdido.
Recuerda mi amigo a la maestra Jesusita. Cuando algún indiscreto −o indiscreta− quería saber su edad le preguntaba ella a su vez:
-Si te la digo ¿te saco de algún apuro?
-No –se desconcertaba el preguntón (o preguntona).
-Entonces no te la digo –remataba la maestra Jesusita.
Yo recuerdo a don Artemio de Valle Arizpe, saltillense. Le preguntaba alguien:
-Don Artemio: ¿cuántos años tiene usted?
-Perdone que no se lo diga –respondía él−. No me gusta hablar de mis enemigos.
Los años, dice mi compañero, son como las aguas del río de Heráclito: se van y se quedan. “Nosotros nos vamos –concluye−, pero si tuvimos vida buena, lo cual es mejor que haber tenido buena vida, quedaremos en el recuerdo de quienes nos trataron”.
Choca mi amigo su copa con la mía y me dice:
-Te recordaré.
¡Hasta mañana!...