MJS: Mapa de riesgos (1)
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Del domingo 2 de junio pasado al viernes 14 y domingo 16 del mismo mes, el gobernador Manolo Jiménez Salinas vivió un terremoto de 7.2 grados escala Richter.
Desde el momento en el cual fueron dados a conocer los resultados electorales, hasta los eventos con familiares de los mineros de Pasta de Conchos, en San Juan de Sabinas, y de Agua Saludable en Lerdo, Durango, presididos ambos por AMLO y Claudia Sheinbaum, Manolo experimentó, primero, la pérdida electoral de 5 de 8 diputaciones federales; una senaduría y el municipio de Piedras Negras, crítico por su importancia geoestratégica para apuntalar la gobernabilidad política y económica del estado con Monclova, Saltillo, Ramos Arizpe y Torreón.
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No sólo eso. Esta derrota resaltó una preocupación subyacente: la gran mayoría de los candidatos morenistas ganaron sin tener una estructura territorial sólida y sin, prácticamente, hacer campaña; ahí están los ejemplos de los diputados morenistas electos: Brígido Moreno por el distrito 1 y Francisco Javier Borrego por el 2.
Y segundo, Jiménez vivió en Pasta de Conchos y en Lerdo, los días 14 y 16, quizá por primera vez en su carrera, un abucheo orquestado por morenistas ante la complacencia de AMLO, que no intervino en San Juan de Sabinas para acallar a sus huestes, como lo ha hecho en otras ocasiones; aunque en Lerdo los paró, provocado por el choque de porras entre morenistas y priistas subvencionados por el gobernador de Durango, Esteban Villegas, y el alcalde de Lerdo, Homero Martínez.
¿Cuáles son las oportunidades que surgen para Manolo de este sismo electoral y político? La primera y más importante: él tiene ya el mapa de riesgos por el cual transitará a lo largo de su sexenio para cumplir con sus promesas de campaña; blindaje y mejoría de la inversión, empleo y seguridad pública y ganar las elecciones en 2026, 2027 y 2029. Estas dos son condiciones indispensables para que Jiménez apuntale su carrera política más allá de la gubernatura.
¿Cuáles son los riesgos de ese mapa?
Primero: la relación entre el gobierno de Coahuila y el Gobierno Federal, la cual, en el mejor de los casos, habría de afirmar −con dignidad y respeto− el blindaje de nuestro estado. En ese sentido, Manolo tiene dos referencias priistas: la abyección servil de Esteban Villegas, gobernador de Durango, y la defensa digna y resuelta de Miguel Riquelme, exgobernador de Coahuila.
Justo es decirlo, hoy el contexto y la correlación de fuerzas políticas son distintos: Jiménez enfrenta la segunda etapa de la instalación de un régimen autoritario con mayoría calificada y una votación histórica que tiene al PRI nacional en sus últimos estertores. Por ello, Manolo cuenta con un margen de maniobra más reducido.
Sin embargo, su tarea, aunque compleja, consiste en obtener el apoyo presupuestal y político necesario para cumplir sus promesas de campaña, sin perder el respeto y la dignidad intrínsecos al blindaje de nuestro estado y a las personas que votaron por él.
Bajo esa premisa, Jiménez tiene que crear su propia ruta e ir más allá de las dos referencias tricolores anteriores, con un objetivo puntual en mente: evitar, a toda costa, que Morena tome por asalto Coahuila en los próximos 5 años y seis meses.
Segundo riesgo: la relación con la camarilla del PRI nacional. Desde su cuarto de terapia intensiva, la versión más lamentable del PRI pasa por “una ola de actividad eléctrica” en su cerebro que los neurofisiólogos llaman “depresión extendida”. Ningún doctor o enfermera quiere entrar a ese espacio por temor a que el agónico PRI chupe, sin preguntar, el oxígeno y el colágeno de sus personas para mantenerse vivo.
Manolo no tiene alternativa, pues tendrá que entrar a ese espacio de terapia intensiva para realizar alianzas, pero sin que metafórica y políticamente permita que su oxígeno y su colágeno sean utilizados por ese PRI que vive sus últimos estertores; y que al día de hoy constituye un lastre para su futuro político, el cual de por sí luce complicado, por decir lo menos.
De manera paradójica, mientras el PRI de Alito y su camarilla agoniza, una luz vital, tenue, pero firme, aparece en la figura de Manlio Fabio Beltrones, uno de los pocos políticos estadistas aún vivos. Él pudiera ser la llave maestra para que Jiménez abriera alternativas, dentro y fuera del PRI, para sí mismo y Coahuila, y ganar oxígeno y colágeno.
Tercer riesgo: las elecciones del Congreso Local en 2026; las intermedias, diputados federales y alcaldías, en 2027 y las de gubernatura y diputados locales en 2029. Manolo no puede permitirse perder ninguna de esas elecciones porque se juega su futuro político, por lo cual es menester indagar con sentido autocrítico −más allá del lugar común del tsunami morenista− para entender las grietas de la maquinaria tricolor y los niveles de empatía y sensibilidad priistas para comprender la pluralidad, tan vasta y volátil, del electorado coahuilense.
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Unificar −inclusive, cicatrizar heridas− con los grupos políticos priistas de las cinco regiones es una tarea paralela, pero fundamental. Recuperar la relación con el PAN para fortalecer la coalición, igual. Y armar un gabinete de crisis con alta rentabilidad electoral, también.
En ese sentido, el mentado recambio generacional masivo puede dosificarse o esperar, so pena de dejar en manos de jóvenes inexpertos una responsabilidad que escapa, en este momento, a su comprensión y su capacidad.
Son tiempos de una unidad a toda costa que exige los mejores cuadros políticos, sin distingo de edad o fobia, porque el enemigo tiene fuerza colosal y a Coahuila en la mira para las elecciones de 2026, 2027 y 2029.
Los tres riesgos faltantes de este mapa son: Torreón, Piedras Negras y las Reformas al Poder Judicial y los Organismos Públicos Autónomos.
(Continuará)