Movimiento vs. Partidos: La marcada diferencia entre las campañas de Claudia y Xóchitl
Los movimientos políticos y sociales se organizan sobre premisas sencillas; los partidos políticos, en cambio, son estructuras complejas. Los movimientos actúan por objetivos inmediatos; los partidos actúan en la escena política para el largo plazo. Los movimientos suelen tener un líder indiscutible que encarna todas las aspiraciones de sus seguidores, por más inalcanzables que sean. Los partidos suelen tener muchos liderazgos a través de los cuales se canaliza el poder, dentro y fuera del partido. En los movimientos, sólo pesa el cálculo del líder en el momento. Los partidos generan plataformas de gobierno que se sustentan en un programa de acción y en unos principios que los han guiado desde su fundación. Eso dicen los teóricos.
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De un tiempo acá, las redes sociales irrumpieron como la nueva plaza pública donde se debate el futuro de los pueblos, con los alcances geográficos que se quiera. Las redes nos saturan de datos que resulta imposible procesar y asimilar, por ello se presta cada vez menos atención al fondo de los temas. Las discusiones, cuando las hay, suelen ser superficiales, rápidas, fugaces. Por ello, políticos y líderes de opinión enfrentan dos opciones: o se someten a la dictadura de las redes sociales y se suben al tren de la superficialidad o apuestan con firmeza por sus convicciones y, sin prisa alguna, pero con astucia, presentan sus propuestas y posiciones.
Cada vez son más los programas de debate en redes sociales que llegan a durar más de media hora, algunos se extienden hasta dos. Las facilidades que brinda la tecnología permite al oyente pausar o seguir conforme con su disponibilidad de tiempo. Aunque sigue predominando la simpleza de los contenidos, parece que hay una luz al final del túnel para quienes gustamos de discusiones más serias y profundas que buscan soluciones de beneficio para la sociedad.
Traigo todo esto a colación porque creo que en ello radica una de las principales diferencias entre las campañas de Xóchitl y de Claudia. No importa que tan aburrida y fría resulte la Dra. Sheinbaum, ella no padece los controles y ataduras que limitan a la candidata de oposición, quien por lo demás es más alegre y carismática que la candidata oficial.
Claudia no necesita hablar mucho, libre de ataduras, en su movimiento caben todos, sin que importen sus intereses ni ideologías. Caben por igual los banqueros que aplaudían y agradecían a ella y a López Obrador el buen sexenio que tuvieron, y caben los sectores más desfavorecidos que hacen fila con los servidores de la nación para recibir sus beneficios sociales.
Así opera el viejo PRI en pleno siglo 21: empresarios formaditos como hacen las clases populares, todos para recibir el beneficio de un gobierno todopoderoso. El Tlatoani protege a todos por igual y así seguiremos. Si el país no colapsó como predijeron las oposiciones, ahora menos lo hará. El supuesto progreso vendrá de la mano de los capitales que regresan al continente tras el enfrentamiento de Estados Unidos con China.
En el movimiento que sostiene a Claudia, todos son jefes, todos los partidos juegan, pero sólo uno manda. Las jerarquías son lo de menos, para todos hay. Mientras tanto Xóchitl no se entiende sin las estructuras partidistas, los jefes nacionales, estatales y municipales de tres partidos políticos. Unos y otros compitiendo por el mando, si uno gana, el otro pierde. El que gana apuesta por la candidata, el que pierde se va para su casa.
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En torno al proyecto de Xóchitl hay cientos de personas de gran capacidad, pero sentados en la banca. Levantan la mano, ofrecen apoyo, ponen su experiencia al servicio de la candidata, pero esta no sabe qué hacer con ellos, o al menos eso parece. No hay espacios, están ocupados, pasan los días y terminan ignorados. No hay una estrategia para canalizar la multiplicidad de estos liderazgos a lo largo y ancho del territorio nacional.
En vez de organizarse en grupos promotores, sin límites ni ataduras, como sucedió en el 2000 con Fox, pareciera que cada acción debe contar con el visto bueno de una burocracia que, desde la Ciudad de México o las capitales estatales, otorga o niega su bendición. No vaya a ser que el jefe local se ponga celoso. Está claro que los tiempos modernos son más amigables para los movimientos políticos, en tanto que las estructuras rígidas, llamadas Partidos, siguen quedándose rezagadas.