Muerte en Palacio
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Trump regresó al lugar donde sufrió un atentado que casi le costó la vida. En México, hasta donde sé, ha habido tres intentos frustrados de asesinato, los tres en el Palacio Nacional, contra otros tantos mandatarios mexicanos. Y va de cuento. Más bien, de historia.
Pausadamente subía la escalera principal del Palacio de los Virreyes don Baltasar de Zúñiga, marqués de Valero y duque de Arión. Iba cansado el señor virrey: había asistido a la procesión del Corpus, la más importante fiesta religiosa entre todas las de la Nueva España. Era el jueves 16 de junio de 1718.
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En el descanso de la escalera estaba un hombre que se hizo a un lado con simulada cortesía a fin de que pasaran Su Excelencia y quienes formaban su comitiva. Apenas cruzó a su lado el señor De Zúñiga, aquel sujeto sacó un puñal oculto entre los pliegues de su capa. Se disponía a hundirlo en la espalda del virrey, pero se lanzaron sobre él don Francisco de Sánchez, alférez de la guardia, y el marqués de Villahermosa, que iba cerca. Entre los dos sometieron al criminal y lo desarmaron.
El frustrado asesino resultó ser un individuo privado de sus facultades mentales, un pobre loco que había dado en la creencia de que el Virrey era el Anticristo. Fue llevado al Hospital de San Hipólito, la casa de los locos en la Ciudad de México, y ahí pasó el resto de su vida, que no fue larga, pues siempre estuvo enfermo el desdichado hasta que lo llamó la muerte.
En el mismo Palacio sufrió grave atentado otro encargado del gobierno, el presidente Pascual Ortiz Rubio. Rindió su protesta en el Estadio −el 5 de febrero de 1930− y regresó al Palacio a fin de recibir el besamanos de rigor. Con él iba en un automóvil su señora esposa, doña Josefina. Al bajar del vehículo el recién ungido Presidente se le acercó un desconocido que le disparó varios tiros de pistola. Una lo hirió en la cara, aunque no de gravedad.
El fallido magnicida era militar, y se llamaba Daniel Flores. Nunca se supo qué lo llevó a atentar contra la vida de Ortiz Rubio. Los estrechos interrogatorios a que fue sometido se guardaron en el más hermético de los secretos. El 23 de abril se le encontró muerto en su celda. El médico forense dictaminó que el individuo falleció a causa de una afección pulmonar. Falso. Poco tiempo después se supo que se le había aplicado en su celda una inyección letal.
El 10 de abril de 1944 otro militar, el teniente Antonio de la Lama y Rojas, esperó la llegada del presidente Manuel Ávila Camacho. Cuando éste iba a subir al elevador que usaba para llegar a su despacho en el Palacio Nacional, aquel sujeto salió de atrás de una columna y luego de hacerle el saludo militar echó mano a su pistola y le disparó un balazo con una pistola de fabricación mexicana. Entiendo que la bala mató a una paloma que volaba sobre la Catedral.