Nacimientos: En ellos vuelvo a nacer de nuevo

Opinión
/ 25 diciembre 2024

Desde mi Nacimiento digo mi Gloria a Dios en las Alturas, y pido humildemente unirme al gran coro de los hombres de buena voluntad que en medio de la desesperanza esperan

Mi casa está llena de Nacimientos. Los hay de todos los tamaños: desde uno tallado en un grano de arroz −con poderosa lupa hay que mirarlo− hasta otro, el del jardín, cuyas figuras son de tamaño natural. Los hay de muy diversos materiales: de barro −noble materia de la que estamos hechos−, de cristal, de madera, de plomo, de papel, de cera o porcelana... Tenemos uno hecho de jabón y otro que me regaló hace muchos años el Cofre de la Comunidad, en Monclova, formado con hojas de maíz. Los hay de todas partes, comprados en viajes memorables, desde el primero, traído de la luna de miel, hasta el último, que el diciembre anterior a la pandemia vino de Tonalá, Jalisco, en compañía de un ángel con los párpados narcóticos que dijo Ramón López Velarde. No son tan bellos nuestros Nacimientos como el que ponía Pellicer, ni son tantos como los más de mil que llegó a juntar monseñor Tapia en Monterrey, ni son tan espléndidos como el que alguna vez me mostró en su hostal “El Delfín”, de Salamanca, don Florentino López Lira, cuyas figuras abarcaban desde la creación del mundo hasta el Apocalipsis. Pero cada uno de nuestros nacimientos nos dice algo, y cada figura tiene su propio ser y una distinta historia. Aquí está el ciego con su lazarillo, que en vano se esfuerza por explicarle a su amo lo que ve. Allá esa pastora encinta que siente latir dentro de sí su propia Navidad. Al pie de la colina el aprisco de ovejas: los pastores las dejaron para ir a adorar al Niño, y el lobo las está cuidando. Entre las casas de cartón, el azorado posadero que no tuvo lugar para los peregrinos ahora se mira solo en medio de tanta maravilla. Al lado del portal un insólito cartero –creación quizá del gran Panduro, el Miguel Ángel del barro en Tlaquepaque–, mensajero de la tierra frente al nuncio de los cielos. Y sobre la cascada, figurada con papel de plata, un angelillo diminuto embarcado en una cáscara de nuez, asido lleno de susto a los costados de su nave a punto de precipitarse por la catarata... Recorro esos Nacimientos; me vuelvo en ellos heno y barro. Y soy de pronto el ermitaño con sus dudas entre la teología de Dios y la teología, de la Mujer, y luego soy Bartolo, el ocioso pastor dormido ante el milagro, o la mansa mulita franciscana que nada tiene que aportar al prodigio más que asombro. Visito el portal, tan pequeñito que en él pudo caber el más grande de todos los Misterios, y visito también la caverna en donde el diablo habita, iluminado con el fulgor siniestro que los espíritus malignos hacen emanar de sí. Voy y vengo por mis Nacimientos, y en ellos vuelvo a nacer de nuevo, niño como el de ayer, cantor de un canto, que todavía no acaba, para pedir posada. Desde esos Nacimientos escribo hoy, desde ese Nacimiento florecido otra vez como cada año, pese a todo. Y tomo mi estrella, y el musgo de los años, y con mi propio barro construyo al ángel y al demonio; y soy el peregrino que no ha llegado, y el otro que no quiso venir, y el que no sabe a dónde va, y aquél que ni siquiera es peregrino y nada más está. Desde mi Nacimiento digo mi Gloria a Dios en las Alturas, y pido humildemente unirme al gran coro de los hombres de buena voluntad que en medio de la desesperanza esperan, y cercados por el escepticismo creen, y ceñidos por la maldad buscan ser buenos, y sobre la indiferencia −peor que el odio− aman con un amor que no se rinde, y en las tinieblas encienden una luz que ilumine a los demás, y en el estrepitoso vocerío del mundo ponen una canción que canta quedamente. En estos días de sombra esa canción esperanzada no dejará de oírse... FIN.

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