‘Nada nuevo hay bajo el sol’

Opinión
/ 16 octubre 2022
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En la muy completa y erudita historia sobre la guerra de los cristeros (1926-1929), a la que su autor Jean Meyer dio el título de “La Cristiada”, el académico da cuenta de cómo durante el conflicto religioso los menos interesados en que las hostilidades concluyeran fueron los jefes militares. Es decir, éstos hacían lo necesario, valiéndose de distintos medios, para que la guerra continuara.

Para probar lo anterior, Meyer cita numerosos testimonios de protagonistas de aquellos acontecimientos, a los que entrevistó hace más de medio siglo cuando realizó su investigación; así como información contenida en documentos, notas de prensa de la época y libros que sobre el tema en sí o sobre asuntos relacionados, ya para entonces, finales de los años 60, se habían publicado.

El autor es extremadamente riguroso en demostrar lo que afirma. Así, señala que los militares no deseaban que el conflicto terminara por el beneficio que obtenían del brutal saqueo que realizaban de bienes, cosechas y ganado de los pobres pueblos cristeros que sometían. También que eran excesivamente crueles con los prisioneros (ejecuciones sumarias, refinamiento en los suplicios, tráfico con la sangre de las víctimas, eran algunas de las atrocidades en que incurrían) como una “forma de fomentar más la revuelta”, porque lo que menos deseaban era que el conflicto concluyera. Pero había otra razón igualmente poderosa para hacer que éste se prolongara.

Meyer cita a un autor de la época, Marco Appelius, que en 1928 publicó en España un libro sobre nuestro País con el título de “El Águila de Chapultepec”, en el cual escribió: “Muchos generales están interesados en perpetuar la actual campaña anticlerical para perpetuar así las pingües prebendas de los destinos de JOM (la Jefatura de Operaciones Militares). Dos años de mando... significan matemáticamente el enriquecimiento y pueden significar la candidatura a la presidencia” (La Cristiada, t. I, pág. 162).

Meyer escribe también lo siguiente: “Los militares no vacilaban en vender municiones a los rebeldes: Barba González demuestra a (el presidente Plutarco Elías) Calles que en 1926 los cristeros queman cartuchos sacados en 1926 de las fábricas nacionales, cuando el ejército seguía utilizando cartuchos de 1924”. Cabe señalar que Silvino Barba González fue gobernador de Jalisco durante los dos primeros años del conflicto religioso. Meyer toma este testimonio de un libro que el propio Barba publicó cuatro décadas después, en 1967, con el título de “La Rebelión de los Cristeros”.

Un personaje de la época, Carlos Díez de Sollano, contó a Meyer “cómo compraba directamente en el arsenal, y Lauro Rocha (jefe cristero) adquiría
sus municiones del general del 74° regimiento, que a continuación hacía una salida y engrosaba la cifra de las municiones utilizadas”.

En fin, el general de división Joaquín Amaro, secretario de Guerra, “acusaba a (el general Jesús María) Ferreira de haber sacado un millón de pesos de Los Altos de Jalisco” (Ibid). Según consta en su expediente de la Sedena, al término de la guerra cristera, en 1929, este último, Ferreira, tuvo que huir a los Estados Unidos por las acusaciones que por robo había en su contra.

Lo anterior viene a cuento con motivo de los hallazgos a que ha dado lugar el hackeo de que fueron objeto los servidores que almacenan la información del Ejército, por el grupo denominado Guacamaya Leaks. Se encontró un informe fechado el 10 de junio de 2019, mediante el cual la Secretaría de la Defensa tomó conocimiento de que un militar, con rango de coronel, ofrecía equipo táctico, armas y granadas de fragmentación a un grupo delictivo, operación que se consumó y la entrega de los materiales bélicos se hizo en Atlacomulco, estado de México. Además de otro caso similar por un presunto integrante del Ejército con base en el Campo Militar Número 1, en la Ciudad de México.

Como se podrá ver, en la década de los veinte del siglo pasado algunos jefes militares vendían municiones a las tropas de idealistas cristeros, a los que combatían. Y cómo cien años después venden parque y armas, ahora, a los grupos de
la delincuencia organizada que enfrentan. Por eso, con gran sabiduría, el libro del Eclesiastés nos recuerda que aunque el tiempo pase “nada nuevo hay bajo
el Sol”.

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