Navegar con el alma vale la pena
COMPARTIR
A mi tío Luis. Por navegar siempre con el alma por delante
Dice Viktor Frankl: “Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias-, para decidir su propio camino”.
Es cierto, hay momentos decisivos en los que el espíritu humano, enfrentado al abismo, revela su verdadera estatura. No es la comodidad ni la seguridad lo que nos define como seres humanos, sino la capacidad de responder con sentido ante la adversidad. El hombre no es solo cuerpo que se desgasta ni mente que calcula: es, ante todo, voluntad de sentido. Espíritu que trasciende.
TE PUEDE INTERESAR: El mayor regalo
Viktor Frankl, testigo de los más oscuros rincones de la historia humana, comprendió que incluso en el sufrimiento más atroz existe una elección: la de no rendirse. Elegir cómo responder. La de trazar, incluso en medio del caos, un rumbo. La de elegir, por cuenta propia, la senda que cada uno decida recorrer.
TRAVESÍA
El 25 de abril de 2006, la mexicana Galia Moss, entonces de 31 años, emprendió el reto de su vida: navegar en solitario desde Europa hasta América. Atravesó el Atlántico en un velero de apenas tres metros de manga, casi diez de eslora y trece de altura. Recorrió 9 mil 500 kilómetros impulsada por el viento... y por la fuerza de su espíritu.
Todo comenzó siete años antes, en 1999, cuando Galia leyó Maiden Voyage, la historia de Tania Aebi, quien con solo 18 años dio la vuelta al mundo en un velero. Aquella lectura fue la chispa. “Primero pensé que estaba loca”, confesó Galia. “Pero al llegar al quinto capítulo ya sabía que yo también lo haría”. Y lo hizo. Llamó a su hermana gemela y le anunció: “Voy a cruzar el Atlántico”.
Como presagio de su odisea, su nombre en hebreo significa “ola de mar”. En griego, simplemente: “mar”.
En el mes de junio Galia llegó a las costas de Xcaret, México, tras 41 días de navegar sola por el infinito e impredecible océano Atlántico.
Zarpó desde Vigo, España, a bordo de un velero de apenas tres metros de ancho y casi diez de largo, impulsada no solo por el viento, sino por una determinación inquebrantable. Con ello, se convirtió en la primera mexicana y latinoamericana en cruzar en solitario ese vasto océano a vela. Pero su travesía no fue solo una proeza náutica, sino también humana: su causa logró concretar 688 viviendas para familias mexicanas.
Galia, con esa travesía, permanece como testimonio vivo de la elección a la que alude Viktor Frankl. Su velero no fue solo una embarcación: fue un símbolo. Una metáfora flotante de la libertad interior, de la dignidad que se afirma cuando una mujer decide cruzar ese mar en solitario, no para huir del mundo, sino para encontrarse consigo misma... y convertir ese encuentro en algo fecundo, transformador y profundamente humano.
No hay proeza sin propósito. No hay grandeza sin riesgo. Y no hay auténtica libertad sin responsabilidad, sin conciencia.
Galia es una mujer fuera de serie, como tantas que hacen grande a este país. Mujeres que son faro e inspiración para la juventud mexicana. Una brújula ética en tiempos en que se ha perdido el norte.
AUTENTICIDAD
Galia es pequeña. Su complexión no anticipa la magnitud del reto. Pero ahí radica precisamente una gran enseñanza: la fuerza no está en los músculos, sino en la voluntad. En esa fibra invisible que solo se tensa con propósito.
Ella lo explica con sencillez: “En travesías largas, lo que marca la diferencia es la mente. Para mí, la soledad en el océano no es ausencia. Yo le hablo al mar. De solo escucharlo, sé a qué velocidad voy”.
TE PUEDE INTERESAR: Ante el abismo
La fuerza verdadera no se mide en potencia física, sino en la capacidad de permanecer. De confiar. De resistir, con dignidad, frente a viento y marea. Como escribió Séneca: “No es que las cosas sean difíciles porque no nos atrevemos; es que no nos atrevemos porque son difíciles”. Y, sin embargo, quien se atreve —como Galia— descubre que la verdadera fortaleza no grita: respira, espera... y sigue.
La fuerza auténtica de las personas se mide en su capacidad de permanecer. De confiar. De resistir y, con dignidad, avanzar frente a viento y marea.
APRENDIZAJE
Para quienes se atreven a lo extraordinario, el fracaso no es una opción, porque no se concibe como derrota, sino como maestro. Galia lo entiende bien: “Mi vida entera, durante siete años, fue llegar a Cancún. Hoy, al presentar este proyecto, con el velero, los patrocinadores y la confianza de la gente, eso ya es un éxito. En un proyecto como este -y en la vida- todo puede pasar. No los llamo fracasos. Les llamo aprendizajes”.
Galia define a la persona que emprende sus más grandes sueños como “quien no se impone límites, quien conoce sus alcances y construye soluciones a lo largo del camino”. Y lanza una sentencia luminosa: “No vale quejarse de las circunstancias. Las oportunidades no aparecen por arte de magia. Hay que salir a buscarlas. Las puertas solo se abren si se tocan, una y otra vez”.
SAVATER
Leer la historia de Galia trae inevitablemente a la mente aquellas palabras de Ética para Amador, de Fernando Savater, cuando escribe: “¿Sabes cuál es nuestra única obligación? No ser imbéciles”. Y explica que el imbécil no es el tonto, sino el que cojea del alma, el que necesita bastones emocionales, sociales, existenciales.
Somos imbéciles cuando no soñamos, cuando nos da igual vivir o no, hacer que no hacer. Cuando queremos todo sin saber qué es lo que genuinamente queremos. Cuando deseamos, pero sin sudar, sin llorar, sin pagar el precio de lo que vale la pena.
La peor cobardía es disfrazarse de indiferencia. Vivir en función del “qué dirán”, depender del juicio ajeno, del éxito ajeno, de la vida ajena. En fin, de todo lo ajeno.
Hay que lanzarse. Antes de que los vientos se apaguen. Antes de que la edad vuelva “sensato” lo que era posible. Antes de que la mediocridad de otros nos contamine de miedo. Antes de que los sueños empiecen a morir de desuso.
Lo más trágico no es fallar, sino jamás haberlo intentado. Peor que fracasar es no tener a qué renunciar.
GRATITUD
Galia nos enseña que para llegar a la costa deseada hay que tomar, sin ambages, el timón. Que es necesario elegir. Que no hay atajos para concretar los sueños. Que solo existe la libertad de elegir un rumbo, y la valentía de mantenerse firme en él, con todos los riesgos, los encantos y los desencantos que implica.
TE PUEDE INTERESAR: ¿Fui auténtico?
Además, que es fundamental saber que “no” elegir es, sencillamente, haber elegido. Es lo que hay.
Porque vivir bien -vivir de verdad, con intensidad- es navegar los sueños propios; de hecho, significa ir contra esa corriente que descalifica la decencia de vivir. Y esto demanda decisión, conciencia, entereza y coraje.
Benditas sean todas las mujeres con espíritu invencible que, como Galia, mecen la cuna del hogar con ternura y, al mismo tiempo, enseñan a sus hijos a zarpar hacia sus propios sueños. Que con su andar valiente nos recuerdan que no basta con soñar: hay que alzarse, arriesgarse, fracasar y avanzar, incluso cuando todo está en contra.
Gracias a ellas, este país -a pesar de los pesares, de sus dolores antiguos, de sus injusticias persistentes, de sus heridas que hoy más que nunca supuran- sigue teniendo una posibilidad de salvación. Porque en medio de las penurias, la insistente violencia, la enorme corrupción e impunidad, la mentira de la mayoría de los “gobernantes”, el desencanto y la desesperanza, ellas enarbolan una certeza: México aún puede aprender a ser más humano, más libre, más justo.
Navegar con el alma por delante significa, quizá, la más excelsa e impertinente forma de vivir, pero vale la pena.
cgutierrez_a@outlook.com