Nearshoring: A puro rollo es difícil progresar en México
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“Discurso largo y exagerado que resulta pesado y poco creíble. Engaño, mentira”. Esa es, de acuerdo con la Asociación de Academias de la Lengua Española, la definición de Choro. Sí, todo este tiempo hemos usado esa palabra de la manera correcta. Estamos y estuvimos en lo correcto cuando nos referimos como chorero a alguien que nos quiere dar atole con el dedo, a quien nos quiere convencer de algo sin muchos argumentos, a quien habla sin cesar tratando de vendernos humo y espejitos de la misma forma en que un merolico de feria nos quiere vender una (le doy otra) cobija.
La verdad es que, quienes crecimos en México, muy probablemente estuvimos expuestos desde pequeños a una gran variedad de choreros y rolleros que alguna idea, plan, propuesta o proyecto nos querían vender. Recurrían al choro, al discurso largo, tedioso y poco creíble para convencernos, sabiendo que en nuestro maravilloso país somos históricamente presa fácil de quien nos inventa cuentos sobre un nopal, un águila y una víbora; una historia plagada de héroes históricos, algunos de los cuales tal vez fueron solamente “héroes” (con comillas para poner en duda sus hazañas); hemos sido convencidos, a base de choro, que es prudente y razonable celebrar la victoria en una batalla aunque hayamos perdido la guerra; con choro nos convencen, nos engañan, que es motivo suficiente para salir a celebrar al Ángel de la Independencia cuando nuestra selección llega a un cuarto partido.
Con choro nos dicen que el país está siendo transformado, tal vez tengan razón y no es claro si destruir es para ellos un pariente cercano del sinónimo de transformar; con ese mismo choro nos dicen que lo importante no es el crecimiento del PIB, sino un índice de felicidad y bienestar que ni siquiera existe o que sería alimentado con “otros datos”, con “otro choro”. Con choro, o tal vez debamos ajustar las letras y decirle “xoro” (con “x” porque parece que ahora todo debe llevar una “x” para los memes y la publicidad), nos dicen que una candidata con relativa buena presencia o perfil, pero cooptada por los partidos y los políticos de siempre, será capaz no sólo de desbancar a quienes ostentan el poder hoy, sino verdaderamente transformar a México haciendo lo mismo de siempre, con los mismos de siempre... básicamente vendiéndonos una versión limitada y reciclada del choro que antes arrojó los resultados suficientes y necesarios para que ellos perdieran el poder.
Tal vez esa sea la maravilla del chorero. Desde chicos son quienes destacan por su habilidad de ser “líderes” (el choro vende) y su facilidad de palabra, su habilidad para contar una historia, para ensalzar lo positivo y minimizar lo negativo, los pone desde muy temprano en la ruta de obtener cosas, puestos, oportunidades a base de... choro. Muchos de ellos históricamente acaban desde jóvenes alineados con un partido, un gobierno o un grupo político de influencia. Muchos de ellos los que, por décadas, si no es que un par de siglos, han dominado lo que pasa (y lo que no) en México. Su habilidad para el rollo (el choro) parece cegarlos de ver lo que no funciona, lo que está descompuesto y lo que debería requerir atención. Ellos, como aquel famoso músico en Hamlin, siguen tocando la canción que le gusta al público.
De un par de años a la fecha, a raíz de la crisis en las cadenas de suministro y el aumento en riesgo geopolítico, ha cobrado relevancia legítima el tema de la relocalización de empresas e industrias. Se le conoce como “friendshoring” y/o como “nearshoring”, para reflejar que industrias enteras están revisando y reevaluando dónde fabrican sus productos para ubicarlos en países amigos (friends) y lugares cercanos (near) a sus clientes y consumidores. México, por su ubicación geográfica privilegiada y por su, hasta ahora, relativa amistad y sociedad con los Estados Unidos, se ha visto beneficiado de esta macrotendencia que se espera arroje resultados muy favorables. Sin embargo, llama la atención que estos beneficios se den mientras el gobierno en turno se esmera por patear el pesebre en cada oportunidad que tiene, distanciarse de su socio del norte y la comunidad empresarial y actuar como si la amistad fuera inmune a burlas, insultos y desdenes.
Aun así, los políticos y funcionarios de la 4T se encuentran en la trampa de “su ideología” (o falta de ella) y el liderazgo rancio (al menos en cuanto a política exterior y relación con Estados Unidos) y las formas de un señor que se siente infalible. No, no es creíble ni razonable que el gobierno nos quiera vender el choro de que es gracias a ellos, y no a pesar de ellos, que hay interés por México o que ellos hicieron algo para fomentar o incentivar la llegada de inversiones al país, cuando gran parte de sus señales van en sentido contrario: la militarización del país, los abrazos al crimen organizado, las pugnas entre poderes y contra instituciones autónomas, el tufo de apoyo y admiración a dictaduras, los coqueteos con Trump, el centralismo, el culto a una sola persona, los proyectos faraónicos que no acaban de cuajar (o arrancar), la falta de infraestructura, la falta de estado de derecho, entre otros “detalles”, hacen que casi todo lo que sale de boca de este gobierno acerca de “nearshoring” sea más bien una variación de choro, puro “nirchorin”.