No es Dios quien va a resolver nuestros problemas, somos nosotros
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Mayoritariamente la población mexicana profesa una religión, la que sea. En síntesis, podríamos afirmar que una buena parte de los mexicanos creemos en Dios. Religiosidad popular, religiones organizadas apuntamos hacia el cielo, que es la analogía que utilizamos para referir el lugar donde mora la divinidad.
Funge, el buen Dios, como medicina para los dolores, de lo que sea. Como Lotería Nacional para la Asistencia Pública, porque lo aclamamos para que nos solucione los problemas económicos que con frecuencia sobrevienen. Se pide para que nos libre, aunque nunca lo hace, de los gobernantes que no vienen bien a nuestros intereses, cualquiera que éstos sean.
Oramos para que frene la violencia y la inseguridad, para que gane nuestro equipo favorito, para que regrese el que voluntariamente se fue, en fin. Cuando hay fenómenos naturales se invoca su presencia para que ponga fin a la guerra, a la pandemia o a las sequías. Durante mucho tiempo, también como Creador de todo, se le pedía para que cesara el calor o para que viniera la lluvia. Se le danzó en algún momento en las religiones originarias o se sacó a algún Santo (como San Isidro Labrador) a las calles para que por su mediación viniera la lluvia.
Digo, no es que dude de la omnipotencia divina, pero no va por ahí. No es a Él a quien tenemos que buscar, teniendo en cuenta la forma contractualista y mercantilista que como instancia de gobierno le hemos adjudicado. Por eso nuestras decepciones, por eso nuestras desilusiones. Eso de dejarle a Dios lo que a nosotros nos corresponde es otra de las irresponsabilidades mayúsculas que son parte de la práctica cotidiana en la vida de los mexicanos. Más bien toda esta práctica se encuentra en el área de la comodidad o de la ignorancia que nos asiste.
No son los extraterrestres los que nos quieren dividir para conquistarnos. No es Rusia o el Islam los que quieren acabar con todo. No se aproxima el fin de los tiempos, no son los jinetes del Apocalipsis. Nada de eso. Nosotros, y nadie más, somos los responsables de lo que ocurre en nuestro entorno.
¿Y quienes somos nosotros? Usted, yo y el Estado. Le pedimos a Dios que cese la violencia y la inseguridad, pero no le pedimos al Estado y a las organizaciones que generen una política salarial adecuada. Pedimos a Dios por México, pero las leyes contra los corruptos no se aplican y nos lamentamos por la impunidad. Se pide por los pobres y las desiguales, pero quienes concentran la riqueza no están en disposición de implementar programas de justicia social. Nos indignamos con los feminicidios y homicidios a periodistas, pero sigue la beligerancia en los medios de comunicación donde se fomenta la violencia y la banalidad con tal de aumentar el rating.
¿En qué pasan los gobiernos sus días?
En asegurar el futuro de sus partidos a los que les van a permitir en el futuro inmediato manipular el erario público. Solucionan los compromisos adquiridos −su agenda pública− a partir de encuestas a modo que les hacen pasar como los mejores gobernantes que nunca habíamos visto, pero cuando cotejamos sus dichos con la realidad no dan las cuentas. Por supuesto, no es sólo el Gobierno Federal, sino el estatal y el municipal.
El potuit, decuit, fecit divino, es decir, de que Dios quiere, puede y lo hace, es real, pero ¿qué hay de la inteligencia y la voluntad que en teoría él mismo nos dio? Este País, este estado y este municipio en el que cada uno de nosotros vivimos se encuentra así, no porque Dios lo quiera, sino porque nosotros y los gobiernos que hemos tenido y ahora tenemos no han hecho adecuadamente la tarea y nos han vendido espejitos con brillo, pero lo peor del caso es que los hemos aceptado sin mayor empacho, volviéndonos cómplices de su inoperancia.
De forma simple se lo digo y aplica para todo lo que usted quiera. No es a Dios a quien hay que pedirle que cese la violencia y la inseguridad, la corrupción y la impunidad, la desigualdad y la pobreza, el Antropoceno y la crisis medioambiental, las guerras y las intervenciones, la oferta y la demanda, la pandemia del COVID-19 y otras tantas enfermedades las provocamos nosotros; sí, nosotros. No vinieron porque Dios se molestó con un mundo que camina paralelo a su voluntad. Somos los ciudadanos y los gobiernos los que no hemos estado al pendiente de lo que pasa en nuestro entorno y los gobiernos que no han implementado políticas públicas adecuadas en lo social, en lo económico, en lo laboral, en lo sanitario o en lo ecológico.
Por ejemplo: no es a Dios a quien hay que pedirle que nos envíe el agua, es a los gobiernos para que implementen estrategias forestales adecuadas y políticas públicas que prioricen el medio ambiente ante todo. Los incendios forestales tienen un trasfondo muy amplio donde muchos están involucrados, no es algo fortuito. Dejemos de buscar culpables, asumamos responsabilidades y dejemos a Dios en paz. Así las cosas.
fjesusb@tec.mx