No se trata de una derrota más
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El comentario casi unánime de los analistas políticos luego de la elección, el lunes pasado, como presidenta de la Suprema Corte de la ministra Norma Piña Hernández, es en el sentido de que se trató de una derrota del presidente López Obrador. Desde luego así fue, aunque tiene un significado mayor.
A lo largo de los cuatro años que lleva como presidente, AMLO ha tenido no pocas derrotas. Imposible mencionarlas todas porque han sido más de las que se suele tener presente. Y han sido de distinta magnitud y calibre. Las ha habido pequeñas, medianas y grandes.
Entre las que probablemente se vienen más rápido a la memoria están: la menor votación obtenida por Morena y sus partidos aliados en las elecciones federales intermedias del 6 de junio de 2021 (dos millones de sufragios menos que la oposición en su conjunto), resultado que debió accionar todas las alarmas en Palacio Nacional y hecho entrar en pánico a su principal morador; como igual fue enterarse ese mismo día de la derrota electoral sufrida en la mayoría de las alcaldías de la Ciudad de México. Dos golpes duros, en modo alguno menores, en una misma jornada.
Consecuencia de la derrota de López Obrador primeramente mencionada fue la pérdida de la mayoría calificada (dos terceras partes) que en la Cámara de Diputados dejó de tener de legisladores sumisos y obedientes, que sí tuvo durante la primera parte de su gobierno.
Otro descalabro de López Obrador, que en buena medida desencadenó los anteriormente mencionados, fue la aprobación por el INE de la fórmula legal y constitucionalmente correcta para llevar a cabo entre los partidos contendientes la asignación en 2021 de los diputados federales de representación proporcional (los famosos plurinominales), en lugar de la indebidamente aplicada tres años antes.
Tal falla en 2018 permitió a Morena y sus aliados tener una excesiva sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados, superior a la que ya de por sí admite la Carta Magna, que es de 8 por ciento. Este acertado acuerdo del INE, absolutamente legal, terminó por enfurecer aún más a López Obrador contra la autoridad electoral, hasta llegar, como hemos visto, a extremos demenciales.
Otras derrotas de AMLO han sido el desechamiento de sus iniciativas de reformas a la Constitución en las materias eléctrica y electoral, ocurridas en abril y diciembre del año pasado, respectivamente; así como la bajísima participación registrada en la consulta popular de agosto de 2021 y la de revocación de mandato el año pasado, ambas promovidas por él.
Ahora, al no haber podido llevar López Obrador a su ministra favorita –Yasmín Esquivel– a la presidencia de la Suprema Corte, a pesar de todas las maniobras realizadas por él y sus secuaces, es desde luego otra derrota más. Pero contra lo que parece, su potencial alcance es mucho mayor.
El Waterloo de Peña Nieto fue el escándalo de la llamada Casa Blanca. Acaparó la atención durante varias semanas –tal vez ocho– y terminó por definir el destino de aquél. En esta ocasión en escasos diez días el sainete de la tesis plagiada tuvo a todo el mundo pendiente, a pesar de andar en la órbita festiva de fin de año.
La opinión pública siguió con azoro esa comedia oficialista de mentiras, plagios, presiones, ocultamientos, contradicciones, pifias, reculadas y presuntamente hasta extorsiones.
Todo para terminar perdiendo la presidencia de la Corte y los derrotados ser exhibidos como lo que son. Y si éstos consideran que aquí terminó todo, se equivocan. Falta aclarar lo del plagio de la tesis. Este episodio bien puede ser el punto de inflexión en la ruta hacia la debacle por la que el actual grupo en el poder lleva al país.
@jagarciavilla