Nuevo bestiario

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Igual que los bestiarios de la Edad Media o el Renacimiento, la zoología fantástica de los antiguos mexicanos es riquísima y llena de imaginación
Algún día, Deo volente −si Dios quiere−, escribiré algo que quizá se llame “Fauna mágica”. En mis lecturas de los antiguos cronistas he encontrado alusiones a animales quiméricos, más extraordinarios aún que los que vio el caballero Mandeville en sus fantásticos viajes por el mundo; más raros que los descritos por Pico della Mirandola en sus bitácoras marinas.
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He aquí algunas de las bestias que formarán en mi zoológico del sueño:
- El cayopolin. A este animal nadie lo vio jamás. Antiguas relaciones indianas lo describen, sin embargo, como un marsupial poco más grande que un ratón, con patas enormes, como de mono, y cola de serpiente. Los dioses, misericordiosos, pusieron en él un olor fétido que podía percibirse a grandes distancias, a fin de que todas las criaturas pudieran huir de este feroz enemigo que nadie, vuelvo a decirlo, vio jamás.
- La cotelachi. Esta palabra es zapoteca. Designa a una mariposa maléfica. Si alguien bebe agua sobre la cual pasó volando una cotelachi, indefectiblemente morirá justo un año después. El desdichado −o desdichada− se irá secando día tras día, sin saber por qué, sin sufrir calentura ni otro mal alguno.
- La cuapetate. (De coatl, culebra, y petatl, petate). Es una víbora que tiene la forma de un pliego cuadrado de papel. En una punta lleva la cabeza y en la otra la cola. Cuando el aire sopla la serpiente se alza por el viento, como una cometa, y muerde a los pájaros, que caen a tierra muertos.
- El chichicuilote. Todavía a principios del pasado siglo se vendía esta pequeña ave acuática en la Ciudad de México, para comer su carne. “¡Chichicuilotits vivs!”, pregonaban quienes los vendían. Viva, esa ave era una gran cazadora de moscas, y los niños las hacían tirar de carritos de papel. En cautividad los chichicuilotes viven sólo cuatro o cinco días, sin que se sepa por qué, quizá porque siempre andan en pareja, y separados de la suya mueren de tristeza.
Igual que los bestiarios de la Edad Media o el Renacimiento, la zoología fantástica de los antiguos mexicanos es riquísima y llena de imaginación. Interesante libro sería el que la recogiera.