Objeción de conciencia

Opinión
/ 23 septiembre 2025

En nuestra nación atravesamos momentos difíciles. A diario somos testigos del ofensivo derroche de muchos gobernantes que, en lugar de honrar el compromiso de servir, han convertido el servicio público en un botín personal. No pasan veinticuatro horas sin que aparezca una nueva nota que revela fortunas mal adquiridas por políticos y “servidores” públicos.

El panorama es desolador: México obtuvo 26 puntos de 100 posibles en el Índice de Percepción de la Corrupción 2024. Nuestro país cayó al lugar 140 de 180, confirmando un deterioro alarmante al quedar en el último puesto dentro de la OCDE.

TE PUEDE INTERESAR: La música nunca paró

En América Latina, México se ubica apenas por encima de naciones sumidas en crisis políticas más profundas, como Venezuela o Nicaragua.

La corrupción y la impunidad son gemelas siamesas: comparten el mismo matiz, exhalan el mismo olor y representan la misma descomposición moral. Esta realidad, sumada a la violencia, la desigualdad y la pobreza, coloca a nuestro país en un filo peligroso.

La gobernabilidad se cuestiona y, con ella, la esperanza de construir un futuro distinto. Frente a este escenario, el desafío no es únicamente de capacidad técnica o de innovación política, sino, sobre todo, de integridad moral.

Y es aquí donde la memoria de hombres como Tomás Moro y Franz Jägerstätter cobra relevancia.

TOMÁS MORO

Moro, canciller de Inglaterra en el siglo XVI, prefirió perderlo todo antes que renunciar a su conciencia frente al capricho inmoral de Enrique VIII de anular su matrimonio. Su relevancia actual radica precisamente en esa coherencia moral: defendió con firmeza el derecho a actuar según su conciencia, aun cuando ello le costara cargo, rango, honores, propiedades y finalmente, la vida misma.

Su negativa fue categórica: “En mi conciencia, este es uno de los puntos en que no me veo constreñido a obedecer a mi príncipe, ya que, a pesar de lo que otros piensen, en mi mente la verdad se inclina a la solución contraria”.

Estas palabras condensan el fundamento de lo que hoy llamamos objeción de conciencia, una noción de la cual Moro fue pionero: el Derecho tiene límites que no puede transgredir. Ninguna ley puede obligar a actuar contra la verdad interior y las convicciones personales.

FRANZ JÄGERSTÄTER

Siglos más tarde, en un rincón rural de Austria, otro hombre sin títulos ni cargos hizo eco de la misma verdad. Franz, campesino y padre de familia, fue llamado a filas por el ejército nazi. Sabía que jurar lealtad a Hitler significaba participar en un régimen corrupto hasta los cimientos, cimentado en la violencia y en el desprecio por la dignidad humana.

Consciente de que el nazismo era incompatible con su fe católica, rechazó el juramento al Führer.

Su postura no fue fácil ni estuvo exenta de consecuencias. En su entorno, casi todos lo consideraban insensato: la simpatía que antes despertaba en su pequeña comunidad se tornó en hostilidad, y tanto él como su familia sufrieron el aislamiento y el desprecio de sus vecinos.

Franz se mantuvo firme. Fue arrestado y llevado a juicio, donde rechazó toda posibilidad de negociación. Ni las presiones, ni la amenaza de muerte, ni la opción de salvar su vida con una firma lo hicieron retroceder.

En agosto de 1943, fue ejecutado por su negativa a servir al régimen nazi. Su sacrificio dejó como herencia un testimonio de resistencia pacífica y una inspiradora lección de amor y fidelidad a los principios morales. Hoy se le reconoce como símbolo de la objeción de conciencia, un faro de integridad en medio de la barbarie.

Sin embargo, su figura ha sido en ocasiones silenciada o reducida. Desde ciertos sectores ideológicos, su valentía y radicalidad han pasado inadvertidas por el hecho de que se sustentaban en profundas convicciones religiosas, en un pacifismo absoluto y en un amor a la belleza que desafiaba el utilitarismo de su tiempo.

TE PUEDE INTERESAR: ¿‘Sprint’ o viaje?

Incomprendido en vida, Franz fue finalmente rehabilitado como testigo de coherencia. La Iglesia lo beatificó en 2007, reconociéndolo como un hombre cuya fidelidad a la conciencia representa una llamada universal a la dignidad, la justicia y la verdad.

ESPEJO

¿Qué une a Tomás y a Franz? La certeza de que la conciencia no se alquila. Que los honores, el poder y hasta la propia vida pierden valor si se levantan sobre la traición a lo que uno sabe que es justo.

México necesita con urgencia esta clase de valentía. En un país donde la corrupción y la impunidad parecen destinos inevitables, recordar a Franz es un llamado incómodo: no basta indignarse, hay que resistir. No basta exigir, hay que practicar. La corrupción se perpetúa porque millones se adaptan a ella con pequeñas concesiones: el soborno cotidiano, la simulación, el silencio cómplice.

Franz nos recuerda que resistir puede significar quedar solo, soportar la incomprensión y cargar con el desprecio de quienes prefieren el camino fácil. Pero también nos enseña que esa soledad es fecunda, porque abre un sendero distinto para los demás.

PRINCIPIO UNIVERSAL

Cuando Moro afirmó que “en todos los asuntos que tocan a la conciencia, todo súbdito bueno y fiel está obligado a estimar más su conciencia y su alma que cualquier otra cosa en el mundo”, anticipaba una verdad que siglos después Franz encarnaría con su vida.

La objeción de conciencia es el reconocimiento de que la ley civil, cuando se desliga de la justicia y del bien común, pierde su autoridad moral. De nada sirve un sistema que se proclama democrático si está corroído por la impunidad y la corrupción.

En México, lo “normal” es sobornar, desviar recursos o usar el poder para obtener privilegios. Frente a esa cultura, la objeción de conciencia exige a cada ciudadano: no participar, no ceder, no simular.

PRECIO

No debemos idealizar la vida de Franz sin comprender el dolor que implicó. No fue un héroe desde el inicio, sino un hombre de carne y hueso que tuvo que enfrentar la soledad, la incomprensión de su comunidad, la angustia por su esposa y sus tres hijas pequeñas. Su decisión le costó todo.

Es cierto, la integridad no es gratuita: exige sacrificio. En el caso de México, demandar honestidad a los gobernantes implica que como ciudadanos también asumamos pérdidas. Tal vez la comodidad del silencio, la ganancia rápida de la trampa. Pero a cambio se gana algo mucho más grande: dignidad.

LLAMADA

La transformación comienza en la conciencia individual, virtud de la que carecen infinidad de políticos, funcionarios y gobernantes. Así lo confirman los escándalos que, con alarmante frecuencia, aparecen en los medios de comunicación: casos de enriquecimiento ilícito, desvío de recursos, contratos amañados y nepotismo disfrazado de legalidad.

Cada noticia se convierte en un recordatorio de que, en buena medida, la crisis que vivimos no proviene de la falta de leyes, sino de la ausencia de integridad en quienes deberían encarnarlas.

TE PUEDE INTERESAR: Bajar los brazos

CAMBIO

Un campesino austriaco que dijo “no” a Hitler se convirtió en testigo para la humanidad. Un político inglés que dijo “no” a Enrique VIII se transformó en patrono de los gobernantes.

El cambio vendrá de una ciudadanía que se rehúsa a claudicar. Si Franz no hubiera resistido, habría sido un nombre más en la lista interminable de cómplices. Pero porque resistió, se convirtió en símbolo de integridad y esperanza.

De igual forma, cada ciudadano mexicano que dice “no” a la corrupción, aunque parezca pequeño, siembra una semilla que puede florecer en un futuro más justo.

LABERINTO

Franz y Moro murieron derrotados a los ojos del mundo. Pero su derrota es la victoria de la conciencia.

México, en su laberinto de corrupción e impunidad, necesita recordar esa lección. Requiere ciudadanos capaces de resistir y que sean colaboradores de la verdad. Necesita jóvenes que comprendan que la verdadera grandeza no está en acumular poder ni dinero, sino en mantenerse fieles a la verdad, incluso cuando nadie más lo haga.

Franz nos enseña que la conciencia, aun cuando parece inútil, es la fuerza más transformadora. Fue más fuerte que Hitler, más fuerte que la resignación de todo un pueblo. ¿Por qué no habría de ser más fuerte que la corrupción que asfixia a México?

El día en que los mexicanos aprendamos a decir un “no” radical a la corrupción, ese día comenzará la verdadera transformación. Y entonces descubriremos que, como Franz, como Moro, la victoria no consiste en ganar poder, ni riquezas, sino en no perder el alma.

cgutierrez_a@outlook.com

Temas


COMENTARIOS