Orquídeas que semejan aves
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Hay un hombre que dialoga con cuerpos hechos de líneas sobre páginas. O los interroga si son cuerpos que vienen de lejos. Se le van los días de esta contingencia, dilucidando cuáles trazos forman la palabra que va a usar para hacer nacer el poema de nuevo. Su tarea es fina, se rodea de diccionarios antiguos que consigue en viejas librerías. Diccionarios medievales. Diccionarios novohispanos. Paga fortunas. Trae a este idioma el mensaje de otros hombres que como él, hablan en verso. Su tarea tiene el valor de la luz porque así enlaza nuestra mano con esa otra mano que ha escrito, aunque ya no esté, Ahora se ocupa de terminar la traducción de la obra de Saint-John Perse. Y esos pensamientos, que son la más alta filosofía, le asombran. Se escucha una carcajada fuerte como chorro de cascada cristalina cuando ha construido un verso que le complace. Y mientas traduce, se le entreveran en el corazón aves pensativas, orquídeas que semejan aves, ballenas que avanzan en la noche de un océano luminiscente.
Este erudito mira a las palabras con la curiosidad del niño y la sagacidad de un zorro, y así anda entre pilas de libros y miradas al cielo. Pare mundos. La pregunta de qué tiene qué ver esto con nosotros, se contesta mirando este escrito. Nos ayuda a conocer a otros, y en su caso a esos otros -salvo Walcott- que ya no están. Nos permite volver a la cama con los ojos cargados de sueños, esos sueños que solo despiertos y con cierto orden, dan vida a la poesía. ¿Y qué es la vida sino una sucesión de versos?
Dejé de preguntarme por qué ha relegado la escritura de sus poemas; ahora comprendo finalmente que traducir es una joya que en un plato, le alumbra al entrar en él, cada vez con más fuerza. Así ha sido, así será. Y allí está, devolviendo versos que en esta complejidad social y violenta del mundo humano, nos abren otros mundos. Lotos de lenguaje nos ha entregado de TS Eliot, Arthur Rimbaud, Joseph Brodsky, Pierre Reverdy, Georges Schehadé, Jules Supervielle, Ezra Pound, Derek Walcott, Juan-Marie Gustave Le Clézio, Aimé Césaire, John Donne y William Shakespeare.
Hace días, al conversar con él, me contó uno de sus sueños mientras citaba a Borges-; en su sueño había además de firmamentos de insólita belleza, un niño que le mostraba el mundo. Y habló de cómo el poeta no deja de ser un niño nunca. Yo estoy de acuerdo.
Hoy comparto uno de sus poemas, Brazos de mar, con motivo de un año más de su nacimiento: “Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a rayar... La mar sin una arruga semeja un cuévano del que colgaran mondas lucientes de piel de niño.../ Delante de los bohíos hay una hilera de atarrayas que escurren todavía cuando un anciano sin dientes, ayudado de una hueca brizna de papayo, se alista a beber en su hamaca el agua de un coco. / Sólo destellos en viaje por la arena... Mueve el viento la mar rizando menudas olas mientras el vuelo abismado de un águila marina apunta el latir imperceptible del alba. / Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a nombrar... La mar es lisa otra vez, como guijas centelleando al pie de una escarpa en las treguas del rompiente. / Preeminencia del milagro para sí mismo, porque a nosotros sólo nos es dable vivirlo como emanación de algo que a cielo abierto nos rehuye. / Tal vez la dicha de vivir llega siempre con eso que sabemos a hurto de nuestro anhelo. / ¿Cómo prestar al sueño alas que no sean las tuyas, mar de mis brazos abiertos en el aire?”.
Estos son algunos versos de alta factura del laureado José Luis Rivas Vélez, escritor traductor y poeta (Tuxpan Veracruz, 1950), que me permiten trascender el día y salir a dialogar con el mundo que hay en el breve jardín donde crecen las lavandas, esperando volver a encontrar la mar y encontrarle.
La palabra poesía proviene del griego poiesis (de poiein: hacer o crear). Así, el poema proviene de poiéo, que significa cosa hecha. Eso ya hecho o ya nacido, que con la luz de un traductor, tiene para nuestra fortuna, un doble nacimiento.
Gracias José Luis Rivas Vélez.