Paisanos: visitar su patria es una auténtica odisea

Opinión
/ 29 diciembre 2025

La corrupción, en cualquier modalidad, ofende a la sociedad. Pero la cometida en contra de nuestros paisanos cuando visitan el país resulta particularmente condenable

La ausencia de oportunidades, la amenaza del crimen organizado o el hartazgo ante un futuro permanentemente oscuro los forzaron, en primer lugar, a dejar el país. Lo hicieron por millones y se convirtieron, con el paso de las décadas, en la minoría latina más numerosa en los Estados Unidos.

Pese a no vivir en el país, su contribución a la economía nacional es enorme. Las remesas que cotidianamente envían a los familiares que permanecen acá representan entre el 3.5 y el 4 por ciento del Producto Interno Bruto nacional. Sólo para dimensionar: los dólares que nuestros paisanos envían a México superan los ingresos del país por la venta de petróleo al extranjero y se ubican por encima de la Inversión Extranjera Directa.

En algunos estados del país, particularmente en el sur y el occidente, los recursos que los paisanos envían desde el extranjero constituyen hasta una quinta parte de su economía. Literalmente, se trata de entidades que dependen de las remesas.

La relevancia económica de los paisanos ha llevado a que, en el discurso oficial, particularmente a partir del arribo de Morena al poder, se les haya elevado a la categoría de “héroes nacionales” e incluso que se les incluya en el listado de arengas que se gritan desde el palco central de Palacio Nacional en la ceremonia del 15 de septiembre.

Se podría decir, al escuchar a nuestras autoridades, que los paisanos ocupan un lugar relevante en el proyecto de gobierno de toda autoridad mexicana y, en consecuencia, que no podrían esperar sino buenos tratos y atenciones cuando visitan el país de forma temporal, como ocurre cada fin de año cuando cientos de miles de migrantes hacen la travesía desde Estados Unidos hasta sus lugares de origen.

Nada más lejos de la realidad, como lo evidencian los múltiples testimonios que han sido difundidos en las últimas semanas y que muestran a elementos policiales comportándose como vulgares asaltantes con placa. Las imágenes no dejan lugar a la interpretación y retratan con absoluta puntualidad la realidad que sigue prevaleciendo en el país: la corrupción policial es un cáncer que no ha sido combatido eficazmente por ningún gobierno, de ninguno de los múltiples orígenes políticos que hemos probado.

Da igual si se trata de uniformados que laboran para el Gobierno de la República que de policías pertenecientes a las corporaciones de Coahuila. El comportamiento es exactamente el mismo: la utilización de su posición para amedrentar y extorsionar a los paisanos que vienen de visita al lugar que originalmente los expulsó.

No se trata solamente de la incongruencia perenne entre el deber y el hacer de quienes tienen como obligación “cumplir y hacer cumplir la ley”, sino también de la aberración inherente a un acto cometido en contra de aquellos a quienes en el discurso oficial se ensalza, sólo para ofenderles en cuanto ponen pie en territorio nacional.

¿Cuántos escándalos más tendrán que detonarse para que, quien tiene la capacidad, decida ponerle freno al insultante abuso de los policías corruptos?

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