“Que roben, pero que hagan”. Eso decía la gente en tiempos del régimen priista. La corrupción, en efecto, era visible: cada seis años salía una nueva comalada de millonarios. Raro era el político que no robaba, y el que en tal extravagancia incurría era calificado de pendejo. Frase de los que andaban en política: “No pido que me den, nomás que me pongan donde hay”. Cierto compadre de don Adolfo Ruiz Cortines renunció al modesto cargo que le dio el Presidente. Ahí no había “manoteyo”, se quejó. Y sin embargo los gobiernos llamados de la Revolución hacían cosas en bien de la comunidad, siquiera fuese para equilibrar sus latrocinios. La electrificación, el sistema de salud, la educación, llegaron hasta los últimos rincones del país. Vivíamos en una sociedad tranquila que era en verdad una tranquila suciedad. Ahora sigue habiendo corrupción –el caso impune de Segalmex es emblemático–, y la administración pública está marcada por la ineficiencia, como lo muestran las ruinosas finanzas del Estado y sus empresas, el desplome de las instituciones oficiales de salud y el marcado retroceso en las tareas educativas, convertidas en burda labor de propaganda. Hubo un tiempo en que la eficiencia privaba lo mismo en el ámbito gubernamental que en el privado. En este campo es obligado mencionar a Pancho el Gorilero. No había nadie como él para apresar gorilas. Cierto día lo buscó una expedición de británicos que querían un gorila para el zoológico de Londres. Pancho les preguntó por qué nada más uno: él podía conseguirles dos o tres. “Tenemos poco tiempo para el safari –respondió el jefe de la expedición–. Apenas disponemos de 60 días”. “¿Cómo 60 días? –se rio Pancho–. Hoy mismo puedo cazarles el primer gorila. Después de todo son apenas las 7 de la tarde; todavía me queda una media hora de luz”. Los británicos quedaron sorprendidos. Pensaron que el mexicano estaba alardeando. A fin de probar su afirmación le contestaron: “Bueno, señor Pancho: le tomamos la palabra. ¿Qué le parece si vamos en seguida a que nos aprese usted el primer gorila?”. Asombrados escucharon la respuesta: “Cómo no. Permítanme nada más un minutito para ir por mi impedimenta”. Usó esa palabra, “impedimenta”, muy de safaris. Entró a su choza y salió al minuto justo. Lo único que traía era una lata mantequera vacía, y un palo. Tras él venía un perro sato, o sea corriente. Seguidamente apareció la esposa de Pancho, que llevaba también un palo. Le preguntaron los ingleses: “¿Y el equipo de su marido? Porteadores, redes, jaulas, rifles, jeeps...”. “Nada de eso ocupa él –respondió con orgullo la mujer–. Lo que ven ustedes es lo único que necesita para apresar gorilas”. “¿Pues cómo le hace?” –inquirieron cada vez más sorprendidos los británicos. “Es muy fácil –respondió la señora–. Llegamos al sitio donde están los gorilas. Pancho suena el bote con el palo. Los animales se asustan y suben a los árboles. Ustedes escogen el gorila que más les guste. Pancho sube al árbol atrás de él y le sigue sonando el bote con el palo. El gorila se aturde y cae del árbol. Entonces el perro aquí presente se lanza sobre el animal y lo pesca de una parte que al simio le duele bastante. Pancho baja del árbol, amarra al gorila y se los entrega”. Los ingleses quedan estupefactos. “By Jove! –exclama uno con admiración–. ¡Qué método tan ingenioso y eficaz! Una sola duda nos queda, señora. Perdone la curiosidad: ¿por qué viene usted también con un palo?”. Explica la mujer: “Es que a veces el que se cae es Pancho, y debo intervenir para quitarle al perro”. (Plausible explicación. La señora defendía sus intereses)... FIN.
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