Peluquería del terror
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Por: Abril Medina Ramírez
Era hora de cerrar ciclos y la mejor forma para dar a conocer mi decisión fue un cambio de imagen, uno que dejara en claro que no buscaba nada serio con nadie después de mi última ruptura. Había dejado crecer mucho mi greña en esa relación y me sentía incómoda con ella. Tal vez algo verde o color fantasía aliviaran la pena. O, mejor aún, corte a ras de coco para volver a la acción.
Una vez sentada en la silla que hace de confesionario y con la capa de la peluquera atada al cuello, le pedí un despunte hasta tocar el cráneo. Necesitaba espacio para refrescar mis ideas y pensar bien si daba entrada a otro prospecto. Me arrepentí de inmediato cuando sentí el metal frío de las tijeras tocándome la punta del oído. Muy tarde recordé mi terror a las estéticas. Quería correr y huir de la escena del crimen donde mutilaban mi cabello. Fue una masacre capilar. Mis ojos se enfocaron en el espejo frente a mí y dejé de escuchar todo el chisme, murmullos o suspiros de la homicida. Me dediqué a llorar por dentro tras ver cómo caían cada uno de mis mechones en una bolsa negra, cual fosa común.
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¿Cuánto pude amar a aquel panzón como para ignorar uno de mis más profundos miedos? Pasé tanto tiempo en pareja y sin visitar el salón de belleza que había olvidado la sensación de pérdida, el dolor que me causa separarme de todo, y también que había tomado cursos en línea para raparme a mí misma.
Como el tiempo no se detiene ni regresa, fui a trabajar pese a mi duelo. Traté de convencerme de que el retoque hasta la raíz no era tan malo. Me veo mucho más joven y mi flequillo ya no sobresale de la cofia, lo que me permite mirar con claridad delante de mí. Con tantos pensamientos de pros y contras encima, sentí que esa noche la guardia se hacía más pesada de lo normal, así que fui a saludar a Natalia, mi paciente favorita.
Al entrar a la habitación, logré observar una mujer más alegre. Le habían obsequiado una peluca. Ella no era optimista por su diagnóstico de cáncer; sin embargo, gracias a ese accesorio en la cabeza, desbordaba luz y felicidad. Sin duda me conmovió. Fui la única en ese piso de hospital que entendió el motivo de su reacción. Sabernos hermosas es mejor remedio que cualquier medicina.
Con el paso de las semanas, tomé más tiempo de mis rondas para revisar a Natalia. Incluso iba a visitarla en mis días de descanso. Su energía y belleza eran lo único que necesitaba para estar de buen humor. Como la peluca se había vuelto su soporte emocional, sólo se la quitaba para bañarse.
La condición de Natalia no tuvo mejoría, pero yo no dejé que disminuyeran sus ganas de vivir. Con el mismo calor de casa, le cepillaba la cabeza para verla feliz, así como lavaba y recortaba las pequeñas secciones maltratadas del postizo.
Natalia no era la única que estaba luchando contra un padecimiento. Cada día que pasaba junto a ella, mi abdomen cosquilleaba, yo sudaba frío y mi pulso se aceleraba mucho. Estaba enferma de amor por ella. Amaba el contraste que hacía su hermoso pelo de utilería con el blanco de su piel. Me derretía cada vez que me dejaba recostarme a su lado y le acariciaba la cabeza. El simple hecho de ver cómo sus ojos y melena brillaban bajo el sol que se escurría por la ventana, me hacía sentir viva.
Me tomó tiempo reunir fuerzas, pero confesé mis sentimientos y Natalia me correspondió. Mantuvimos una relación a escondidas del personal y la familia de ambas. Aprovechamos esa tranquilidad hasta el último día de mi novia.
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No pude soportar tal escenario y cavé profundo. Me negaba a creer que volví a perder al amor de mi vida. Me acerqué al féretro con cuidado y mis ojos se llenaron de lágrimas. Sabía que si la dejaba ahí nunca superaría el dolor. Tomé con mis manos sus mejillas, levanté con cuidado la cabeza y besé su pico de viuda. No permitiría que tal belleza se llenara de gusanos junto al cadáver de mi ex. Antes greñuda o ladrona de tumbas, que volver a la peluquería.
ABRIL MEDINA MARTÍNEZ (Cuatro Ciénegas, 2006) Estudia en el CBTa No. 22 el sexto semestre de la carrera Técnico en Ofimática. Ama dibujar, pintar y leer textos cortos. Ha publicado en Vanguardia (2022) y La Tamalera (2023) su cuento ganador del X Premio Estatal de Cuento Naturaleza y Sociedad, “El último tour a casa”, así como “Tradiciones de quinceañera” y “La cadena de mamá”. Actualmente es miembro veterano del club “Ficciones desde el desierto”, pues cursa su último año de preparatoria.