Pero habrá señales...

Opinión
/ 14 agosto 2025

El régimen actual no se está cuarteando, presenta ya una tremenda rajadota de la que nadie, absolutamente nadie habla

Cuando el movimiento se rompa no diré nada... pero habrá señales.

Así reza una joya de la sabiduría popular contemporánea que, al día de hoy, no se condensa en dichos y refranes, sino en memes.

Verbi gratia: “Cuando me saque la lotería no diré nada... pero habrá señales”. Y como señales aparece la foto de una torta cubana descomunal capaz de alimentar a dos familias; o un tipo paseando a su perro con cadena de oro; o –en tono más irónico– alguien pidiendo que le llenen el tanque de la gasolina.

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¿Una tontería? ¡Por supuesto! Pero es la manera en que se expresan y diseminan las ideas en el mundo actual. Antes la gente tenía el dominó de las tardes con los amigos, para intercambiar opiniones y arreglar el mundo, cada día en lo que esperaban la muerte a la avanzada edad de 50 años. Hoy, por fortuna, son memes.

El régimen actual no se está cuarteando, presenta ya una tremenda rajadota de la que nadie, absolutamente nadie habla, aunque, tal y como dice el meme, las señales ahí están... para el que las quiera ver.

Es probable que aquella infame foto en que la élite de la Cuarta Transformación le dio la espalda a doña Clau, negándole como por un imperdonable descuido su estatus de líder, de jefa, de máxima autoridad, tenga una trascendencia mayor de la que en su día pudimos prever.

Ríete tú, querido lector, bella lectora, controvertide lectore, del mal momento en que la presidenta de la SCJN, Norma Piña, tuvo el valor de no hacerle caravanas a su homólogo (el Poder Ejecutivo, en la persona del viejo acedo) y no se puso de pie para recibirlo, lo cual desató una animosidad cuyas consecuencias ya estamos pagando, pero aún nos falta mucho por sufrir.

Pero la afrenta de Luisa Alcalde, Manuel Velasco, Ricardo Monreal y Adán Augusto López, quienes prefirieron sacarse la instantánea para la posteridad con el hijo del Hombre, Andy López Beltrán, dejando con un palmo de narices a la doctora bajo el más perro solazo, en plena plancha del Zócalo, en un guateque que se suponía era de unidad y respaldo, apenas comienza a saldarse.

Desde luego, no fue en ese momento que la otrora monolítica Cuarta Transformación se cuarteó, sino cuando se volvió evidente, hasta para el más invidente miembro de la secta, que el movimiento no era ya de una sola pieza como en los felices días en que el poder, el capital político y la banda presidencial recaían sobre el mismo individuo.

Seguiría siendo tan sencillo profesar lealtad incondicional al macuspano y tratando a su interpósita persona como... pues como eso precisamente, como una interpósita persona, una figura desechable, una presidenta meramente nominal, con valor gerencial. Pero ya no es posible.

Aunque de dientes para fuera el legado del macuspano se mantiene íntegro, prístino, inmaculado, muchos ya comenzaron a ver por dónde hace aguas y en qué escenario les gustaría verse dentro de un año o menos, como cinco.

Quizás, y sólo quizás, ahora que los cimientos del lopezobradorismo no parecen ya tan firmes; ahora que algunos gobernadores son objeto de un retiro de visas precautorio de parte del gobierno de EU; ahora que los grandes capos del hampa mexicana ensayan para ofrecer el mejor recital desde Los Tres Tenores; ahora que pesa un gravísimo señalamiento de complicidad sobre el hermano político del macuspano; ahora que queda en evidencia que su cachorro no es más que un junior incompetente, incapaz de sortear la más insignificante crisis doméstica sin cagarla por completo... Quizás sea momento de jurar lealtad a la Presidenta de facto y dejar ir, soltar de a poquito en poquito al Mesías, cuya sombra ya nomás no tiene su antiguo don purificador, sino que ya parece posarse nomás sobre los principales sospechosos de participar en la industria de la droga, del huachicol (huachicol simple y en su modalidad fiscal) y de lavado de dinero.

El común denominador de toda esa escoria se llama Andrés Manuel López Obrador, quien hasta el momento no está formalmente acusado de nada (salvo de haber integrado a su movimiento a una ralea tan voraz que hace ver pudoroso al viejo PRI); así que se va antojando buena idea desmarcarse a tiempo y congraciarse mejor con la señora que puede negociar con Trump nuestro traslado a Estados Unidos, o nuestra permanencia en este bendito territorio de impunidad que es el suelo mexicano, por cuya defensa dice doña Clau que hemos de ofrendar la vida si es necesario (¡zafo!).

Sintomático de todo lo anterior encuentro la carrera que, hacia una zona más segura, emprendieron dos conocidas ratas de la supervivencia política: el senador Fernández Noroña y la “periodista” Sabina Berman (que ahora me doy cuenta de que me tiene bloqueado de Twitter. ¡Bien por mí!).

Doña Sabi ha sido aduladora de cada gobernante desde Salinas de Gortari, acomodando sus ideales, principios y opiniones a cada momento según se requirió, y el sexenio de AMLO no fue la excepción, desde luego.

Y pese a las incontables, reiteradas y claras evidencias de corrupción que la 4T nos ha dado durante siete años, apenas ahora vislumbra como que algo no anda bien y exige recién que Morena se deslinde de los personajes incómodos. Es decir, está haciendo lo que mejor sabe hacer, culpar de todo al sexenio anterior para lavar la cara del gobernante actual.

Por su parte, el imbañable presidente del Senado, el más pusilánime y servil tapete del obradorismo, ese que habría ofrendado gustoso a su jefa con tal de preservar indemne al Santo de Tepetitán, acaba de afirmar que amigo de AMLO realmente nunca ha sido.

Compañeros de lucha, quizás, pero de cuates, nada. Nunca lo recibió en el despacho presidencial, nunca lo visitó en La Chingada, nunca fueron juntos a las garnachas ni a macanear. Haga de cuenta el “Yo no me llamo Javier”, pero del Bienestar.

La última vez que cuestionó al incuestionable fue cuando lo amenazaron con dejarlo invertebrado, fuera de la jugada tras la elección de 2024, berrinche que le valió la Presidencia del Senado que está por dejar.

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Fuera de eso, siempre tuvo una palabra lisonjera, un adjetivo elogioso, un encomio desproporcionado para cantar la gloria eterna del Compañero Presidente.

Pero ya no. Hace apenas unos días incluso se atrevió a darle a Andy López Beltrán una doble cachetada con guante blanco: primero asegurando que la carta en la que el junior justificaba su viaje a Tokio era un bodrio de dudosa autoría (resultó que sí era legítima); y luego, poniendo en entredicho los principios del Tata Grande y relativizando los conceptos de lujo y austeridad, que antes parecían tan claros.

Y no sé, pero si yo militara en Morena, me aseguraría de fijarme bien hacia dónde corren estas alimañas que siempre saben ponerse a salvo. Pero, sobre todo, tomaría su apresurada carrera como la única señal que hace falta para emprender también la graciosa huida hacia el “lado correcto de la historia”.

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