Pichação: la escritura peligrosa que domina los muros de Brasil

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A diferencia del grafiti convencional, la pichação no busca ser estéticamente apreciada; su propósito es más bien colocar un mensaje que, según sus autores, es una forma de protesta ante las profundas desigualdades sociales.
Llegué a Brasil por el aeropuerto de Guarulhos, en São Paulo, y desde allí tomé un autobús hacia Campinas, una ciudad del mismo estado brasileño. Durante las aproximadamente dos horas del trayecto, fui acumulando evidencias de la pujante economía de esta región ubicada en el sureste de esta gran nación.
Brasil es un país enorme. Con 8.5 millones de kilómetros cuadrados, es el quinto más extenso del mundo. Soy de esos bichos raros a los que les gusta observar en los aviones el mapa que muestra, entre otros datos, la posición, altitud y velocidad del aparato. Y de las seis horas que duró mi vuelo desde Bogotá, casi cinco transcurrieron sobre suelo brasileño.
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Pero cuando hablo de “gran nación”, no me refiero sólo a su territorio. Hay una diversidad de aspectos que justifican ese adjetivo, algunos positivos y otros más bien problemáticos: los deportes de conjunto −especialmente el fútbol, el básquetbol y el vóleibol−, su industria agroalimentaria, su fervor religioso, sus profundas desigualdades y sí, sus grafitis. Porque aquí, cuando se trata de pintar muros, la cosa se hace en grande.
Como en la mayoría de las ciudades de Centro y Sudamérica, los edificios de apartamentos −departamentos para nosotros− y oficinas abundan. Campinas no es la excepción. Ahora mismo escribo estas líneas desde donde me hospedo, en el sexto piso de uno de los cuatro edificios que conforman la cuadra. Desde la ventana de mi habitación puedo ver muchos más, con alturas que oscilan entre los 10 y los 20 pisos. El resto de la ciudad, al menos lo que he alcanzado a conocer, mantiene una estructura similar: una mezcla de lo que nosotros llamaríamos casas −en su mayoría de dos plantas− y edificios, con una variación en la densidad de estos últimos según la zona.
Por su diseño arquitectónico, muchos edificios cuentan con grandes muros laterales, algunos sin una sola ventana. Son espacios especialmente atractivos para quienes los usan como lienzo. Pero no se trata de cualquier grafiti, sino de lo que aquí se conoce como pichação. A diferencia del grafiti convencional, la pichação no busca ser estéticamente apreciada; su propósito es más bien colocar un mensaje que, según sus autores, es una forma de protesta ante las profundas desigualdades sociales. Además del contenido textual, la tipografía −inspirada en el alfabeto rúnico escandinavo y en el estilo de algunas bandas de rock de los años 80−, el nivel de transgresión de las normas y, sobre todo, el riesgo asumido al ejecutarla, son elementos esenciales de esta práctica.
Los pichadores, como se denomina a quienes la practican, suelen agruparse en “crews” que compiten −tanto individual como colectivamente− por dejar sus firmas en los lugares más inaccesibles. Llegan a escalar edificios sin ninguna protección, lo que convierte a esta actividad en una de alto riesgo. Por eso, la pichação es siempre ilegal y abiertamente perseguida por las autoridades que, al menos por lo que he podido observar, terminan siendo sistemáticamente derrotadas. Un ejemplo contundente es una de las pichação que más me impresionó: está plasmada en el muro de un edificio alto justo frente a la Prefectura de Campinas.

Nuestro impulso inicial nos lleva a aprobar lo que nos gusta y a reprobar lo que no. Yo no estoy de acuerdo con que se rayen los muros −por eso me sorprendió gratamente la limpieza de las calles en Panamá−. Sin embargo, por formación académica tengo el hábito de tratar de comprender el sentido que otros encuentran en lo que presencio. Eso no cambia mis preferencias, pero sí me permite entender que las motivaciones de quienes transgreden la ley no siempre responden a un simple acto de vandalismo.
Cerca de donde me hospedo, hay una pichação que incluye un amoroso mensaje de bienvenida para una mujer. Al verlo, no puedo evitar pensar que, en asuntos del corazón, yo soy más de la onda de Roberto Carlos: un amante a la antigua.