Te doy mi palabra

Opinión
/ 22 marzo 2025

La palabra de honor es importante. La palabra de amor es bella. Pero este mundo sería muy aburrido sin la palabra de humor.

Yo hago uso de la palabra aun sabiendo que a mis palabras se las lleva el viento. Amo a las palabras, pues de ellas vivo. (Y de ellas bebo). Las miro y remiro como preciosas perlas; aspiro su fragancia como si fueran flores; las estudio con la curiosidad del naturalista en su microscopio y la estupefacción del astrónomo en su telescopio.

TE PUEDE INTERESAR: Dichos sabrosos y sabrosas dichas

¡Qué maravilla son todas las palabras! A mí me dejan sin palabra. Ante vocablos como “palimpsesto” siento ganas de hacer una reverencia. Tan humana es la palabra que en ella sopla el viento de los dioses. No cabe duda: en el principio era el Verbo, aunque se enojen el sustantivo, el pronombre, el adjetivo, el adverbio, el artículo, la interjección, la conjunción y la preposición.

Los dómines solemnes dicen que las palabras son tan importantes que no hay que jugar con ellas. Al contrario: tan importantes son las palabras que se debe jugar con ellas. Hemos de tomarlas como lindas pelotas de colores y hacer con ellas malabarismos de juglar. Hagamos juegos españoles de palabras; calambures franceses; limericks de Irlanda; puns ingleses o norteamericanos.

Y hagamos albures mexicanos, refulgente esplendor de inteligencia, hermético misterio, hortus conclusus, es decir huerto cerrado para quien no haya nacido en este país maravilloso. Sólo quien tenga la galana y traviesa picardía de México -revelada por mi tocayo Armando Jiménez, de Piedras Negras- podrá aspirar a la suprema gloria de alburear a un Presidente de la República, como lo hizo para ganar una apuesta Edmundo Flores, director del Conacyt, cuando al dirigirse en un discurso a Echeverría le dijo: “Nosotros, los que hemos trabajado en el surco terroso...”.

¿Quién que no sea mexicano puede descifrar la arcana criptografía contenida en esa frase, y ser el Champollion de sus implicaciones equívocas, eróticas, siquiátricas, vesánicas y sicalípticas? Yo, divertido, me imagino a don Marcelino Menéndez y Pelayo, a doña María Moliner, a don Ramón Menéndez Pidal, al señor Corominas y al fino escritor José Martínez Ruiz, conocido con el nombre de “Azorín”, mirándose los unos a los otros, boquiabiertos, en ardua consulta colegiada para intentar la explicación de ese sintagma que puede entender un cargador de la Merced y que sin embargo es para ellos cábala sibilina, enigma inextricable.

Guillermo Fárber me envió hace tiempo su libro: “Adiccionario del Chacoteo”. Es, de principio a fin, un juego de palabras. El prólogo lo escribió Raymundo Ramos -luciente y lúcido paisano-, y en él recoge perlas como aquella encontrada por el insigne cervantista don Francisco Rodríguez Marín:

“‘Dómine meo’

es término feo.

Decid: ‘Dómine orino’,

que es término fino”.

En su diccionario propone Fárber inéditas definiciones:

Aglutinar. Apretar los glúteos.

Virgen. Mujer sin antecedentes peniles.

Avenida. Orgasmo grande.

Suegra. Su ogra.

Vulva. Hembra del bulbo.

Al dedicarme su libro escribió Guillermo: “Para Catón, creador de varios de los voquibles (o equivoquibles) aquí recopilados”.

COMENTARIOS

TEMAS
NUESTRO CONTENIDO PREMIUM