Piporro: 100 años
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Una olvidada efeméride tuvo lugar el 17 de diciembre pese al más completo olvido colectivo. Me parece que sólo mi iluminado camarada, el poeta, escritor y activista, Víctor Palomo, tuvo presente y a bien recordar el centenario del natalicio de don Eulalio González Ramírez, mejor conocido como “El Piporro”.
Así, ante la más completa indiferencia de las autoridades culturales, el icono de la cultura norestense, el Rey del Taconazo, el actor, guionista, locutor, teleanfitrión, cantante y compositor cumplió cien años de existencia, misma que por supuesto trasciende a su muerte acaecida en 2003.
Saltillo y Coahuila tienen especial deuda con este su hijo pródigo, pues si bien, Lalo González nació en Los Herreras, Nuevo León, el personaje que le dio fama y nombre artístico era un viejo pistolero oriundo de Saltillo: El Piporro, padrino, tutor y mentor del justiciero Martín Corona, interpretado por Pedro Infante en la radionovela y posterior adaptación cinematográfica.
Se cuenta que el Ídolo de Guamúchil fue decisivo en la carrera del joven Lalo González, pues durante la pre producción del filme que protagonizaría junto a Sarita Montiel, se contemplaba para el personaje del Piporro a un veterano actor de la talla de Andrés Soler.
Pero Infante se empeñó en que fuese su mismo coestelar de la versión radiofónica quien hiciera de su padrino en el filme, pese a ser incluso cuatro años más joven que el protagonista.
Un dudoso trabajo de caracterización de por medio y el “Viejillo de Porra” cobró vida en la pantalla grande para “¡Ahí Viene Martín Corona!” y su secuela “El Enamorado” (ambas Miguel Zacarías. 1952).
Desde luego, como Eulalio González seguía siendo por entonces un desconocido en el medio, había que hacer la precisión cuando se le presentaba a alguien cuyo nombre de pila no le decía nada:
“A mí me pasó lo mismo que a Ben Kingsley cuando actuó como Gandhi... Después de esa, le tuvieron que poner ‘Gandhi’ abajo de su nombre, pa’ que la gente lo reconociera. Lo mismo me pasaba a mí, yo tenía 27 años y hacía de un hombre maduro. Cuando me presentaban como Eulalio González, nadie sabía quién era, hasta que decían ‘pos es el Piporro, el que salió con Pedro Infante, es buen muchacho, de muy buenas familias’... tenían que ponerme una bola de cartas de recomendación. Y es que los personajes que yo hice al principio, cuando estaba chavo, fueron de viejón; y ora que estoy viejón, la hago de chavo. Lo que sí está difícil es hacerla de niño prodigio, porque ya no puedo”. (Regio.com Ago/4/2018. Jorge Pedraza Salinas).
Hace décadas que lamento la ausencia de una estatua de Piporro en la capital Coahuilense (aunque a veces veo la calidad de algunas obras escultóricas y entonces mejor hasta lo agradezco).
Ojalá desde la sociedad civil nos organizásemos para inmortalizar en bronce a alguien que definió con tanta gracia y talento los mejores atributos de la identidad norestense. Porque si lo dejamos en manos de las autoridades, el homenaje va a llegar tarde (¿más?), caro y chafa.
Harían falta al menos otras dos estatuas en honor al “Párpado ‘Caydo’”: una en su natal Los Herreras y otra en la Plaza Garibaldi de la CD.MX, donde se supone se honra a los máximos exponentes vernáculos del País y junto a los que el Piporro tiene un lugar indisputable. Hay una en Monterrey, pero tan carente de gracia que parece la estatua de cualquier “pela’o sin embargo”.
Compadezco mucho a quien jamás se ha sentado una tarde a libar su brebaje predilecto mientras escucha un disco, o dos o toda una colección de álbumes del Piporro, mismos que reúnen aventuras, romance, tradición y costumbres, mitos y leyendas, aderezado todo con la nota humorística del autor e intérprete, misma que le era tan natural que resultaba difícil precisar dónde exactamente terminaba don Lalo y dónde comenzaba el Piporro.
Yo ya había sido advertido de esto cuando lo conocí (primero en una entrevista y años después en un homenaje): Tenía en efecto una frase dicharachera para responder a cualquier cuestionamiento o comentario. Hoy se me ocurre pensar que era una persona tímida en el fondo y que así lidiaba con la celebridad y la querencia de la gente.
A diferencia de otros actores y comediantes mexicanos del siglo pasado, Piporro sobrellevó mejor que muchos el fin de la llamada Época de Oro. Fue a partir de los años sesenta que protagonizó y escribió (y algunas veces dirigió) las cintas que más elogios le valieron, tales como “El Rey del Tomate” (Miguel M. Delgado. 1963), “El Bracero del Año” (Rafael Baledón. 1964) o “El Pocho” (Eulalio González. 1970), en las que aborda problemáticas sociales, con especial preocupación por la situación de los paisanos al otro lado de la frontera con los Estados Unidos.
Sus últimos años los dividió entre su residencia permanente en San Pedro Garza García, N.L. y su casa de descanso en Arteaga, Coahuila, donde me quedé yo tramitando una última entrevista que ya no fue posible. Aunque de aquellos años conservo al menos, como uno de mis mayores tesoros, su autógrafo/autorretrato tan distintivo.
A los 81 años la vida lo recompensó con la mejor de las muertes: Dormido apaciblemente en su lecho, sin enfermedades ni penosas agonías, el viejo se fue entero y macizo, tal cual era, a las chulas fronteras con el Más Allá.
¡Gracias, Piporro! ¡Ahí discúlpanos lo ingrato, lo desmemoriados y lo afrentoso!