Abortando mitos
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El debate en torno a la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo y a su legalización sigue causando suficiente controversia. Cuando hablamos del aborto, se asumen dos únicas posturas: contradictorias, incompatibles e irreconciliables.
Sobre el aborto se dice que se está a favor o se está en contra. Esta guerra de absolutos, que parece no tener fin, no admite medias tintas y posiciona en una esquina del ring a la postura pro vida y en la otra a la postura pro elección.
A fin de cuentas, la rivalidad que se dice existe entre las posturas a favor y en contra del aborto es, considero, por mucho inexistente. Y lo cierto es que, aun cuando el Estado asuma el control y tome las decisiones en torno al cuerpo y la vida de las mujeres al criminalizar su práctica, las cifras oficiales reportan un incremento en el número de abortos.
Quizá es tiempo de reconocer que penalizar el aborto no ha erradicado su práctica y que las leyes prohibitivas no han detenido a las mujeres que deciden abortar. Que no tuvimos éxito en decidir por las mujeres, porque las mujeres que desean ser madres, lo serán y las mujeres que no lo desean, no lo serán, aun asumiendo el riesgo de cometer un delito, traicionar a la sociedad e inclusive morir.
Ubicar la discusión objetiva en torno al aborto, implica desmitificar la maternidad como destino y comenzar a adoptarla como un derecho. Realmente el dilema no se limita a dos posturas antagónicas ni pretende calificar al aborto como correcto, incorrecto; moral, inmoral; bueno, malo.
Realmente ninguna persona está a favor del aborto. El aborto en sí es una figura indeseable. Ninguna mujer se embaraza para abortar. Sin embargo, es el último recurso que tienen las mujeres para interrumpir un embarazo no deseado, independientemente de las razones y de las circunstancias que las lleven a decidirlo.
La construcción de la maternidad ha sido, sin darnos cuenta, especialmente cruel. El mito sobre la relación natural que existe entre mujer-madre ha confundido a la maternidad con el proceso reproductivo que se vive en el cuerpo de las mujeres y la ha posicionado como destino obligatorio de todas las mujeres.
¿Cómo no creer en ese “instinto maternal natural” de las mujeres, si desde pequeñas se les prepara para cumplir el “destino natural” mediante “juegos” que implican alimentar, vestir, cuidar, acunar y dormir a muñecos de plástico? Quizá si los varones también recibieran muñecos de regalo para jugar a “ser papá” también se diría que tienen “naturalmente” un “instinto paternal”.
Además, está prohibido confesar que prefieres viajar, estudiar o trabajar, antes –o en vez– de ser mamá; prohibido ser amiga, prohibido divertirse, prohibido trabajar, porque ya eres madre.
Pues bien, el discurso en torno a la despenalización del aborto es realmente un discurso de libertad que reconoce el derecho de las mujeres a decidir sobre su vida y sobre su destino.
Es un discurso que reconoce a las mujeres como seres autónomos y responsables y no como máquinas de reproducción. Porque es real: existen mujeres que abortan; existen mujeres que no desean ser madres (o no en ese momento); existen mujeres que son madres y también trabajan, estudian, se divierten, viajan y no dejan de ser mujeres, ni se convierten en “madres desnaturalizadas”.
Es tiempo de entender que las mujeres no son, en virtud de su naturaleza, potencialmente madres. Son personas con la libertad de escribir su propio destino atendiendo a sus propios objetivos, asumiendo sus propios riesgos y tomando sus propias decisiones.
No se trata de juzgar, sino de respetar. No se trata de imponer, sino de disfrutar. No se trata de obligar, sino de decidir.
Desmitifiquemos la maternidad como destino y promovamos la maternidad como derecho. Recibamos a los hijos no como castigo, ni lección. Decidamos asumir responsablemente, como señala Simone de Beauvoir, “la obligación de formar seres dichosos”.
@palomaalugo
palomalugo@gmail.com
La autora es investigadora del Centro de Estudios
Constitucionales Comparados de la Academia IDH