Abriendo los ojos
COMPARTIR
TEMAS
Estamos amarrados, por voluntad propia o por inconsciencia, a los estereotipos y clichés que nos rodean
Si usted supiera lo interesante que es observar el comportamiento de las personas que coexisten en el alrededor; hay quien viste de una manera, quien habla con cierto vocabulario, quien visita ciertos lugares específicos; todo con afán de crear esa “identidad” que pretende diferenciarnos del resto, sin saber que desde siempre hemos sido únicos y no necesitamos demostrarlo. Sin embargo, está todo tan marcado por el patrón social que es difícil darse cuenta, en primera instancia, que uno se encuentra inmerso en él, pues, cuando menos lo esperas, ya tienes en tus manos el último modelo del celular, ya llevas en los pies los zapatos que en unos días portará todo mundo y probablemente la palabra o frase que ande de moda ya estará en tu léxico, lista para ser utilizada en el momento preciso. Hacemos de lo anterior una “necesidad”, algo de lo cual no nos podemos eximir; y, al salir a la calle, pareciera que somos un ejército de robots programados, pues seguimos las tendencias, los movimientos y todo lo que alguna persona cualquiera, un día cualquiera, dijo que así debía ser. Y creemos que esa es la realidad, hasta que, finalmente, algo no cuadra y nos hace despertar.
Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato. Estamos amarrados, por voluntad propia o por inconsciencia, a los estereotipos y clichés que nos rodean, siempre queriendo encajar; siempre temiendo la opinión de alguien más. Hace poco tuve una experiencia sumamente desagradable, pues me tocó escuchar que una señora le decía a su hija: “No puedes salir de la casa con ese short puesto, tus piernas llaman mucho la atención”. Fue verdaderamente amargo escuchar esa oración. No es posible que en pleno 2018, época en que la tecnología, las ideologías y los seres humanos se han abierto un poco más al mundo y a otro nivel de pensamiento, todavía exista este método de enseñanza en el cual una es considerada “exhibicionista” y “poco pudorosa” solamente por querer combatir un poco el exceso de calor o, peor aún, por “tener piernas llamativas”.
No es posible que se siga pensando que si alguien fue violada se debe a la minifalda que llevaba puesta y no a la perversión de la persona que decidió romper con la dignidad de la otra. No es posible que una marca de tinta en la piel tenga más peso y valor ante los altos ejecutivos de las empresas antes que las capacidades, habilidades y calidad humana del individuo a quien entrevistan. No es posible que se sigan utilizando términos como “gay”, “retrasado” o “enfermo” para insultar a otro con respecto a alguna característica que posee y que, dentro de la ignorancia, se sientan ofendidos al ser llamados así. Estos, entre tantos otros ejemplos que podría citar en este breve espacio de expresión, son sólo una pequeña muestra de cómo pretendemos evolucionar en el exterior, en lo superficial, cuando por dentro estamos estancados, atados y sometidos a nuestros introyectos, cubriéndolos con los mejores vestuarios y guiones de actuación.
Mi querido lector, usted que afortunadamente me ha leído desde el principio, está a tiempo. Sé que quizás no soy la persona más vivida, sabia, educada, viajada, honrada, amorosa, comprometida o distinguida; pero, el día que dejé atrás todo este revoltijo sin trascendencia, fue como despertar por vez primera, viendo a todos por lo que son y no por lo que yo creo que parecen, amando sin temor, viviendo sin rencor. Y, contemplando el atardecer de ese día sin final, el tiempo comenzó a correr sin prisa.