AMLO: asambleísmo trasnochado

COMPARTIR
TEMAS
La democracia, dijo Winston Churchill, es la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás. Y tenía razón, pues con todas sus imperfecciones, sólo el modelo democrático ha abonado al propósito de conquistar, para todos los seres humanos, la tierra prometida de la igualdad.
Un requisito debe cumplirse, sin embargo, para convertir realmente a la democracia en mecanismo eficaz de igualación entre individuos: quienes habitan la democracia, señaladamente quienes ejercen el poder público, deben ser auténticos demócratas.
Para desgracia de los mexicanos y despecho de sus acólitos, el presidente Andrés Manuel López Obrador no es un demócrata y con insana frecuencia da muestras de ser exactamente lo contrario. La más reciente de ellas: cancelar el proyecto del Metrobús de la Laguna utilizando para ello la sofisticada técnica de “medirle el agua a los camotes”.
Como se ha informado con profusión, el Presidente aprovechó un acto público, realizado el domingo anterior en Gómez Palacio, Durango, para poner en práctica un ejercicio de pretendida “democracia directa”… aunque en realidad sólo fue un ejemplo más de sus vocaciones autoritarias.
Múltiples lecturas pueden hacerse del acto, pero hay una en la cual conviene detenerse porque explica bien el carácter megalómano del Presidente y su “estilo personal de gobernar” -Daniel Cosío Villegas dixit-: su vocación por el asambleísmo… región 4.
Si se rebobinan los videos y escuchamos nuevamente la explicación ofrecida por López Obrador para justificar su (antidemocrática) votación a mano alzada, se notará cómo el Presidente se cuida bien de exponer el presunto origen “legítimo” de la decisión: ésta se tomó “en una asamblea”, es decir, fue producto de la decisión de una congregación de individuos erigidos en máxima autoridad comunitaria y, por ende, legitimados para ello.
El chiste se cuenta sólo pero, como ya se dijo, conviene detenerse en los detalles: Ciertamente “la asamblea” constituye el máximo órgano de decisión en múltiples casos: partidos políticos, asociaciones civiles, empresas privadas, universidades públicas, instituciones gubernamentales e incluso poderes públicos como el Legislativo y el Judicial.
Pero de allí a considerar una “asamblea”, es decir, un órgano de decisión, a cualquier conjunto de ciudadanos -todos ellos con derechos, desde luego- reunidos de forma incidental y con motivo de un evento público, existen galaxias de distancia.
Para los demagogos populistas de izquierda -la distinción es relevante porque también existen demagogos populistas de derecha-, sin embargo, el “asambleísmo” es el pretexto perfecto para dar rienda suelta a sus pulsiones autoritarias, es decir, a sus vocaciones antidemocráticas.
La idea no es nueva, conviene decirlo, sino una de las más rancias reminiscencias del trasnochado socialismo al cual muchos quedaron enchufados durante la segunda mitad del siglo pasado, justo cuando López Obrador “se formó” como politólogo en la UNAM.
(Ardua labor, por cierto, la de la “formación profesional” del Presidente, pues le tomó más de una década obtener una calificación aprobatoria en el 100 por ciento de las materias del plan de estudios, el cual concluyó con un “meritorio” promedio de 7.8, según él mismo lo ha manifestado).
Sacada del más empolvado manual del socialismo cubano y barnizada con pinceladas del maoísmo y del socialismo del siglo XXI, la idea del asambleísmo en la cual se escuda López Obrador es apenas una mala broma, así como un insulto a la inteligencia.
Por otro lado el planteamiento es, como gran parte de las ocurrencias -no ideas- largadas por el profeta de Macuspana, una grotesca propuesta cuya esencia implica renunciar al uso de la inteligencia.
Se trata, para decirlo rápido y sin ambigüedades, de la estupidez institucionalizada y convertida en proyecto de gobierno. Pero nadie puede llamarse a sorpresa, pues nunca se nos ofreció otra cosa y esta obra siempre se llamó: crónica de un desastre anunciado.
Y la ruta del desastre tampoco se ha escondido, ni pretende matizarse. Está ahí, a la vista de todos para quien desee verla: de aquí en adelante bastará acudir a un evento en el cual se encuentre presente el mandatario y gritar consignas en contra de un proyecto para conseguir su cancelación.
Bueno: tampoco debe uno emocionarse de más. No importa cuánto grite usted, en cualquier evento, en contra de la construcción del aeropuerto de Santa Lucía o de la refinería de Dos Bocas: esas obras jamás serán sometidas a una votación a mano alzada porque se trata -a diferencia de lo hecho en el pasado- de proyectos bien pensados, extraordinariamente planeados y ejecutados con una asepsia sólo comparable con la de un quirófano.
Es decir, sí creemos en el asambleísmo, pero sólo para cuestionar aquellas decisiones tomadas por otros… aunque el Metrobús de la Laguna sí lo habíamos aprobado… bueno: sólo lo habíamos convalidado… en fin… ustedes entienden.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3